Masculinidades al andar: experiencias de socialización en La niñez urbana de Neuquén, de Jesús Jaramillo

Reseña por Regina Coeli Machado e Silva

Caminando, conociendo y aprendiendo como niños

El objeto del libro de Jesús Jaramillo es un abordaje sobre y entre niños, desde una perspectiva de dentro, en que el acto de andar es el modo a través del cual los niños tienen conciencia de sí mismos como niños de Toma Norte (barrio periférico de Neuquén, en la provincia del mismo nombre en Argentina). Se trata de una descripción minuciosa, estimulante y perspicaz que expresa la particularidad de una infancia vivida en la pobreza, en un barrio caracterizado por el fenómeno habitacional que se conoce localmente como tomas, ocupación de terrenos de propiedad estatal. El libro presenta muchas contribuciones relevantes, interrelacionadas. Entre ellas menciono el desarrollo de una experiencia etnográfica con la participación y colaboración de los niños, así como las diversas aproximaciones analíticas para la comprensión de los elementos implicados en la socialización y la masculinidad. Privilegiar aquí el contexto de la investigación de esas temáticas me parece lo más importante, pues es una forma de demostrar la cualidad del libro, lograda, justamente, a través de esa interrelación que se torna visible en la construcción de los datos etnográficos.

El autor problematiza la socialización infantil no como inculcación de un mecanismo gradual de obtención de cultura, sino como un proceso nunca unidireccional y, mucho menos, reducido “a la internalización de deseos, normas, roles y valores” (p.35). La masculinidad es entendida como una construcción que emerge en las interacciones que se dan en lo cotidiano, una configuración práctica en la cual se entrecruzan relaciones sociales, de trabajo, de clase, de raza y de sexo/género. Para comprender y analizar el papel de las identificaciones masculinas en las relaciones entre niños y niñas, las formas que adquieren esas identificaciones en las experiencias del barrio entre pares y adultos, el autor argumenta que las nociones, designaciones y atribuciones masculinas se construyen y se transforman en esas interacciones y que los modos a través de los cuales se enseñan y aprenden las masculinidades son partes constituyentes. La conclusión es que los niños de Toma Norte aprendían a

Ser varones en la medida en que se agrupaban como niños varones y establecían vínculos y redes sociales con otros grupos del barrio y más allá del barrio, logrando con ellos establecer un modo de socialización cuya particularidad era el andar como mecanismo de sobreviviencia cotidiana y estratégica para mantener o mejorar su posición en el sistema de relaciones de clase y género. Allí ponían en juego conocimientos, habilidades, intereses y vínculos, cuya diversidad y complementariedad eran vitales para enfrentar los cambios económicos y los procesos históricos presentes en sus contextos (p.114).

El dato etnográfico construido es, por tanto, la masculinidad al andar, particularidad de un modo de socialización de los niños en Tierra Norte, sintetizada de forma precisa en el propio título del libro. El capítulo dos, titulado “Sabemos caminar: masculinidades en movimiento”, aborda dos significados inseparables sobre el modo de concebir la socialización. Es tanto la forma de conocimiento construida por los niños respecto al barrio en contexto, como los saberes masculinos y femeninos en relación, de manera que el movimiento es la acción de andar, al mismo tiempo en que se establecen saberes sobre el género. Esos saberes mantienen asimetrías y diferencias que los distinguen como géneros: al andar de los niños se opone la mirada de las niñas; a la autonomía, la valentía y el coraje de los niños se opone la responsabilidad/cuidado de las niñas, que dependen de la autorización de sus familiares para andar, pues dejan de participar en varias actividades en casa. El movimiento permanente por el barrio permitía a los niños percibir de forma detallada el entorno, convirtiendo la historia del lugar en pensamientos autónomos y, a las niñas, las habilitaba a observar desigualdades existentes. Para la construcción de la masculinidad, cuanto más hábil era la capacidad de un niño de andar por el barrio, más viril se tornaba.

La rica pluralidad del verbo andar, que no se puede describir aquí en detalles, corresponde a la categoría nativa de grupo, desarrollada en el capítulo cuatro. Los vínculos desarrollados por los niños en su cotidianeidad era un modo de relacionarse en contexto de grupo, como el grupo de fútbol, o grupo de jóvenes, o grupo del restaurante y el grupo de los colaboradores de la etnografía. La manera de relacionarse como grupo integraba saberes y prácticas que permitían y estimulaban relaciones de género dentro y fuera del grupo, del mismo modo que era una dimensión constitutiva de innumerables relaciones con otros niños, hombres, mujeres y adultos, en sus intercambios recíprocos sustentados por la masculinidad. Tal modo de relación estaba en la participación en los juegos de fútbol, en las fiestas, en las meriendas, en las clases de apoyo, en los viajes y en los paseos por la ciudad, además del barrio. Era también uno de los caminos transitados para obtener beneficios y circular, desafiando fronteras locales y fronteras políticas y religiosas.

Los valores, saberes y prácticas incorporados en la masculinidad son evidenciados en el capítulo tres, en torno de las relaciones y de las diferentes formas de percepción del robo entre niños y adultos. Cuando ocurre en el interior del grupo, como el caso del niño que se quedó con los marcadores durante el trabajo colaborativo, el robo es visto como un quiebre de los vínculos y de un código grupal. Cuando ocurre en la escuela, en el caso en que algún niño se quedaba con objetos no considerados de valor o sin necesidad de poseerlos, se ponía en duda la virilidad implicada en el saber robar, de modo que los autores eran acusados de zapato1 y gay. El choreiro en el barrio, como el robo de mochilas por desconocidos que pasaban en motocicleta, era visto de forma negativa, pues implica la apropiación de algo ajeno de forma violenta. Chorros también eran los dueños del ciber local que cobraban más caro el acceso a internet en momentos de mayor movimiento o aquellos que robaban la cerca del terreno de fútbol o las computadoras del restaurante.

Además, se le atribuye otro significado al robo, cuando los niños escogían juegos electrónicos en que los personajes tenían que robar o matar, y poseían habilidad de “saber escapar a tiempo”. El mismo significado emergió y fue experimentado por el investigador entre los niños, cuando estaban en el ciber: consiguieron robar media hora de juego sin pagar (aunque tuviesen el dinero para pagarlo y pudiesen contar con el investigador) y salieron de allí “con gestos corporales de grandeza, caminaban sacando el pecho y, al mismo tiempo, riéndose del dueño” (p. 79).

A los ojos de los niños, aquello fue una actitud de viveza. Lo mismo pasaba cuando se daba el robo o choreo de películas de DVD en la feria, justificado por el hecho de ser usados para distraerse en casa y no para ser vendidos. Esas prácticas exigían grandes esfuerzos y se les atribuía valor y reconocimiento. Arriesgarse, en situaciones difíciles, ser astuto y rápido para huir, habilidades implicadas en el robo, eran una forma en que los niños se diferenciaban y se distinguían como hombres. El choreo implicaba virtudes de valentía y coraje para realizar acciones peligrosas, indicando, al mismo tiempo, significados de pertenencia y exclusión, diferenciándolos a través de un nosotros en relación a otros del barrio. En el grupo, el choreo se aceptaba como legítimo y se reconocía, funcionando como un capital simbólico. Llegar al estatus de capo2 y groso3 es haber demostrado coraje y ser viril, obteniendo prestigio, al contrario de ser identificados como zapatos, giles4 o, un insulto mayor, cobardes.

Las relaciones de prestigio y respeto que construyen la masculinidad entre los niños, teniendo como eje el choreo, son debatidas por el autor desde perspectivas diferentes a aquellas que priorizan la explicación del robo como actividad de subsistencia en la vida de los niños en situación de calle (p.85) o asociado a la delincuencia (p.112). Como afirma, al contrario de esos abordajes, el robo, al exigir diversas habilidades consideradas viriles, es una de las formas locales de atribuir significado a la masculinidad entre los niños y nos impone un cuestionamiento sobre “modos, normas y valores legitimados”.

Más que recurrir a la necesidad de cuestionar la legitimidad o no de los “modos, normas y valores” vinculados al robo, creo que deberían resaltarse, ante todo, los efectos de la ambigüedad allí presente: aun cuando se trata de una de las formas en que los niños se atribuyen masculinidad entre sí, en ninguna circunstancia el robo dejó de ser visto como violación de los códigos grupal, local o legal, siendo ignorado, o, por lo contrario, enaltecido. Tal vez el autor pudiese argumentar que el robo no sea una forma de atribuir masculinidad, sino, al contrario, sea apenas una oportunidad propicia para desarrollar y experimentar atributos importantes ligados al coraje y la experticia. El valor central para diferenciarse y distinguirse como hombres estaba en arriesgarse, ponerse en situaciones muy difíciles y tener astucia para huir, como ocurre en situaciones peligrosas en el barrio, relatadas por ellos. Experimentar juegos que satisfacen la necesidad de desafíos, que implican riesgos, tal vez demuestre que la masculinidad está, ante todo, en la habilidad desarrollada para implicarse en aventuras y lidiar con el peligro. El robo podría verse, inclusive, como un desafío que posibilita descubrir cómo el mundo en torno a ellos funciona y cómo pueden o no hacer, cómo pueden ampliar sus capacidades y desarrollar la percepción de sí mismos y entre pares.

Aunque la articulación entre los elementos contenidos en la construcción del dato etnográfico (la masculinidad al andar) esté clara, ella solamente se completa al final de la lectura. Eso pasa, tal vez, porque la presentación del libro se ajusta al formato de presentación de un trabajo académico, donde cada capítulo tiene una introducción y una conclusión. Con cuatro capítulos, la introducción inicial del libro es, en realidad, la presentación y la discusión de los debates teórico-metodológicos que delimitan el tema. Tales debates son más importantes para el tema mientras más se insertan en las sensibilidades jurídicas y políticas ligadas a las infancias en el contexto mundial actual. Los diálogos establecidos por el autor con las tradiciones teóricas de la Antropología y sus diferentes perspectivas, ligadas al tema de los niños, de la infancia, de la socialización de la masculinidad son, de este modo, inseparables de las formas de sobrevivir los niños de Toma Norte, en condiciones estructurales y socioeconómicas de producción de pobreza. Esa es otra gran contribución del libro. El acto de andar en grupo es estimulante no solo por los desafíos, peligros y riesgos que los niños pueden encontrar, sino porque les permite aprender y adquirir conocimientos como niños, viviendo su infancia, dentro y fuera de la escuela, en el barrio y en la casa, entre pares, niñas y adultos. Por ir más allá de las particularidades locales al enfocar las formas que asume la infancia en la pobreza, que se revelan próximas al contexto de otros países como Brasil, la lectura del libro es imprescindible no solo para investigadores y estudiosos de la academia, sino para todos aquellos que trabajan con y entre niños, como profesores, pedagogos, asistentes sociales, psicólogos, educadores sociales, profesionales del campo de la salud y del campo jurídico.

1 – Los niños utilizan varias categorías, según todo indica, provenientes de grupos populares. Zapato significa tonto, timorato o débil. Choreiro, chorro o chorreo son variaciones del verbo robar. Chorro es la categoría usada para identificar al ladrón.
2 – Capo es una categoría que hace referencia a alguien que es muy bueno haciendo algo, un experto.
3 – Groso es alguien muy importante, valioso.
4 – Gil es un término que hace referencia a alguien poco confiable.

Referencias bibliográficas

JARAMILLO, Jesús. Masculinidades al andar: experiências de socialización en La niñez urbana de Neuquén. Buenos Aires: Mino y Dávila Editores, 2018.

Palabras clave: masculinidad, socialización, etnografía colaborativa con niños

Fecha de recepción: 11/03/2019
Fecha de aprobación: 20/04/2019

Regina Coeli Machado e Silva coeli.machado@yahoo.com.br
Doctora en Antropología Social (Museo Nacional/UFRJ), Brasil. Profesora Senior de la Maestría y del Doctorado Interdisciplinar Sociedad, Cultura y Frontera y de la Maestría y del Doctorado en Letras, de la Unioeste (Universidad Estadual del Oeste del Paraná), Brasil. Profesora colaboradora de la Maestría en Literatura Comparada de la Unila (Universidad de la Integración Latino-Americana).