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Aprendizajes y sociabilidades juveniles: la experiencia de las Torcidas¹ Jóvenes cariocas

Las Torcidas Jóvenes cariocas: aprendizajes y sociabilidades

 

Las torcidas organizadas de fútbol se han constituido a lo largo de la historia de este deporte en Brasil como importantes espacios de interacción social. Las Torcidas Jóvenes cariocas constituyen un fenómeno que se desencadena a finales de los años de 1960 e inicios de la década del 70, en los cuatro clubes más importantes de fútbol: Torcida Joven de Flamengo (TJF), Torcida Joven de Botafogo (TJB), Fuerza Joven del Vasco (FJV) y Young FLu (YF). Registradas como Gremio Recreativo Social y Cultural, se organizan en torno a proyectos comunes que encaminan sus acciones. Distinguiéndose de grupos de torcedores existentes hasta entonces, desarrollan una sociabilidad en torno al fútbol profesional, guiada por la comprensión de que la producción de la fiesta en los estadios y la posición crítica y contestataria forman parte de la misma experiencia.

 

De ese modo, estas estructuras jerárquicas inauguran un nuevo patrón de relaciones entre sí y con los dirigentes de los clubes, asumiendo, a lo largo de la década de 1980, un carácter cada vez más profesional. Además de ser asociaciones fluidas, caracterizadas por una gran rotación de torcedores, algunos individuos se implican afectivamente en el cotidiano de las torcidas. Esa implicación militante propicia aprendizajes y participación en relaciones sociales, favoreciendo la creación de lazos sociales, vínculos de amistad y solidaridad, pero igualmente, relaciones de oposición y rivalidad.

 

El aprendizaje está siendo aquí considerado, en la perspectiva de Tim Ingold (2010), como una práctica social relacionada con la cultura, un fenómeno social y colectivo, que se desarrolla a partir de la inserción de los individuos en ciertos contextos, y no como resultado de la mera transmisión de informaciones pasadas de una generación a otra. No se trata de un conocimiento comunicado, sino, en los términos del autor, de un “redescubrimiento orientado”, de la “educación de la atención”. Eso significa que los propios sujetos construyen el conocimiento, “siguiendo los mismos caminos de los predecesores y orientados por ellos” (2010, p.19).

 

Los miembros que poseen una larga trayectoria en las torcidas son admirados y vistos como “depositarios” de un saber colectivo, de tradiciones que les confieren notoriedad, respeto y poder y, por eso mismo, son referencias en el proceso de iniciación de los novatos.

 

La condición de torcedor organizado envuelve un conjunto de aprendizajes corporales y sentimentales que se dan en los estadios, en las sedes, en los viajes, en las fiestas de confraternización. Además de eso, la inmersión en la cotidianidad del grupo posibilita la socialización en procedimientos relacionados con las exigencias de la vida asociativa, tales como: la división de tareas, la organización de los subgrupos, de las caravanas, la definición de estrategias de acción y el desarrollo de proyectos y campañas sociales. Esos aprendizajes se posibilitan porque los sujetos están situados en un contexto de prácticas, “en un mundo real de personas, objetos y relaciones” (Ingold, 2010, p.19).

 

Espacios marcadamente masculinos, incluyen jóvenes entre 14 y 25 años, de diferentes orígenes y trayectorias socioculturales. Las Torcidas Jóvenes son valorizadas como espacios democráticos, abiertos a varias ideas y personas, “una muestra de la sociedad”, “donde hay de todo”, proporcionando experiencias de alteridad, el encuentro entre diferentes, unidos por un mismo ideal – el amor al club –, y que comparten en un momento dado una definición común de realidad (Velho, 1994).

 

Hay varios torcedores aquí, varios integrantes nuestros que hablan de política… otros están más próximos a Dios y así. Unos más próximos al Diablo, ellos lo dicen, que Dios me perdone. Hay varios tipos de integrantes aquí, aquí hay de todo.

 

Aprendí mucho, porque la torcida es una muestra de la sociedad. Hay personas ricas, con dinero, que son mimados, ¿no? O aquellos que tienen dinero y son revoltosos, están los que no tienen dinero que de repente hacen de todo para caer bien, y están aquellos que son super honestos…

 

Hay un mundo de seres humanos allí: asaltantes, drogados, personas de bien, trabajadores. Hay de todo. Mezcla de todo dentro de un medio allí y ese medio, ¿qué es? El fanatismo por el equipo, que une a esas personas en un mismo pensamiento, ideal (Teixeira, 2003).

 

Ser de JOVEN implica asumir compromisos, acatando reglas y formas de acción típicas de esos agrupamientos: ir a juegos, viajar, protestar, incentivar siempre, a partir de conductas dirigidas por los liderazgos. Formas de comportarse y de expresarse están en el centro de la experiencia estético-corporal. Torcer es una acción ritualizada. Gesticulando, gritando, batiendo palmas, manteniéndose de pie, desafiando con sus cánticos al rival, agitando y batiendo banderas, en una sincronía y cadencia marcadas por el ritmo de la batería, los torcedores organizados hacen visible su forma de concebir y vivenciar el fútbol. El estadio ha sido el palco de creación, actuación y experimentación para que los personajes-torcedores escenifiquen su pasión por el club, demostrando relaciones de afecto y/o hostilidad. Ser aceptado y reconocido como miembro significa “ponerse la camisa”, hacer parte de una tradición, encontrar iguales, personas que se sienten del mismo modo:

 

Era un torcedor solitario. Ahí cuando entré para Joven yo me sentí que había muchos locos iguales que yo, que no era el único (…) negro sacrificaba el trabajo, otros la vida. Por ejemplo, la mujer a la que no le gusta mucho el fútbol no va a asimilar que le digas así, por ejemplo: “mi amor, voy a viajar y regreso en una semana” (Teixeira, 2003, p.120).

 

A través de esa implicación física y emocional es que la pasión por el club se convierte poco a poco en la idolatría por la propia torcida. Tal sentimiento es traducido como dedicación, entrega, sacrificio. Para algunos, la torcida es como una religión, “peor que las drogas”, un “vicio”. Una hermandad de la que alejarse provoca sufrimiento y depresión.

 

Es lo siguiente, cuando tú entras en la torcida es porque te gusta el fútbol… A partir del momento en que entras en la torcida, ya comienza a gustarte más la torcida que el propio fútbol.

Nosotros nos dejamos llevar de una manera que cuando tú vienes a ver estás solo viviendo para aquello, solo para Joven (Teixeira, 2003, p.120).

 

Traducida al lenguaje del afecto, la torcida aparece como un valor fundamental en la constitución de la identidad de esos individuos, dirigiendo acciones y representaciones. Funciona como un hilo conductor que organiza las otras esferas de la vida social.

 

Las emociones, siendo producto de un conjunto de representaciones y relaciones sociales, se relacionan en este caso a nociones de riesgo y seguridad, (auto)control/descontrol. De ese modo, lejos de ser universales, naturales o internos, los sentimientos no son inmunes a la acción de la sociedad y de la cultura (Rezende; Coelho, 2010). Se trata de expresiones colectivas que el individuo aprende a experimentar a partir del repertorio cultural de los grupos de referencia (Mauss, 1979), de las comunidades de sentimiento en las que está implicado. Es desde esta perspectiva que la pasión por el club de fútbol y por la torcida se tornan, muchas veces, el lado subyacente de la experiencia de torcer. La disposición a la lucha en defensa de la agrupación se apoya en ciertos patrones de masculinidad, difundidos en el medio, que valorizan la honra, el coraje y la virilidad como cualidades fundamentales. Cuando la adhesión es encarada de forma incondicional, la pasión puede tornarse doblemente peligrosa, porque, o puede conllevar a que el torcedor rompa con sus vínculos familiares, amorosos, profesionales o, incluso, a la confrontación física, cuyas consecuencias no pueden ser previstas. Históricamente, las intolerancias se subordinan a una red de alianzas que se establece entre torcidas amigas y enemigas. Entre las enemigas se da la hostilidad y entre las amigas, el apoyo y la solidaridad. No obstante, las tensiones también se dan entre torcidas de un mismo club y, a veces, en el interior de una misma torcida, como se ha observado más recientemente en virtud de las disputas financieras y territoriales por prestigio y/o poder.

 

Entre finales de los 80 e inicio de los 90, una serie de embates entre integrantes de torcidas rivales y, entre estos y las fuerzas policiales, colocaron a estos grupos en la mira de los medios de comunicación y de las autoridades. El caso más emblemático fue la llamada “Batalla Campal”, confrontación que implicó a integrantes de la torcida de Mancha Verde, del Palmeiras, y de la Tricolor Independente, de São Paulo, que tuvo lugar en el césped del estadio de Pacaembu, en São Paulo, en 1995. A partir de entonces, se observó un creciente proceso de criminalización del torcer. Consideradas un problema social, la punición y la represión se convirtieron en las estrategias privilegiadas por el poder público para enfrentar la cuestión.

 

Rosana da Câmara Teixeira rosanat@id.uff.br

Doctora en Antropología (PPGSA-UFRJ). Postdoctora en Antropología Social (Museu Nacional – UFRJ). Profesora de la Facultad de Educación de la Universidade Federal Fluminense (UFF), Brasil. Autora del libro “Os perigos da paixão. Visitando jovens torcidas cariocas” (Annablume, 2003), resultado de la disertación de maestría, ganadora, en 1999, del Prêmio Carioca de Monografia (Secretaria Municipal das Culturas do Rio de Janeiro) y del libro “Krig-ha Bandolo! Cuidado Aí Vem Raul Seixas” (7 letras, 2008), tesis de doctorado que recibió financiamiento de la FAPERJ.