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El androcentrismo y el adultocentrismo en los estudios sobre lo juvenil en Argentina

Pistas para el estudio de las juventudes desde perspectivas no sexistas ni adultocéntricas

Luego de este recorrido y reconociendo la necesidad de desarrollar análisis críticos que no reproduzcas miradas adultocéntricas y androcéntricas, en este punto buscamos delinear algunas pistas teóricas-metodológicas.

Nos preguntamos qué estrategias podemos proponer para la comprensión de las, los y les jóvenes, que propendan al reconocimiento de las voces juveniles sin las lentes del mundo adulto. Proponemos tres pautas a tener en cuenta. Por un lado, evitar naturalizar las condiciones juveniles a través de su historización. Esto supone una conceptualización de las juventudes como un proceso cuyas características están influidas por la inscripción social, política, cultural y económica en cada formación socio-histórica. Es una categoría que cobra significado situada en el mundo social por ello es necesario que su estudio tenga un carácter relacional con la situación histórica y social en la que viven los/as sujetos (Duarte, 2015; Margulis; Urresti, 1996; Urresti, 2000; Vommaro, 2014); atendiendo a la diversidad de las mismas a través de herramientas teóricas, políticas y de método que permitan evidenciar esa pluralidad.

Por otro lado, la incorporación de la conflictividad social como un elemento constitutivo del quehacer juvenil y a los/as jóvenes como sujetos en sociedad. Reconocer las relaciones de poder y dominación presentes en sus diversas dimensiones: generacional, de clase, étnica, de género. Nuestros métodos y enfoques deben relevar ese carácter social y las relaciones que establecen con la estructura social.

Finalmente, el reconocimiento de las tensiones generacionales con el dominio adultocéntrico como dimensión que combina elementos materiales y simbólicos donde los/as jóvenes desarrollan sus acciones cotidianas (Duarte, 2015; Pérez Islas, 2000; Vommaro, 2014). A veces éstas pueden ser resueltas por les jóvenes reforzando las lógicas adultocéntricas y otras cuestionándolas. Es importante recordar que esas tensiones generacionales pueden surgir con actores vinculados a las prácticas juveniles en estudio y, también, con quienes desarrollan la investigación; por lo tanto, les investigadores deben prestar atención a cómo se genera y operan las mismas.

Por todo ello, un camino puede ser el desarrollo de una propuesta teórico-metodológica que define a las juventudes desde la perspectiva generacional y con una metodología cualitativa. Denzil y Lincoln (1994) afirman que quienes realizan estas investigaciones buscan responder a preguntas sobre cómo se produce la experiencia social y con qué significados; haciendo foco en la construcción social de la realidad, la relación íntima entre investigador/a y lo que estudian y las constricciones del contexto. La metodología cualitativa habilita el acceso a las voces y las producciones juveniles y es compatible con los enfoques situados desde la pluralidad juvenil que historizan la condición social y se interrogan por las relaciones de poder que experimentan los/as jóvenes. Sumado a esto, es necesario desarrollar una una vigilancia epistemológica permanente para no caer en la reproducción de prácticas e imaginarios adultocéntricos. Otra línea de exploración puede venir del diálogo de los estudios de juventudes con aquellos que trabajan desde el co-protagonismo infantil como nuevo paradigma de infancia (Liebel, 2007; Morales; Magistris, 2019).

El otro interrogante que guía este trabajo es cómo hacemos visibles las relaciones de género en nuestras investigaciones. Ahí, los estudios de las mujeres, feministas y de género3 han abierto el camino con un largo debate sobre el proceso de generación de conocimiento científico, revelando la dinámica de producción de identidades de género diferenciadas y las relaciones de desigualdad, poder, exclusión, dominación entre mujeres y hombres. Si bien estas situaciones se interpretan de formas distintas según las diferentes teorías feministas, todas concuerdan que la situación social de las mujeres es fruto de un orden social injusto.

Como hemos visto, incorporar o no la perspectiva de género en nuestras investigaciones influye no solo en el conocimiento sino también en las relaciones de poder:

Las investigaciones no sexistas exigen que las relaciones de género se hagan visibles, para ello es preciso tener en cuenta a las mujeres, sus experiencias y su diversidad, así como considerar el papel de las relaciones de género en cualquier análisis social que se vaya a realizar. A la vez, las investigaciones no sexistas suponen un importante cuestionamiento del método de producción científico (Díaz Martínez; Dema Moreno, 2013, p. 69).

La respuesta de cómo podemos hacerlo se sitúa en el plano epistemológico y metodológico y va de la mano de la necesidad de cuestionar el lugar desde el cual estamos produciendo conocimiento. La perspectiva epistemológica en nuestras investigaciones debe ser clara, ya vimos que la ausencia nos lleva a reproducir miradas androcéntricas y sexistas. En este punto, los estudios de mujeres, de género y/o feministas, de la mano de las perspectivas interpretativas, son insumos muy ricos para tomar como base y desde allí preguntarnos ¿qué tipo de conocimiento queremos generar? ¿qué postura queremos adoptar en la trama de relaciones de poder que están presentes en el campo de producción de conocimiento científico? ¿qué relación se establece entre el/la/le sujeto que investiga y quien es investigado/a/e?

Los métodos convencionales han invisibilizado las relaciones de género y las teorías feministas han emprendido una búsqueda propia. La preocupación por el desarrollo de métodos específicos o la adaptación de los tradicionales generó un amplio debate en la década del ochenta y noventa y se obtuvieron una pluralidad de posiciones, cuyo eje fue la relación entre teoría, método y técnicas. Sin profundizar en este debate, podemos afirmar que el método tiene una importancia decisiva (ya sea un método genuinamente feminista o convencional adaptado) porque nos tiene que permitir revelar las relaciones de género y las diferencias entre hombres, mujeres y personas de la comunidad LGTTBIQ+ en relación al fenómeno que estamos estudiando.

Si hacemos un recorrido por los estudios con perspectiva de género, de mujeres y/o feministas, podemos ver que la mayoría han optado por técnicas cualitativas, haciendo contundente su similitud con la sociología interpretativa al destacar la importancia de incorporar las miradas y voces de los/as actores involucrados/as. En el campo de los estudios de juventudes las entrevistas son una de las técnicas más elegidas, pero, como ya vimos, las mismas han estado en su mayoría cargadas de sesgos sexistas. Por ello, nos parece interesante exponer la propuesta de Oakley (1981) de las “entrevistas no sexistas”, de generar una relación igualitaria en la que se asume que todas las personas participantes tienen algo que aprender y, a la hora de formular las preguntas, no reproducir los patrones sexistas ni las miradas androcéntricas. Esto se complementa con una contextualización que atienda a las situaciones dispares entre varones y mujeres, que no caiga en los sesgos sexistas y que de cuenta, de la mejor manera posible, de una sociedad marcada por relaciones de género desiguales.

3 – El desarrollo de la perspectiva de género en la ciencia es un proceso que se inicia en la década del sesenta y se ha ido enriqueciendo con los aportes desarrollados desde las diferentes latitudes. Para ampliar se puede consultar: Harding (1996); Barrancos (2005); Gargallo (2012); entre otras.
María Victoria Seca victoriaseca@gmail.com

Licenciada en Sociología (UNCuyo, Mendoza, Argentina), especialista en Políticas Públicas (CLACSO) y doctoranda en Ciencias Sociales (UNCuyo). Participa en diversos proyectos de investigación sobre temáticas de juventudes, participación, género y educación.