Foto: Flávio Pereira

La curiosidad en la adopción: ¿terreno pantanoso o cuestión de salud psíquica?

La adopción se caracteriza por la formación de un lazo afectivo y jurídico entre un niño que no ha podido ser creado por sus progenitores y padres que han elegido crear a un niño con el que no comparten parentesco directo consanguíneo.

De parte del adoptado, hay una historia anterior, en la que hubo una ruptura en el contacto con sus padres biológicos. Estos no han podido o no se han dispuesto a participar en el proceso de desarrollo del hijo y, muchas veces, han vivido situaciones verdaderamente traumáticas. En general, son personas en alto grado de desamparo financiero y afectivo, o incluso, algunas veces, con comprometimiento psíquico considerable. En la gran mayoría de los casos, la genitora no cuenta con el apoyo del padre del niño. La separación entre la madre y el niño puede ocurrir en diversas edades, pero suele darse cuando el hijo todavía es pequeño.

El niño siente los efectos de esa separación, que dependerán tanto del momento y las condiciones en las que se llevó a cabo, como de sus características propias. Podemos afirmar que esta situación representa un trauma, que podrá ser sentido como una leve cicatriz, o, en casos más graves, como una herida abierta. Si la discontinuidad del contacto con la madre biológica ocurrió justo al inicio de la vida del hijo, cuando bebé, este no guardará recuerdos conscientes de ella o de lo que pasó. Por otro lado, la experiencia clínica nos muestra que en estos casos hay algún tipo de registro afectivo de lo vivido, sin palabras, y que corresponde a lo que la psicoanalista Melanie Klein (1957/1991) denominó “recuerdos en sentimientos”. A través de tests psicológicos proyectivos o la transferencia en la situación analítica, nos sorprendemos de la presencia de esas memorias inconscientes.

En los casos de adopciones tardías, o sea, las que se dan cuando el niño tiene más de dos o tres años de vida, ya se puede hablar de recuerdos más explícitos del ambiente anterior a la adopción. Estos pueden incluir el contacto con los genitores, o incluso, el/los centro(s) de acogida donde vivió hasta la adopción. Aun así, cuando se habla con el niño sobre ese periodo, solemos encontrar una memoria selectiva, permeada por sus fantasías y llena de huecos. En función del dolor presente, muchas veces los niños quieren olvidar esas vivencias que los remiten a sentimientos de abandono, desamparo y anonimato. Al ser adoptados, satisfacen su necesidad primordial de vivir en una familia y ser amados por padres presentes, especialmente cuando el proceso de adopción se lleva a cabo de forma satisfactoria.

La historia de los padres adoptivos también es un importante elemento a ser considerado en ese proceso. La mayoría de las veces, han adoptado por cuestiones de esterilidad de uno o ambos cónyuges y han hecho una serie de tratamientos frustrados hasta que decidieran recurrir a esta forma de parentalidad. La adopción les propicia la valiosa experiencia de satisfacer sus instintos maternos y paternos y construir una familia. Sin embargo, no siempre la imposibilidad de generar hijos es bien elaborada y ello puede repercutir de forma negativa en la relación con el niño. En esos casos, los comportamientos del hijo que desentonan de las expectativas de los padres les hace siempre recordar “que no lo han engendrado”. Son las llamadas ‘fantasías de la mala sangre’ (Levinzon, 1999, 2004, 2014a), que están asociadas a sentimientos de rechazo inconscientes.

Hay otras motivaciones posibles para la adopción, como el conocimiento anterior del niño, alguna forma de parentesco, la elección de determinado sexo, el miedo al embarazo, el intento de sustituir un hijo perdido, el deseo de tener otro hijo cuando se ha alcanzado cierta edad en la que ya no es posible quedarse embarazada, la identificación con la huerfanidad, la falta de pareja, entre otras. Además hay un deseo ‘de hacer el bien’, que trae importantes complicaciones en el convivio sincero con el hijo, puesto que se pasa a esperar ‘gratitud por el bien hecho’. Podemos afirmar que la motivación para la adopción representa un telón de fondo que prenuncia salud o turbulencia emocional, según lo bien que haya sido elaborada psíquicamente. Actualmente, la exigencia legal de que los padres adoptivos pasen por grupos preparatorios para la adopción busca minimizar los efectos de esas variables.

Dentro de este panorama general, podemos afirmar que la cuestión de la curiosidad es clave en el mundo adoptivo, en lo que se refiere tanto al niño, como a los padres adoptivos. De parte del niño, representa la búsqueda por una parte de su identidad, de su historia anterior. De parte de los padres, configura el enfrentamiento a la situación de no consanguinidad con el hijo, con los desarrollos reales e imaginarios de esa condición.

Mi objetivo, en este trabajo, es examinar escrupulosamente el tema de la curiosidad en el mundo adoptivo, resaltando los aspectos que indican salud psíquica y los que señalan bloqueos psicológicos, acompañados del análisis de material clínico.

Gina Khafif Levinzon ginalevinzon@gmail.com

Psicoanalista, miembro efectivo de la Sociedad Brasileña de Psicoanálisis de São Paulo, Doctora en Psicología Clínica-USP, profesora del Curso de Especialización en Psicoterapia Psicoanalítica CEPSI-UNIP, São Paulo, Brasil.