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Juventudes en espacios marginales: Una aproximación metodológica

El “adentro” / “afuera” y la noción de lo extraño en el proceso de investigación

Dentro se supone que estaremos al amparo de las inclemencias de un mundo exterior que para la cultura moderna – desde Descartes y la Reforma – aparece devaluado. El descredito de lo externo da por sentado que afuera y más cuando nos alejamos del sagrario de la propia subjetividad, todo es banal, pasajero, frío y que allí nos aguardan – dicen – todo tipo de peligros físicos (Delgado, 2007).

Lo externo como devaluado es un tema que toca con la extrañeza, “el extranjero”, como lo conceptualiza Simmel (2012) y lo que ello produce, es algo que quiero apuntar en esta discusión. Los/as jóvenes que viven en calle no sólo viven en el ámbito marginal, sino en el ámbito externo-devaluado de la extrañeza y la distancia social.

La familia, un símbolo que aparece en los relatos y prácticas de los jóvenes también se reconfigura en el “afuera” y la noción de “hogar” no como un ente cerrado. Afirma Arendt (2009, p. 211), “la acción, […] nunca es posible en el aislamiento, estar aislado es lo mismo que carecer de la capacidad de actuar […]”.

Entonces era “la extraña”, “la forastera” en palabras de George Simmel (2012):

La unión de lo próximo y lo lejano, propia de toda relación humana, adquiere en el fenómeno del extranjero una configuración que puede resumirse de este modo: si la distancia dentro de la relación significa la lejanía de lo cercano, el extranjero supone la cercanía de lo lejano. El ser extranjero constituye, naturalmente, una relación perfectamente positiva, una forma especial de interacción […] es un elemento cuya posición supone al mismo tiempo exterioridad y confrontación (p. 21).

Esta exterioridad inicialmente me permitía el juego del “dentro” y el “afuera”. Era un elemento de confrontación, pero también uno que era lejano en la cercanía, era desconocida pero existente ya en sus marcos de referencia. La forastera o “la extraña”, “lo extraño”, “lo desconocido”. ¿Qué nos produce “lo extraño”, “lo desconocido”? , ¿cómo nos relacionamos con lo extraño? Retomar las discusiones de Simmel en torno al “ser extranjero”, me permite reflexionar el momento en el cual dejo de ser extraña, o forastera dentro del Colectivo Taxqueña; ¿en qué momento soy integrada e invitada a compartir los alimentos, el tiempo, sus espacios, sus actividades?

Primeramente, mi interés fue encontrar algún tipo de vía hacia la transformación de la noción de “forastera”. Las creencias previas construidas en torno a ellos y al espacio de la calle ligado a la inseguridad generaban barreras y distancias que obstaculizaban el acercamiento.

Al respecto de las barreras y la construcción del miedo, platicando con una líder de equipo en una organización, mencionaba su temor acerca de mi inserción como investigadora en calle sin una protección y respaldo institucional, lo que me sometía a los riesgos de estar en dicho espacio. El miedo en este sentido fue nombrado en diferente forma y si bien advierte sobre posibles peligros presentes en calle, también es un elemento que interviene negativamente para lograr una proximidad con un “otro”; es así como el miedo y los prejuicios se cuelan en la interacción social y afectan la forma de relación social. En este sentido:

La localización de lo incierto, las limitaciones en el uso del espacio, los imaginarios del otro, y el manejo espacial del temor, entre otros, son algunas de las formas en las que el miedo se materializa en la ciudad. Todo esto en definitiva contribuye a evidenciar cómo las emociones se filtran en los entornos sociales, así como en las experiencias subjetivas de los individuos. En este sentido se confirma la relevancia simbólica de los lugares en tanto se relacionan directamente con las emociones que evocan (Aguilar; Soto, 2013, p. 15).

En tal tenor, si bien la calle no cuenta con murallas físicas, sí se crean “murallas simbólicas”, como lo nombra Rossana Reguillo (2008, p.66), donde el rostro del extraño también sería una alteridad amenazante. El miedo circula tanto en este espacio devaluado como en este “tejido de significados”, como lo expone Le Bretón (2013, p.70) cuando refiere a la emoción cargada de un tono afectivo.

En otra vertiente, estas barreras surgidas me permitieron discutir sobre procesos psicosociales que también tocan al investigador dentro del mismo proceso de investigación. En este sentido, George Devereux (2012) advierte que existe afectación en la relación entre observador y sujeto, teoriza sobre las transferencias y contratransferencias que se producen y con ello la ansiedad surgida de esta cercanía dentro del proceso investigativo. La pregunta no sólo era ¿por qué se producen estas ansiedades? sino, ¿cómo estás ansiedades se despliegan en el proceso de investigación generando una intervención en el mismo?

El primer día que conocí a las/os integrantes del Colectivo Taxqueña, inicialmente me acerqué a la madre de Gloria, quien no era parte de la agrupación, pero sí se ligaba a ella por el vínculo con su hija. Después me dirigí a Gloria para exponerle la intención de mi presencia. Permitieron que me sentara en su sillón y al paso de varias horas, se fueron acercando Raúl y Arturo, más tarde Fabián; me contaron historias de su vida. Raúl se levantó la playera y me enseñó una gran cicatriz producto de una cuchillada; en ese momento me veían como una proveedora que podría llevarles algún tipo de ventaja. De alguna manera, ya estaba dentro de un territorio físico, mas no “dentro” de un territorio simbólico. Posteriormente, llegó la madre de Fabián con comida, me invitaron a comer con ellos/as. Ese fue un momento importante, me dieron de comer, y reían.

Posteriormente, mientras ingresaba a las prácticas que el colectivo de jóvenes me permitía compartir, me debatía entre diversos quehaceres como investigadora y que tocan el ámbito de la ética. Inicialmente, estaba impreso el signo del secreto de mi propia identidad como estudiante de un posgrado; a medida que iban pasando los días, se me hacía difícil seguir manteniendo ese secreto, por diversas razones; consideraba que el miedo que en un primer momento transitaba en mí se había disipado. Primeramente, debido a la sensación de confianza y, posteriormente, porque los integrantes del Colectivo me concedían cierto cuidado ante los peligros tanto al interior como al exterior de sus territorios. En segundo lugar, esa sensación de “reciprocidad” me traía inquietudes al pensar que la “verdad” era un valor que debía retribuir, dado el cuidado y la apertura, así como la pertenencia que me proveían. Esa tensión que experimentaba era producto de mi lugar como investigadora y mi forma de inserción, así como del camino elegido para transformar los modos de hacer investigación cualitativa.

En este último punto, la agrupación me compartió su desconfianza por los “extraños”, ya que, a su decir, en una ocasión se quisieron llevar a Gloria argumentando que eran de IASIS (Instituto de Asistencia e Integración Social), por lo que, derivado de los riesgos que provee la calle, surgen tales desconfianzas.

El estar “dentro” también dependía de la transformación de mis modos de hacer investigación; no fue una condición rígida o estática, de ahí que la noción de sujeto conocido de Vasilachis de Gialdino (2006) revierte una importancia en esta investigación. Afirma: “la posibilidad de que el sujeto conocido sea al mismo tiempo una parte activa en la construcción cooperativa del conocimiento y una presencia no obscurecida o negada, sino integralmente respetada en la transmisión de éste” (p.52). Fueron los/as jóvenes que viven en calle, y específicamente con quienes tuve contacto, quienes fueron partícipes del propio proceso de construcción de saberes. En la interacción entre investigadora y sujeto conocido se desplegaron esas vetas de interpretación.

En una ocasión, caminaba por los multifamiliares y había un conflicto con uno de ellos, tenía una congregación de policías alrededor, porque, a decir de los policías, uno de los jóvenes (Colectivo Taxqueña) había pateado a un vecino damnificado dentro del comedor comunitario, motivo por el cual les negarían a todos/as el ingreso; cuando me vio Fabián (no fue el que generó el disturbio pero se asumía como líder hablando por todos/as), pidió mi apoyo para decirles a los elementos de seguridad que a Fabián lo conocía y que él era tranquilo, y decidí confirmar lo que decía con base a la relación hasta ese instante generada. Los policías se retiraron, y sentí la alianza con Fabián, quien me dijo que a partir de ese momento nadie del Colectivo me iba a tocar; sitúo este evento como un accidente que me permitió cierta relación dentro del colectivo de jóvenes que no hubiera tenido, si no hubiera estado en la calle.

Así, participar de su dentro en términos de acercarme a sus subjetividades tanto en la dimensión singular atravesada en su dimensión colectiva generaba en mí, como investigadora, un trayecto. El dentro se construye. El estar afuera también comporta una elección o no, dependiendo de las tensiones generadas en el dentro.

La primera vez que Esteban me invitó a entrar en su espacio de vivienda debajo del puente, aún no entendía bien las reglas del espacio. Ese día, cuando recibí la invitación, estaba platicando también con Saúl; me trasladé a unos pocos metros para entrar en la que podría ser una habitación construida en ese espacio público. Le pedí a Saúl que se sentara junto a mí, él se acercó, pero no entró, porque no había sido invitado. Eran del mismo colectivo, pero los conflictos entre ellos también generaban una delimitación del “dentro” y “afuera” en términos de territorios, la intimidad dentro del espacio público.

El “dentro” y el “afuera” tienen sentido desde diferentes referentes. El espacio en sí mismo no crea un “dentro” o un “afuera”, sino los significados asignados por determinados sujetos o grupos humanos. La acción de Saúl permitía visualizar las tensiones internas en el grupo, pero también las reglas implícitas. ¿Qué significaba entrar en el espacio sin ser invitado? Había una historia en donde la violencia se hacía evidente, real o imaginaria. Un asesinato de un integrante en el cual se señalaba a Esteban como el responsable, y aunque no había sido comprobado, la duda jugaba en su imaginario grupal. En este sentido, el miedo también es uno de los elementos que intervienen para delimitar el contacto con los demás.

A lo largo de mis diversos contactos con el colectivo de jóvenes, otros cuestionamientos eran ¿Soy parte del grupo?, ¿debo quedarme a vivir con ellos/as? Otro interrogante hacía referencia a la experiencia que había dado paso a esas otras formas de vivir en la calle y de la calle.

Nunca podría estar tan “dentro” como ellos lo estaban de ese “entre” que habían construido en el espacio al cual alguien le había bautizado “bajo del puente”, un espacio tanto físico como simbólico, un “entre” en el cual las historias singulares se entrelazaban para formar una red afectiva que se encubría tras el rostro del “extraño”. Este ámbito de lo común y lo construido en ese “entre” toca con el tema de la proximidad. “La capacidad de que alguna cosa, o más bien algunas cosas, y algunos, estén ahí, es decir que ahí se encuentren los unos con los otros o entre ellos, siendo el con y el entre, precisamente, no otra cosa sino el lugar mismo, el medio o el mundo de existencia” (Jean Luc-Nancy, 1999 apud Esposito, 2003, p.17). Este punto de encuentro, de comprensión y cercanía me exigía, por un lado, una inquietud acerca de su creación en el contexto de calle y, por otro, los desafíos que imprimía mi lugar como investigadora.

Ciertamente, no sabía qué era dormir en la calle, vivir el sentimiento de desarraigo de lugares a donde se perteneció en algún momento o generar esa tensión por sobrevivir en el día a día, pero sí logré experimentar lo que se siente ser recibida “dentro” de un colectivo callejero de jóvenes. En tal punto, uno de mis cuestionamientos era ¿qué tan cerca se debía estar para generar una comprensión?

Esta línea delgada que separa al sujeto investigador/a del sí mismo que le constituye se trastoca cuando tiene que interactuar en un “dentro”, aún cuando el lugar que ocupaba mi presencia y el “dentro” en el cual me insertaba no era el mismo que el construido por los/as jóvenes del Colectivo Taxqueña.

Después de mi primer contacto y la aceptación de mi presencia en su territorio, considero, fue uno de tantos en los cuales la imagen de “extraña” se fue diluyendo en la relación cotidiana. Fui con la intención de generar actividades, les pedí que pintaran en una hoja de papel craft lo que significaba vivir en ese espacio, y lo hicieron, algunos estaban muy cooperativos. Pero me di cuenta que la actividad era una acción construida previamente y no por ellos, aunque todo lo que se integraba al territorio rompía la rutina cotidiana de su día a día y tales actividades también generaban un conocimiento. Les pregunté qué les gustaba hacer o qué les divertía, les llevé un balón, estuvimos jugando por varias horas; sin embargo, después me fueron enseñando los juegos que no necesitaban de cosas compradas; podían jugar generando sus propios juegos con materiales a su disposición, como el juego de poliana, el cual se juega dentro de la cárcel y que ellos habían confeccionado con un pedazo de cartón, y un marcador para distribuir las casillas, las fichas era cacahuates o piedras que tomamos del piso. Después, sólo iba para compartir el día, era lo único que tenía que hacer.

Por tanto, he retomado algunas perspectivas teórico-metodológicas que permiten la reflexividad o la explicitación de la implicación en tales procesos: Bourdieu (2003) habla acerca de la reflexividad, generar tal proceso permite no sólo una pretendida vigilancia epistemológica, sino también un cuestionamiento a las perspectivas esencialistas o funcionalistas de hacer investigación, así como un cuestionamiento al lugar del investigador/a. “Lo que se pretende objetivar no es la especificidad vivida del sujeto conocedor, sino sus condiciones sociales de posibilidad y, por tanto, los efectos y los límites de esa experiencia y, entre otras cosas, del acto de la objetivación” (162-163).

Desde las metodologías horizontales, se pone en práctica el modelo dinámico de interacciones en constelaciones: “Cada persona forma parte de una constelación relacional de diversos actores que son caracterizados por múltiples lógicas, prácticas y discursos, debido a su posicionamiento en determinados campos sociales, institucionales y contextos poscoloniales” (Corona; Kaltmeier, 2012, p. 35). Corona y Kaltmeier, refieren que para “evitar el narcisismo de la autoreflexividad, criticado por Bourdieu (1995), es importante considerar la construcción social del saber”. Retomando el modelo dinámico de interacciones por constelaciones, se permite la descolonialización del saber a través de un análisis de los diferentes actores involucrados en los diversos momentos del proceso de investigación.

Desde el análisis institucional René Lourau (2001), al hablar de implicación, refiere la importancia de dar cuenta de las diferentes relaciones en las cuales se está inmerso dentro de la multiplicidad de grupos de referencia y pertenencia desde los cuales se genera una comprensión de las realidades sociales.

La transversalidad, en tal contexto, me permitió exponer el entrecruzamiento que he venido discutiendo, así como poner en cuestión mi relación como investigadora.

La transversalidad reside en la conciencia confusa de pertenecer a un todo que nos vuelve semejantes a los demás y, por lo tanto, susceptibles de estar siempre presentes en nuevos repartos del botín entre “semejantes”. La pertenencia próxima o lejana, objetiva o imaginaria, o bien simbólica es el criterio de participación. Para estar en condiciones de participar hay que poseer ricas pertenencias; para poder dar, hay que poseer (Lourau, 2001).

Al respecto, quiero apuntar que este conjunto de relaciones conscientes o no, como lo expone Rene Lourau, que existen entre el actor y el sistema institucional, así como lo que se produce en ese contacto, es lo que durante este apartado se discute, con la finalidad de dar comprensión a los caminos que llevó este proceso de construcción de saberes. Así la enunciación de los diversos actores y los procesos psicosociales generados permiten una vigilancia epistemológica.

Para el caso de esta investigación retomo la etnografía multisituada porque había decidido, derivado de lo antes señalado, que mi ingreso a la compresión de las realidades sociales de jóvenes en procesos de precarización social sería dentro de su propio contexto. Para ello, la etnografía multisituada me generó una vía que primeramente debía ser comprendida.

Las lógicas culturales, tan buscadas en antropología, son siempre producidas de manera múltiple, y cualquier descripción etnográfica de ellas encuentra que están, al menos parcialmente, constituidas dentro de sitios del llamado i.e. (instituciones interconectadas, de medios de comunicación, mercados, estados, industrias, universidades; las elites mundiales, expertos y clases medias).

George Marcus (2001, p.112) explica que “las estrategias de seguir literalmente las conexiones, asociaciones y relaciones imputables se encuentran en el centro mismo del diseño de la investigación etnográfica local (multisituada)”, por lo que el acercamiento a tales colectividades solamente tendrá sentido dentro de estas conexiones. La movilización y las conexiones a seguir están dadas no sólo en sentido topográfico a lo largo de diferentes lugares dentro del espacio público como son: el comedor comunitario, los lugares de recreación, de trabajo, la Basílica de Guadalupe, la convivencia en otros puntos de encuentro, y en medios institucionalizados, así como los desalojos, entre otros, sino que también se proponen diferentes formas de seguirles en esos movimientos, entre lo que se encuentran “seguir la trama, historia o alegoría” y “seguir la vida o biografía”. Al respecto, el seguir su historia es imprescindible, dado que tales historias singulares y de grupo se cuelan a través de sus pláticas.

Así, el adentrarme desde la etnografía multisituada en la vida cotidiana de los jóvenes del colectivo Taxqueña, implicó seguir sus trayectorias, no sólo de movilidades en términos de territorios físicos, sino de la historia colectiva y de los acontecimientos surgidos. Había una memoria del colectivo que logré captar a través de sus narrativas, de notas periodísticas (de años previos) sobre desalojos de dichos jóvenes del territorio, algunos de ellos con violencia física ejercida hacia ellos por parte de cuerpos policiales, que provocó en algunos casos, por ejemplo, en Saúl, la pérdida de la vista por la defensa de su territorio y de sus compañeros. Esas notas periodísticas las crucé con las narrativas de lo que ellas/os referían de su grupo y de sí mismas/os. De igual forma, a lo largo de mi contacto con el colectivo me fueron refiriendo documentales y páginas de facebook que otros grupos de investigación habían creado a partir de investigaciones previas. Por lo que, hubo diversas herramientas que se me fueron presentando a través del proceso de intercambio en el día a día con dichos jóvenes como el uso de la imagen fija que ellos tomaron del espacio público y que contaban historias. Se trasminaba diversos discursos, entre ellos un discurso de desprecio hacia ellos/as que legitimaba su desalojo de los espacios públicos. De ahí que mi interés fuese el ingresar a tales realidades desde un contacto más cercano.

Quiero aclarar que no todos los intercambios en calle son similares, ni los grupos que están presentes en el espacio público, razón por la cual insisto en la acotación de la agrupación de jóvenes Taxqueña para diferenciarlo también de los grupos de delincuencia organizada y de otras agrupaciones que tienen otras lógicas de interacción. Inicialmente, mi participación o presencia en algunas actividades dentro del grupo eran decididas por ellos/as. Había un control que no era mío; sin embargo, para algunos otros casos, no era un asunto de esconder experiencias o de darme cuenta de verdades dentro del grupo, sino que era una cuestión de confianza. Esta se veía reflejada cuando de manera inesperada me compartían fragmentos de su historia, experiencias de dolor y otras de alegría, pero al final había una sensación de encuentro.

Annaliesse Hurtado Guzmán annahurg@gmail.com

Doctoranda en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco, Ciudad de México, México. Maestra en Psicología Social de Grupos e Instituciones por la misma Universidad. Trabaja temas relacionados a las juventudes en condición de marginalidad en espacio público, migración interna de jóvenes y trabajo informal en espacio público.