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Moralidad y explotación del trabajo infantil doméstico: las visiones de extrabajadoras infantiles y patronas.

Introducción

El trabajo infantil doméstico (TID), a pesar de ser enfrentado por diversas organizaciones sociales nacionales e internacionales desde hace más de 17 años (Cal, 2016; Vivarta, 2003; OIT, 2006), aún es aceptado por buena parte de la sociedad brasileña como un camino natural para niñas y adolescentes pobres. Es posible encontrar anuncios en periódicos y en redes sociales de internet solicitando niñas para actividades domésticas. Diario del Pará, Belém, 2 de mayo del 2015: Matrimonio evangélico “necesita adoptar una niña de 12 a 18 años que resida, para cuidar de una bebé de 1 año que pueda vivir y estudiar él empresario y ella empresaria también” (SIC). Facebook, São José do Rio Preto, grupo de anuncios, agosto del 2017: “Tengo dos nietos ando medio cansada y mi hija madre de ellos trabaja desde las 2 hasta las 11 de la noche y está buscando una muchachita bien humilde para ayudarme en cambio doy estudio ayuda en todo como si fuese hija” (SIC)1.

A partir de este contexto, nos proponemos, con el presente artículo, revelar y analizar las bases morales que sustentan el trabajo infantil doméstico y se fundamentan en consideraciones sobre lo que sería lo bueno para niñas y adolescentes pobres. De esta propuesta se derivan importantes desafíos teóricos y metodológicos que dan sentido a nuestras preocupaciones: ¿cómo definir lo que sería lo bueno para niñas y adolescentes involucradas en el trabajo infantil doméstico? ¿Cómo escuchar a personas en situación de vulnerabilidad social sobre su propia realidad, de un modo que no se refuerce la opresión? E, incluso, ¿cómo analizar lo que dicen?

No pretendemos responder por completo estas cuestiones en el presente trabajo2. Nuestro recorrido analítico es distinto. A partir de la observación de las conversaciones entre extrabajadoras infantiles domésticas, por un lado, y patronas, por otro lado, pretendemos profundizar en estas cuestiones.

Como horizonte teórico, abordaremos inicialmente las discusiones sobre moralidad, de Charles Taylor (2000; 2005) y sobre la naturalización social de la desigualdad brasileña, tal como ha sido presentada por Jessé de Souza (2009). Partimos de la idea de que existe un trasfondo moral desde donde expresamos nuestras posiciones y respuestas en la interacción con otros sujetos (Taylor, 2005). Ese punto de partida nos permite afirmar que existen consensos que se comparten subjetivamente y se actualizan en la relación entre los individuos (Taylor, 2005; Souza, 2009).

Al analizar, en este estudio, lo que dicen mujeres directamente involucradas con este tipo de trabajo infantil, esperamos poder revelar algunos de los puntos que van entretejiendo las creencias compartidas, para comprender el proceso a través del cual el trabajo infantil doméstico, aun siendo cuestionado por organizaciones sociales, gobiernos y medios, se reproduce diariamente (Cal, 2016).

Centraremos nuestra investigación en el contexto paraense3, donde diversas organizaciones sociales actuaron en el enfrentamiento de esta práctica. Para esto, desarrollaron, entre el 2001 y el 2009, el Programa de Enfrentamiento del Trabajo Infantil Doméstico (Petid), ejecutado por el Centro de Defensa del Niño y del Adolescente (Cedeca-Emaús)4. Entre los objetivos del Petid estaban: sensibilizar a las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, gestoras de políticas públicas, consejeros de derechos y tutelajes y a la comunidad en general con la problemática del trabajo doméstico de niñas y adolescentes e intervenir junto a los medios de comunicación para que actúen en el enfrentamiento del TID (Cedeca-Emaús, 2002).

Notas sobre moralidad, desigualdad y trabajo infantil doméstico.

Partimos de una idea más amplia de moralidad, tal como fue propuesta por Charles Taylor (2005), que abarca no sólo cuestiones sobre el deber, lo correcto y lo justo, sino también respecto al bien vivir y a todo aquello que determina que nuestra vida sea significativa, o, en los términos del autor, “digna de ser vivida”. Según Taylor, nuestras intuiciones morales crean un trasfondo a partir del cual defendemos nuestras respuestas como correctas. En ese sentido, hay patrones morales ampliamente aceptados que no son cuestionados públicamente. Taylor cita, por ejemplo, el imperativo de la preocupación con la vida y el bienestar de todos y la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Taylor, 2005). En estos casos, destaca el autor, es preciso cuestionarse, cómo esas normas son vividas por las personas, cómo se encarnan en sus experiencias.

Fuertemente inspirado en Taylor (2005), Souza (2009) defiende que “existen consensos desarticulados” que actúan en la reproducción de las diferencias sociales y funcionan como ataduras invisibles que orientan nuestro comportamiento y dan cuenta de los roles y de las posibilidades de cada individuo. A partir de esta idea, el autor argumenta que las causas de la desigualdad social en Brasil, normalmente cuestionada sólo desde la arista económica, no se observan fácilmente a simple vista. Una de las razones apuntadas por el autor es que la noción de justicia social está vinculada a la meritocracia, lo que determina que los privilegios sean considerados justos y legítimos (Souza, 2009).

Según Souza (2009), existe una creencia generalizada sobre la igualdad de oportunidades, de modo que los bienes y situación adquirida se consideran un resultado del mérito y del esfuerzo de cada uno. Por consiguiente, la forma naturalizada como se percibe la desigualdad en el país acaba produciendo, por un lado, sujetos que gozan de capitales económicos y/o culturales, y, por otro lado, “individuos sin ningún valor”, abandonados social y políticamente, que constituyen la “plebe” (Souza, 2009). En ese grupo están incluidas las trabajadoras domésticas.

Souza defiende la tesis de que la constitución de una clase social no responde sólo a aspectos económicos, sino, sobre todo, a una herencia familiar y a “valores inmateriales” (aquello que aprendemos en el día a día con los padres y/o tutores y también en la cotidianidad de instituciones como la escuela). Argumenta, además, que hay una dimensión afectiva en la cultura de clase y que el mérito “supuestamente individual” es fruto de condiciones sociales preexistentes. Así, la “plebe” sería una clase social de desposeídos que aprendieron tácitamente que su lugar y sus posibilidades eran distintos a los de sujetos de otras clases. Hay, entonces, un “consenso desarticulado” según el cual es normal la división de la sociedad en “gente y gente inferior”.

Se trata obviamente de un consenso “no admitido”, que ningún brasileño de clase media jamás confesaría compartir, y es eso lo que permite su eficacia como consenso real, que produce cotidianamente la vida social y política brasileña tal como ella es, sin que nadie se sienta responsabilizado por eso (Souza, 2009, p. 422)

Una formulación de esa naturaleza nos permite pensar en una “moralidad de la explotación”, tal como esbozamos en el título de este artículo. Sin embargo, a pesar de que concordemos con la mayor parte de las posiciones de Souza, la tesis que él presenta nos parece en alguna medida asfixiante y limitante en relación con la capacidad de agencia y percepción de los sujetos5. Consideramos válido destacar que entendemos la moralidad como base para la actuación de los sujetos en el mundo (Taylor, 2005; Mattos, 2006) y también como objeto de construcción y transformaciones emprendidas por los propios sujetos. Por lo tanto, las luchas sociales son también un espacio para el desarrollo social y moral, ya que, según Mattos (2006), desvelan prejuicios “encubiertos por un código de buenos modales”. Así como Mattos, consideramos que el aprendizaje moral es posible y necesario, pero no tendrá lugar si las bases morales que sustentan procesos de explotación no son cuestionadas.

Estas nociones nos parecen muy pertinentes para el análisis del caso del trabajo infantil doméstico. Consideramos legítimo afirmar que existe cierto consenso en la sociedad brasileña en torno a que el lugar del niño es en la escuela y que niños y niñas deben jugar en lugar de trabajar. Esa constituye una conquista, en gran parte, de los movimientos sociales en favor de la infancia en las últimas décadas y de la divulgación del Estatuto del niño y del adolescente, ley 8.069/90, que concede prioridad absoluta a niños y adolescentes. No obstante, cuando definimos “cuál” es el niño del que se habla, esa noción tiende a convertirse en un problema, porque las creencias divergen en torno a lo que es “mejor” o “posible” para el niño. Y, por lo general, una de las salidas apuntadas es el trabajo infantil doméstico, a pesar de ser considerado una de las peores formas de trabajo infantil y estar formalmente prohibido en el país para menores de 18 años de edad (Brasil, 2008).

Se hace necesario esclarecer que existen dos situaciones en relación con el TID: a) cuando él se da dentro de la propia casa de la familia del niño y del adolescente trabajador y b) cuando el trabajo se ejerce en la casa de otra familia. Las dos posibilidades, de acuerdo con las organizaciones que luchan por los derechos humanos de los niños, son problemáticas ya que “el trabajo para la familia puede exigirle mucho al niño, obligándolo a trabajar muchas horas e impidiendo que asista a la escuela, limitando el ejercicio pleno de sus derechos (Sabóia, 2000, p. 5). De modo general, existe un esfuerzo de las organizaciones que enfrentan el TID de diferenciar la tarea doméstica, vista como educativa y considerada como colaboración al trabajo doméstico realizado por un adulto, del TID en sí, que se trata de cuando son los niños las únicas personas responsables por los servicios de la casa, situación en que el niño queda encargado de cuidar de los hermanos, lavar, limpiar la casa, por ejemplo, mientras los padres salen a trabajar.

Procedimientos metodológicos

Realizamos cinco grupos focales6, con un promedio de cinco participantes cada uno, para un total de 24 mujeres entrevistadas. Según Barbour y Kitzinger (2001), esas son cifras adecuadas para investigaciones en el área social, porque permiten acceder con mayor profundidad a los puntos de vista de los participantes. Las mujeres escuchadas tenían entre 20 y 59 años y los grupos fueron organizados a partir de la selección de barrios de la ciudad de Belém, capital del Pará, Brasil, con diferentes perfiles socioeconómicos (fueron seleccionados los barrios Umarizal, de nivel alto; Castanheira, nivel medio; y Guamá, Tapanã y Benguí, nivel bajo). Decidimos convidar solo a mujeres, por entender que el TID es considerado, en general, una actividad femenina y que implica a las niñas trabajadoras, a sus madres, quienes generalmente son las que incentivan el trabajo, y a las patronas que las contratan. En esta fase de la investigación, escuchamos a mujeres adultas con experiencias relacionadas al TID como patronas, como trabajadoras infantiles e, incluso, mujeres que fueron trabajadoras domésticas en la infancia y que en la edad adulta se convirtieron en patronas de niñas. Los grupos Castanheira, Umarizal y Guamá fueron conformados exclusivamente por patronas. En los grupos Benguí y Tapanã, participaron extrabajadoras y patronas.

En relación con la presentación y el abordaje de las informaciones obtenidas en los grupos, optamos por establecer las siguientes disposiciones: el nombre de las participantes fue sustituido por seudónimos, escogidos por ellas mismas y, al final de cada fragmento que presentaremos de la discusión, indicaremos el nombre/barrio del grupo, el tipo de público (patronas o mixtos) y la fecha de su realización.

1 – En los dos anuncios se mantuvo la redacción original y por eso aparecen errores gramaticales y de redacción.
2 – Esta discusión se desarrolla en Cal (2016).
3 – Estado de Pará, Brasil.
4 – En colaboración con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), con Save The Children (Reino Unido), así como otras organizaciones gubernamentales y no gubernamentales.
5 – Esta es una cuestión que discutimos en trabajos anteriores (Ver Cal, 2016; Maia; Cal, 2012).
6 – Tal como Morgan (1997), Barbour y Kitzinger (2001) y Marques y Rocha (2006), entendemos que los grupos focales son un espacio de interacción, de conversación informal, donde hay una producción discursiva y no un espacio de evaluación de resultados de sondeos de opinión, como ellos son vistos generalmente por la investigación mercadológica.
Danila Gentil Rodriguez Cal danilagentilcal@gmail.com

Doctora en Comunicación por la Universidade Federal de Minas Gerais (UFMG), Brasil. Tiene posdoctorado en Medios y Esfera Pública (EME-UFMG). Es profesora adjunta de la Facultad de Comunicación y del Programa de Posgrado en Comunicación, Cultura y Amazonia de la Universidade Federal do Pará (UFPA), Brasil. Es autora del libro "Comunicação e Trabalho Infantil Doméstico: política, poder, resistências" (EDUFBA/Compós, 2016).