La aparición del cuerpo
Presente, de esta forma, mi historia con Ana, no porque los Dolores y manifestaciones de conflictos y desencuentros consigo misma hayan seguido un orden. Enseguida, en ese primer momento en que los sentimientos depresivos se revelaban en la superficie (de la piel, del cuerpo, de la falta de sentido), todo surgió al mismo tiempo (excepto la comunicación respecto a la bisexualidad); pero soy llevada a la proposición de una organización forzada, como si esta fuese un contrapunto al “desorden” extremo en que se encuentra, propia de la adolescencia, aquí conducida a las fronteras de la confusión y el desasosiego. Así, el cuerpo ya está presente desde el tiempo de los inicios, pero en ese pasaje turbulento para los años siguientes, los ataques corporales y las ideas de suicidio anunciaban la convocación a la escena de la importancia de la reedición de la problemática de la personalización, de las tareas consecuentemente enfrentadas y soluciones sintomáticas, están procuradas como salidas para los dilemas tanto subjetivos como intersubjetivos.
Por tanto, cuando hablo de “aparición del cuerpo”, no quiero decir que este estuviese ausente, pero pretendo destacar la relación entre bulimia y el desafío de reapropiación de una imagen corporal transformada.
Ana es vegana, justificando su opción a través del discurso en que defiende a los animales más de que tenga alguna preocupación por la salud. Hace unos cuantos años, estaba con sobrepeso, hizo una dieta, adelgazando 10 kilos. Me pregunta insistentemente, al relatar que comía 600 calorías por día, controlando casi obsesivamente lo que ingería: ¿usted cree que era anorexia? ¿Usted cree que era anorexia? Percibo cierta excitación en esas preguntas sobre posibles diagnósticos: Ana parece sentirse aliviada si se le reconoce como enferma. Veo aquí, por un lado, una demanda intensa de hacerse visible con su dolor, pero, incluso, frente a la precariedad de modelos con los que identificarse en el ámbito familiar, es como si se quedase fijada en las manifestaciones psicopatológicas propias de la adolescencia contemporánea: depresión, cutting, ideas de muerte y bulimia. Es la puesta en escena del dolor y, mientras tanto, es dolor, pues como dice el poeta: “finge sentir que es dolor, el dolor que de veras siente” (Pessoa, 1987).
Ahora, a pesar de restringirse a los alimentos veganos, Ana muestra placer por comer, no es raro, llega a la sesión comiendo algo o quejándose de hambre. Para mantener el peso, recurre entonces al vómito, según ella, varias veces al día. “Mantener el peso es en realidad el motivo manifiesto; todavía, como ve su cuerpo, la insatisfacción con el mismo, sus percepciones, el cuerpo enemigo-odiado como ella en su autodesprecio, la búsqueda de control omnipotente entre lo que “entra y sale”, la relación con los femenino, consecuentemente con la madre, son algunas de las otras tantas cuestiones que atraviesan la “vía-crucis” de su cuerpo adolescente.
La exhibición del cuerpo, fotos con lencería, bikinis y mallas también explicitan por otra parte el interés y aprecio por ese nuevo cuerpo y sus transformaciones, nutre intensa ambivalencia, por tanto, pues las nuevas formas también son vividas como invasiones: el cuerpo admirado (aunque lo niegue, lo espía en el espejo, en las fotos, en las miradas ajenas) también se le impone, huyendo de su control. La bulimia surge, entre otros sentidos, como intento omnipotente de “moldearlo”, contener los probables excesos derivados de la avidez, “quitar las curvas”.
Aunque afirme enfáticamente que es femenina, el rechazo a las curvas apunta para un rechazo de la femineidad y, así como en la anorexia, tal rechazo puede ser remitido al rechazo de la madre. Como afirma Fortes (2008, p. 146):
Al intentar borrar todos los contornos curvos femeninos de su cuerpo, la niña quiere minimizar de esa forma la invasión de la presencia materna. Dolto muestra cómo se trata de una perturbación de la relación entre la niña y la madre, que será desdoblada para la relación entre niña y alimento, y para la niña y su espejo.
Pero veo en Ana, como ya fue apuntado, una ambivalencia o más, una invasión de sentimientos controvertidos, pues el cuerpo recto que ansía es el cuerpo de la madre; este, mientras tanto, feo. Busca a la madre y al repudia. Quiere la presencia de ella, capaz de autorizarla a vivir, pero incluso diferenciarse de lo traumático que las une (ideas de muerte, depresión, la vivencia del rechazo cuando llegó a la vida). El comportamiento bulímico y las ideas relacionadas con él no buscan borrar la femineidad, vehementemente defendida, sino la conquista de un modo propio de ser femenina, de tener un modo de ser con una configuración única de subjetivación.
Ana arrastra la infancia como ansias no del todo saciadas: lo arcaico mezclado con los dilemas que envuelven al adolescente. Realmente, algo muy primitivo une-separa a Ana de sus objetos primarios, especialmente de su madre. Llega a las sesiones repitiendo: “soy una beba. Duermo temprano y me levanto temprano”. “Soy mimada. Mi madre me lo hace todo”. Comunicaciones como esas me alertan sobre lo que hablo, así como un pedido-necesidad de cuidados de contorno, límites y de dispositivos de contención. Libre por las calles, ¿cuidando? de sí sola, le faltaron las voces parentales, actos, presencia, sustento capaz de propiciar/auxiliar en la configuración de un funcionamiento psíquico en que prevaleciese la represión. Quiere comer y no engordar, todo de marca (¿el narcisismo posible?), quiere aprobar el año sin estudiar (es casi cierto que repetirá el año y me pregunta si ella se puede negar a eso). Mezcla de transgresiones y de búsqueda de identidad a través de idearios (que unen a determinados grupos), tales como la legalización del aborto, la legalización de la mariguana, la defensa frenética de opciones sexuales ilimitadas; todo eso acentuado al rechazo a la elaboración del luto de la omnipotencia infantil. Son ahora otros caminos por donde se viene adentrando que relato a continuación.
Segundo acto: la interpretación del dolor
Ana atravesó un tiempo de invisibilidad y reclusión, negada en sus dolores por los padres y aislada en la escuela. Con el apego hacia ellos, mas, tanto mi atención vigorosa como la del psiquiatra, abrieron nuevos caminos, para sorpresa nuestra, ya que trajeron cambios en un tiempo muy corto para alguien que se mostraba envuelta en tristezas tan intensas.
El dolor, aunque inevitablemente verdadero, también es abrigo: modo de ganar una cara propia; lugar conocido; modo de llamar la atención; de pedido de ser comprendida en sus ansias indefinidas. Cómo dice el poeta:
Bendito seas, mi pesar interno, / ¡aunque siempre me martirices! /Bendito el dolor que actúa en mi ser. /Porque, a pesar de todo, el dolor es bueno/ para quien se habitúa. /El dolor es un dolor amigo, /duele poco, casi no lastima. /El dolor inesperado es el más grande los dolores, /Viene con toda la violencia de las venganzas (Machado, 2017, p. 207)…
Debemos también pensar en las enfermedades en la adolescencia actual siguiendo las modalidades de un carácter epidémico (véase la serie de suicidios y síntomas que se repiten, como vengo señalado). Así, se une lo individual con su tendencia a fuerzas anti-vitales dentro del contexto intersubjetivo familiar, con el escenario ampliado de las contingencias históricas de miseria simbólica y consecuente ausencia de mediación capacitadora de transición de los afectos en estado bruto para la elaboración y transformación de los psiquismos en la dirección de la salud y de los procesos creativos.
Depresión, cutting, ideas suicidas, vacío, bulimia. Después de corto tiempo, se declara bisexual. Me sorprendo y relaciono el cuadro múltiple de síntomas y quejas a las manifestaciones de la adolescencia contemporánea y, en una primera conclusión, que siempre deberá ser reconsiderada, pienso en el dolor de Ana como propia, pero incluso como (y ya vengo destacando esa percepción) recurso extremo a modelos identificatorios, en realidad que encierren enredos de vacío y muerte.
El humor de Ana se alteró radicalmente: de aislada, pasa a tener contacto constante con las niñas “nunca niñas bien”, pasa a salir, largas conversaciones en WhatsApp ocupan sus días. Paró de cortarse después de dos años hiriéndose incesantemente.
De un hablar constante sobre el deseo de morir y que “nada tiene sentido”, pasa a un humor casi eufórico anclado en la declaración de que inició una nueva fase en su trayecto de encuentros/desencuentros/desastres/perdición; en fin, ilimitados modos de ser que comunicaban tantos recursos de salud como de enfermedad. Me habla, espiando mi reacción y en un tono categórico dice: “soy bisexual”.
Desde entonces, es en el escenario de las cuestiones sexuales donde se enredan tanto los enigmas en relación a la sexualidad como a la emergencia de una configuración identitaria. Pues pasa a ser en ese nuevo campo donde continúan aún en pauta los dilemas (no solo en cuanto a la efervescencia pulsional) ligados a lo arcaico y al llegar-a-ser.
Ana se deleita con presentarse como “bisexual”, algo de vida emerge, y luego se pierde con otra niña. Blos (1962) afirma que, en el inicio de la adolescencia normal, la ilusión de la bisexualidad es mantenida, pero tiene que renunciarse a ella para sustituirla por la asunción de un sentimiento de posesión de un cuerpo femenino o masculino. Forma parte de los lutos enfrentados por el adolescente el luto por la omnipotencia de la bisexualidad. A esto también, Ana se resiste a abdicar, afirmando reiteradamente: “no soy lesbiana”, “me gustan los niños y las niñas”. Pero las niñas son más bonitas. La otra niña, “están romanceando” – dice con orgullo – la otra, sí, es lesbiana. ¿Estoy apasionada? Me pregunta una vez más sin saber de sí, una vez más también queriendo saber de mí, si la comprendo, si estoy al tanto. Aquí está presente una búsqueda especular: el reencuentro con lo femenino perdido o nunca encontrado, derivado de las lagunas y el vacío, ansias insatisfechas brotadas del regazo materno en ocasiones árido, en ocasiones prometedor de prebendas bajo la forma de “todo poder”.
Yo quiero que usted viva
Se alternan días de tormenta con días de calma, la inestabilidad siempre mostrando su rostro: el rostro de lo precario, del “por poco”, de las aguas poco profundas a las abismales, del vuelo al plomo. Así, llega a otro momento de gran desaliento y no quiere decir por qué. Desconfío de que, cuando su red (dañada) de cuidados (las amigas y el crush) vacila, por poco, tal vez apenas un día sin contacto, la amenaza de despedazarse aparece, resurgiendo las ideas de muerte. Apenas repite querer morir, su cabeza le duele, ríe y llora, como siempre, enroscada en esa red de confusión de emociones y se pregunta si puede hacer algo. Le ofrezco un papel, lapicero, tinta, barro. Escoge este último y hace silenciosamente y con delicadeza una cabeza sin cuerpo. Una pequeña placa debajo tiene escrito: “Yo quiero morir”.
Yo – El cuerpo da trabajo – digo. (Pero Ana no reacciona)
A – Es una cabeza. Soy yo.
Yo – La cabeza da trabajo. (Sí, ya llegaron los dolores a la cabeza fatigada)
A – Sí. Mi mente da trabajo. Yo doy trabajo.
Yo – Sí: tú estás viva. Quien está vivo da trabajo.
A – ¿Ya tuvo algún paciente que se mató?
Yo – No, gracias a dios, ¡es terrible!
A – ¡Debe ser muy triste!
Eu – ¡Yo quiero que tú vivas!
(Nuestra última sesión antes de una semana mía de vacaciones.
Yo quiero que Ana vivía y, ¿qué nos podría unir más fuerte que eso?)
Referencias Bibliográficas
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DOLTO, F. A causa dos adolescentes. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 1990.
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Resumen
El presente artículo tiene como objetivo reflexionar sobre el sufrimiento en la adolescencia, que se presenta bajo la forma de comportamiento de riesgo: depresión, ideas y tentativas de suicídio y ataques corporales. Destaco que este breve estudio partió de la incidencia numerosa de suicidios y automutilaciones que vienen ocurriendo en los últimos años. La articulación entre algo de carácter epidémico y la singularidad de la enfermedad de esos jóvenes que llegan a los consultorios me condujo a recurrir al relato de la historia de Ana con su desampara y la búsqueda de identificación con grupos que se organizan en torno de lo mortífero. Por otro lado, la atención a los movimientos de vida y deseo de pertenecer se hace necesario, reconociendo en eso una búsqueda por un encuentro revitalizante con la analista y una inserción en la vida a través de lazos con los pares que comulgan ideales e idiomas subjetivos comunes. El deseo de vida por parte de la analista se alía así con los recursos de salud de la paciente.
Palabras clave: adolescencia, suicidio, cutting, desamparo, búsqueda de pertenencia.
Abstract
This article intends to reflect upon the subject of suffering during adolescence that has been presenting itself through risk-taking behaviors: depression, suicidal thoughts and attempts, and attacks on the body. It is worth to mention that this brief study stems from the high incidence of suicide and self-harm in the last years. The articulation between the epidemic characteristics and the singularity of these young patients’ mental illnesses has led me to resort to Ana’s story, her helplessness and identification with groups organized around death. On the other hand, it is necessary to recognize the signs of life and the longing for a sense of belonging in the search for a revitalizing meeting with the analyst and a place in life through ties with peers who share ideas and a subjective language. Thus, the analyst’s desire for life and the patient’s coping resources become allies.
Keywords: adolescence, suicide, cutting, helplessness, search for a sense of belonging.
Fecha de recepción: 05/09/2018
Fecha de aprobación: 02/12/2018