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“Somos muchos, somos diversos y aquí estamos cruzando fronteras”. Reflexiones sobre la comprensión de los procesos migratorios juveniles

Según estimaciones de Naciones Unidas para el año 2013, aproximadamente 232 millones de migrantes internacionales recorrían el mundo escapando de la pobreza, las violencias, los conflictos sociales y armados y las precarias condiciones de sus países de origen. Según estos datos, los y las jóvenes entre 15 y 24 años de edad constituían el 10% del total de las personas migrantes (Global Migration Group, 2014). No son pocos, sin embargo, su altisima presencia en los procesos de migración y la gran herogeneidad de sus proyectos migratorios no se recogen del todo en las producciones académicas y políticas, en las que sobre ellos y ellas se piensa y se gobierna. Más bien, las maneras en las que se ha concebido y analizado la juventud en migración, reflejan herencias históricas de un pensamiento positivista y colonialista, que sigue tratando a los jóvenes migrantes como un problema social (que se debe resolver), y pensándolos en el marco de procesos migratorios generales.

En esta línea, son escasas las investigaciones que tienen como centro a los y las jóvenes, que aparecen generalmente representados(as) como un apéndice dentro de una estructura más amplia de los estudios sobre migración (Castañeda Camey, 2009)1. Se perpetua así un enfoque adultocentrista y economicista de las migraciones, que refleja la común concepción sobre ellos y ellas, como sujetos “arrastrados” por los adultos en procesos de reagrupación familiar o “abandonados” en origen por la migración de sus padres o sus madres, invisibilizando los proyectos migratorios autónomos y diversos, que cada vez más, son llevados a cabo por la población joven migrante (Echeverri, 2005, 2010). Como bien lo destaca Cachón (2004), para el caso español, las investigaciones sobre la “juventud inmigrante” están referidas a los hijos de inmigrantes, dejando por fuera de los análisis a los jóvenes que migran solos y que, por el hecho de insertarse dentro del mercado laboral, son equiparados al “mundo adulto”. Es así, como un importante número de los trabajos considera a los jóvenes, por lo general, como “inmigrantes” y, tradicionalmente, los entiende dentro de una estrategia familiar de migración, desconsiderándolos como agentes sociales y actores migratorios en sí mismos (Suárez, 2006).

En esta línea, se han priorizado los análisis de sus procesos de inserción en el terreno escolar, como zona “natural” donde los y las jóvenes se inscriben tras su llegada a los países de destino. Se problematiza su inserción socioeducativa y se focalizan los procesos de asimilación – esto es, qué deben soltar, cambiar o modificar para “adaptarse” y “asimilarse” – y así producir un espacio de “educación intercultural” en las escuelas (Franzé, 2003) que nos garantice que la llegada de los y las jóvenes migrantes deje de ser un “problema” para las sociedades de destino. En el caso español, los primeros estudios de la juventud migrante, se llevaron a cabo especialmente en Madrid y Barcelona, en el contexto de la escuela pública, y teniendo en cuenta los primeros años de escolaridad (Aparicio, 2001). Diez años después, Pedone (2011) afirma que en España se sigue afrontando la problemática de la inmigración y la escuela, con una visión estrechamente vinculada a la inserción de niños, niñas y jóvenes en los ámbitos socioeducativos españoles, con problemáticas de “integración social” propias de las “segundas generaciones”.

A partir de la decada de 1990, la entrada del enfoque transnacional de las migraciones2, evoca la imagen de un movimiento imparable de ida y venida entre países de destino y de origen, con procesos y prácticas económicas, políticas y socioculturales que están vinculados y configurados por las lógicas de más de un Estado-Nación, con un cruce constante de sus fronteras (Suárez, 2007). Así, todo parecía indicar que los análisis de los proyectos migratorios juveniles superarían las categorias rígidas y los escenarios naturalizados en el marco de sus procesos de inserción en las sociedades de destino. Sin embargo, para la población joven siguen prevaleciendo los estudios que se centran específicamente en el país de destino, con un marcado corte eurocentrista, y un nacionalismo metodológico3 que no se logra superar del todo. Prevalece así, una gran influencia del enfoque asimilacionista de las migraciones, afirmandose que el activismo transnacional pierde fuerza entre la población joven (Cohen, 2005; Portes, 2001, 2004; Rumbaut, 2002), de la que se afirma que se “acultura muy rápidamente al nuevo ambiente, dejando de lado las preocupaciones de sus padres sobre las cuestiones de las naciones de origen” (Portes, 2004, p. 6).

Desde finales del siglo XX, otro hito marca la visibilización de los jóvenes latinoamericanos en migración. La significativa presencia de las mujeres en las corrientes migratorias latinoamericanas hacia territorio español, develó dinámicas familiares complejas con cambios estructurales y simbólicos en las relaciones de género y generacionales al interior de las familias (Pedone, 2006; Echeverri, 2015). De acuerdo con los análisis sobre las redes migratorias desde la perspectiva transnacional y con enfoque de género y generacional, la presencia de las mujeres visibilizó la participación de los niños, niñas y jóvenes como actores fundamentales en los procesos migratorios. Sin embargo, esta visibilización de la población joven migrante latinoamericana, no tardó en circunscribirse nuevamente como “un problema social a los dos lados del Atlántico” (Echeverri, 2014). En Colombia, por ejemplo, el discurso se centraba en señalar que la migración de las mujeres provoca la “desintegración familiar” y “disfuncionalidades” (embarazo adolescente, bajo rendimiento escolar y violencia de pandillas juveniles) a las familias migrantes por el “abandono” que las mujeres hacen de sus hijos e hijas. En España, al mismo tiempo, nuestras investigaciones revelaban que los y las jóvenes colombianos(as) migrantes, cargaban la estigmatización del discurso institucional y popular, que afirmaba que su no “integración social” y su participación en las mal llamadas “bandas latinas”, se debía al abandono de sus madres por sus largas jornadas laborales (Echeverri, 2010).

En este marco, que devela la simplificación y generalización de los procesos migratorios juveniles, y la insistencia de discursos que atrapan a los/las jóvenes en categorías analíticas fijas, nuestras investigaciones han mostrado la heterogeneidad de las trayectorias, estrategias y vivencias de estos actores sociales, que como ningún otro en el mundo de las migraciones, nos ha enseñado el arte de saltar fronteras, resistir y abrir caminos. El llamado entonces es a complejizar las miradas, superando la posición simplista y escencialista, economicista y asimilacionista que prevalece en los estudios sobre migración juvenil. A partir de la experiencia con los y las jóvenes en migración, propongo cuatro escenarios que no podemos olvidar, para comprender de manera profunda como están deviniendo sus vidas migratorias.

1 – “Autores destacados en el tema de la juventud en México, concuerdan en que la mayoría de los trabajos sobre migración juvenil sólo abordan la problemática de la población joven rural en las zonas con gran tradición migratoria, y que éstos analizan la mayoría de las veces, la forma en que se han construido de manera general las redes sociales de la migración, la conformación de comunidades “transnacionales” y el envío de remesas (Reguillo, 2004; Martínez, 2000)” (Castañeda Camey, 2009, p. 1462).

2 – El enfoque transnacional, entiende las migraciones «como un proceso dinámico de construcción y reconstrucción de redes sociales que estructuran la movilidad espacial y la vida laboral, social, cultural y política, tanto de la población migrante como de familiares, amigos y comunidades en los países de origen y destino(s)» (Guarnizo, 2006, p. 81), superando el enfoque “asimilacionista” que ha asumido durante décadas que los migrantes llegan a otro país para quedarse y pierden progresivamente los vínculos con su país de origen.

3 – Como lo define Glick Schiller (2009), el nacionalismo metodológico es una tendencia intelectual que: 1) da por hecho que la unidad de estudio y la unidad de análisis vienen definidos por las fronteras nacionales; 2) identifica sociedad con Estado-nación; 3) combina los intereses nacionales con la finalidad y las materias clave de la ciencia social. El nacionalismo metodológico ha desempeñado un papel central en gran parte de la ciencia social occidental, sobre todo en las principales corrientes doctrinales sobre migración y en su forma de explicar la integración, la inclusión y la exclusión.

María Margarita Echeverri Buriticá mariamargaritaecheverri@gmail.com

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, magistra en Psicología Comunitaria y psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.  Se ha dedicado a la investigación, la docencia y la gestión de proyectos sociales con la población migrante colombiana. Especialista en el tema de identidades y migraciones, dando especial énfasis al estudio de la población juvenil. Actualmente profesora e investigadora asociada de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana. Es integrante-fundadora del Grupo Interdisciplinario de Investigador@s Migrantes (GIIM).