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Síntomas del malestar en la universidad brasileña: ¿dónde estamos y para dónde vamos?

Sabrina Savegnago – ¡Muchas gracias, profesora Claudia! Vamos ahora a pasar la palabra a la profesora Fernanda.

Fernanda Costa-Moura – Me gustaría comenzar agradeciéndole, Sabrina, por el contacto y por la bienvenida, así como, agradecer mucho a Lucia y a todo el grupo del Núcleo Interdisciplinar de Pesquisa e Intercâmbio para a Infância e Adolescência Contemporâneas (NIPIAC) y de la Red JUBRA. Quiero saludar esta iniciativa tan importante de discutir un poco sobre cómo vamos a hacer nuestro trabajo en la universidad de aquí en lo adelante, sobre lo que estaremos enfrentando y de qué modo podemos tomar partido respecto al futuro de la universidad, que depende también de nosotros, y no solo de las políticas gubernamentales. Justamente por la adversidad del momento, tenemos, con más razón, la necesidad y el imperativo de responsabilizarnos por lo que tenemos que hacer, por lo que queremos de la universidad y por los rumbos que le queremos dar.
Comencé pensando en la proposición de la mesa que menciona el “malestar”. ¿Qué es el malestar? ¿Y qué es el malestar en la universidad, desde el punto de vista de lo que vivimos hoy? Como el psicoanálisis, yo pienso el malestar como un residuo, como un efecto necesario del hecho de que vivimos en civilización. La civilización impone esa tensión inevitable entre las cuestiones que tienen que estudiarse en el campo del sujeto y el lazo social; que es de alguna manera constitutivo de las cuestiones del sujeto, pero que no se reduce a las cuestiones del sujeto. En la universidad, me parece que vivimos una evidente tensión con las estructuras antiguas… podemos hasta decir que son estructuras pétreas, ya que la universidad, en la coyuntura mundial, estuvo siempre ligada a una cultura hegemónica, europea, que, de alguna manera, constituye y reproduce lo que se acordó llamar como estatus quo. Aunque también la universidad desde siempre atesoró la ambición de producir un conocimiento que pudiese problematizar y cuestionar ese estatus quo. Entonces, estas estructuras están en tensión con lo real, y se trata de una tensión que ha existido desde siempre, porque las estructuras simbólicas intentan organizar lo real que, en definitiva, no es propiedad de nadie. No es propiedad absoluta de un grupo, ni de la deliberación gubernamental, ni de la deliberación de una comunidad, ni tampoco es del dominio de un sujeto que, por lo contrario, ni tan siquiera consigue dominarse a sí mismo. Él mismo está dividido y es un extraño para sí mismo. Entonces, el sujeto precisa estar todo el tiempo lidiando con lo que se le escapa; o sea, con lo que trata de hacer o desea producir, o el camino que cree que debe tomar y lo que se escapa de eso. Pero esa tensión es también lo que puede abrir un espacio para el cuestionamiento de las estructuras y de los lugares que esas estructuras crean.
Pero es importante destacar que la posibilidad de cuestionar la universidad y el modo como se produce el saber dentro de la universidad es una resultante del propio saber central, hegemónico, europeo, tradicional, formal. Fue el propio avance de ese saber lo que produjo un impase que puso en cuestión tal hegemonía. Y es a partir del avance de un saber hegemónico, como la ciencia, por ejemplo, con la posibilidad que ella tiene de atravesar todo nuestro tejido social, que tenemos que depurar las mediaciones necesarias para pensar sobre nuestros problemas, nuestras cuestiones, las cuestiones de la contemporaneidad, que no se incluyen en el poder central y, en ese sentido, las cuestiones de Brasil y de Río de Janeiro.
Por otro lado, el hecho de que la universidad como lugar de producción de conocimiento sea cuestionada, justamente, comienza a abrir la posibilidad de que dentro de la universidad circulen otros discursos que no eran habituales en ella, haciendo que hoy no tengamos una universidad (o un universo) de discurso. A partir de entonces, los discursos que se presentan en la universidad son, muchas veces, antagónicos. No conforman un todo, no son armónicos, por lo contrario, ellos chocan. Y tenemos que apostar por que de ese choque se derive algún tipo de encaminamiento para nuestras tensiones. Eso no va a acontecer sin ese choque.
Consideremos lo que ha estado significando para el País, en su realidad social, pero también para el campo de debate, de reflexión, para el campo del discurso y de la civilización, en general, que se hagan efectivas, de manera amplia y real (si consiguiéramos sustentar eso) las políticas afirmativas, como la ley de cuotas, y de accesibilidad, por ejemplo, – todo eso que es muy reciente, cuyos efectos de reestructuración hemos presenciado, pero sobre lo que tenemos mucho aún que reflexionar. Junto a toda la importancia y la necesidad apremiante de mecanismos efectivos que intervengan para mínimamente moderar y al menos restringir la violentísima desigualdad social que históricamente nos azota, precisamos más que de mecanismos. Precisamos colocar en marcha todo un proceso histórico que exige la renovación de nuestras ideas, nuestro lenguaje, nuestras relaciones, en fin, para decirlo en una palabra – nuestras prácticas personales y sociales. Se trata, por lo tanto, de un proceso complejo, que envuelve a todos y cada uno en un nivel local y estructural. Nuestra tarea como nación, desde mi punto de vista, tarea de todos y cada uno de nosotros, repito, es hacer que este proceso avance donde quiera que podamos intervenir. Pero para que este proceso se ponga en marcha, no basta implementar leyes. Es preciso la decisión y disposición de sustentar el trabajo necesario para que las leyes penetren el tejido social. Dar seguimiento y reflexionar sobre las posibilidades que brindan estos mecanismos, y también tener el coraje de enfrentar lo que ellos aportan en términos de nuevas exigencias y cuestionamientos.
De alguna manera, nuestra tendencia en Brasil es creer que podemos resolver las cosas a través de lo legislativo, que trabaja muchas veces distante de las situaciones reales que acontecen en el país, promulgando leyes que pueden ser avanzadísimas y favorables a la inclusión social, no obstante, sin prestar atención a todo el trabajo de base, de sustentación real, en el sentido de poder producir modificaciones que representen un real alcance de esas leyes de cara a los diferentes sectores de la sociedad. Si queremos tomar las riendas de nuestro destino, ese es nuestro mayor desafío. Un desafío que, repito, no va a poderse resolver apenas en la esfera de las políticas gubernamentales, sino que depende también de nosotros. Depende de que todos asuman sus responsabilidades específicas.
Las políticas afirmativas trajeron para dentro de las universidades situaciones y expresiones que fueron literalmente disipadas, reprimidas, censuradas durante los siglos de segregación, de la cual, al parecer, no se quería saber. Para mí es algo impresionante, por ejemplo, el hecho de cuán relativamente reciente es que nos comenzamos a preguntar en nuestra sociedad, de forma más seria y profunda, sobre la esclavitud en nuestra formación social, por ejemplo. La esclavitud, no sólo como factor histórico de formación, sino como elemento pernicioso, aún presente, con efectos en toda la constitución del tejido social brasileño. Elemento que durante años se hizo invisible o se intentó naturalizar y que solo recientemente puede ser ampliamente demarcado, cuestionado y repudiado. Es impresionante como la cuestión de la segregación demoró en adquirir tal relevancia, tal centralidad entre nosotros. Justamente, la la relevancia que viene adquiriendo la crítica descolonial finalmente se deriva del hecho de permitir que este debate tome forma, al abrir la posibilidad de que pensemos nuestro problema específico, en nuestra propia coyuntura, y con qué recursos podemos enfrentar lo que nos está evocando como problema de nuestra formación social.
Pues bien, en la universidad y en varias esferas, esos nuevos cuestionamientos, tan necesarios, junto a todo el avance que traen consigo, han producido también ese malestar del que hablábamos al inicio. Un malestar que nunca podemos erradicar del todo, pues es efecto del propio avance de la civilización. Un efecto, algo angustiante, es verdad, pero que indica (y que encontramos) cuando estamos ante una realidad que se nos escapa – realidad en cuanto a lo que nadie contiene ni domina – con todo lo que eso exige de reposicionamiento de cada uno y de las estructuras. En ciertas circunstancias subjetivas y/o sociales ese malestar se puede intensificar, manifestándose de una manera clínica. En el momento actual, constatamos que todas las tensiones sociales, los choques entre los diferentes intereses y necesidades de las diversas sociedades, están teniendo una expresión clínica importante. Pensemos en las dificilísimas situaciones desde el punto de vista de las patologías, las ideaciones o tentativas de suicidio, y de automutilaciones cada vez más presentes entre jóvenes en todo el mundo. Estamos registrando en estas irrupciones un punto en que las cosas han llegado a un límite para nuestra civilización. Desde el momento en que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) considera como una epidemia mundial el número de suicidios entre jóvenes, estamos convocados a reflexionar desde un lugar diferente al habitual ante ese tipo de expresión. Y las situaciones de este orden, que se han dado dentro de la universidad, y que están, de muchos modos, dirigidas a la universidad, a los colegas, a los lugares… Los actos que se han dado en el interior o en las inmediaciones de los Campos, innumerables crisis que emergen sin mucho aviso, y en un principio, sin explicación, todo esto requiere que pensemos el sujeto que surge, o tal vez, justamente, el sujeto para el que resulta difícil emerger y hacerse responsable, como efecto de esa condición de desigualdad y segregación que vivimos en Brasil. El levantamiento del velo que cubrió tales prácticas de segregación durante siglos tiene un precio, surge la urgencia de asumir una postura. No es un llamado a conformar la represión, lo que le permitiría a la violencia ejercer su brutalidad, incluso, porque, felizmente, eso hoy no se sustentará más, sea cual sea la fuerza con que intenten imponerlo de nuevo, sino a buscar solución para algunas de las cuestiones que esa nueva conciencia nos pone delante – antes de que sea tarde. “El gigante despertó”, como decían los manifestantes del 2013, y no será posible ignorar que eso significa que es necesario que continuemos avanzando.
Hoy tenemos, pues, un problema importante que será necesario enfrentar para que podamos lidiar con ese tipo de situación: ocuparnos de la transmisión de saberes que debe ser hecha en la universidad. De un lado, esa transmisión no absuelve la singularidad del sujeto, no exime a cada quien de ocupar un lugar y de realizar el trabajo propio de la producción del saber, de la investigación y de la extensión. Y, de otro lado, tradicionalmente, la universidad tiene la responsabilidad de transmitir al público la cultura, el campo del discurso, el saber acumulado que se produce. No podemos olvidar que es preciso crear las condiciones para que pueda aparecer, por parte del estudiante, un sujeto asumiendo un lugar y, por tanto, reconfigurando, todo el conjunto de saberes.
Estas son cuestiones en que tenemos que pensar siempre. Cada vez que entramos a un aula, todo eso exige posicionamientos. Nuestro lugar de responsabilidad, la necesidad de transmitir saberes y la posibilidad de hacer esa transmisión sin impedir que surja en el proceso un sujeto que, de su lugar, del lugar que viene a ocupar, nos dirá otro criterio sobre lo que le enseñamos. Transmitir el saber acumulado, sin objetivarlo en esa transmisión (sin pretender hacer de él un saber neutro, universal, exento, inocente) y sin tratar de objetivar tampoco a aquellos a los que les estamos transmitiendo. Eso nos lleva al problema de cómo sustentar una transmisión de saberes que no absuelva la singularidad del sujeto que debe tomar lugar para que esa transmisión se complete.
¿Qué pasa cuando esa transmisión concierne a personas que se ven requeridos ante el desafío de tener que asumir un lugar dentro de ese campo de los saberes constituidos que representa la universidad sin una referencia que las prepare y las sitúe en este mundo más amplio que se está abriendo para todos? Por ejemplo, recuerdo una joven que decía: “Yo soy la primera persona de la familia que está en la universidad. En mi barrio, en mi comunidad, en mi iglesia, en mi familia, ya no consigo compartir más los mismos valores que ellos”. Ella estaba en la universidad y pasó por la experiencia de acceder a discursos diferentes a los que conocía de la adolescencia que vivió con su familia, en el barrio donde nació, y que, de algún modo, se convirtieron para ella en algo vital. Lo que ella enfrentaba está relacionado con el hecho de no poder ya negar lo que había aprendido, y, al mismo tiempo, ella no conseguía seguir compartiendo plenamente con su comunidad de origen. Por otro lado, aún no había desarrollado todos los recursos que la facultan para colocar su problema dentro de una nueva comunidad, la comunidad académica, con las exigencias a las que ella tenía que responder. Entonces, esta situación puede provocar una crisis bastante preocupante a la cual tenemos que responder. Porque la verdad es que tenemos pocos recursos para lidiar con eso. Y algunos de los recursos con que contábamos dejaron de usarse.
Para que el estudiante pueda estar en una cadena de transmisión de saberes como responsable, es preciso que se pueda transmitir el saber acumulado y, al mismo tiempo, abrir un lugar para que, desde allí provenga una palabra, una interrogación, no apenas una repetición o una imitación. Eso es indispensable, porque quien no pregunta no puede aprender, no puede tomar posición. ¿Cómo vamos a crear oportunidad para que nuestros alumnos puedan actuar como protagonistas de la producción de conocimientos y no apenas como aprendices? ¿Cómo podemos estar junto a ellos ayudándolos a ocupar su lugar sin condescendencia y sin que eso constituya una licencia para que ellos hagan las cosas fuera de un lazo de consentimiento que incluya el paso por el saber formal establecido? Y, por otro lado, ¿cómo vamos a poder, de alguna forma, abrir un campo de trabajo que no les imponga una manera tradicional viciada, que determine lo que es “bueno” y lo que no lo es, siguiendo criterios que siempre son propios de determinadas épocas y contextos aunque se presenten como universales? Dicho así, parece ser una cosa simple, pero creo que es una de las cuestiones más candentes que tenemos hoy.
Cuando, consideramos esos casos de la clínica que están apareciendo, esos casos límites de desespero, en que el malestar se transforma en una imposibilidad de estar en la universidad, y se manifiesta con violencia o en crisis de varios tipos, desde la irrupción de robos hasta la desaparición: ¿cómo podemos enfrentar esos casos sin caer en un psicologicismo, y sin desconocer que esos alumnos manifiestan lo que ocurre cuando entra en la universidad, en la esfera del discurso formal, una población que estaba fuera? Nuestra población en gran parte se constituyó como segregada histórica y culturalmente, inclusive contando con el apoyo de las instituciones públicas en nuestro campo social, donde, desde la escuela básica, hasta la salud, la asistencia social (o la falta de), la mínima relación que tenemos con la calle, con el transporte público, con la calzada por donde andamos, todo eso es un factor de segregación.
¿Cómo vamos a hacer para no dejar de considerar que cada sujeto que está en crisis manifiesta, encarna, una crisis que es mucho mayor que la narrativa singular que él tiene para explicar su crisis? Aunque tenga toda la importancia del mundo, la vivencia familiar de cada uno, el punto de vista donde cada uno está y aquello que generó la crisis. Y justamente, porque en gran medida, nuestra intervención precisa incidir en el nivel local. Estamos lidiando, por tanto, con todo tipo de situaciones nuevas. Estamos lidiando con el desafío de dar acceso a la universidad a personas que vivencian la desigualdad y la segregación, y también necesidades especiales – en un país que históricamente no invirtió, no se preocupó y no se unió de cara a eso. Tenemos la necesidad de democratizar la universidad, y necesitamos continuar luchando para obtener los medios para eso, los medios financieros y otros, como el estudio, la experiencia, la escucha y la reflexión que son necesarios. Para avanzar en ese proceso, vamos, pues, a encontrar el choque, el estruendo total. Porque, de un lado, no tenemos los recursos y tenemos que inventar un modo de formar a todos los alumnos, en su pluralidad, y acoger las condiciones en que ellos se afirman. El sujeto con una deficiencia visual, por ejemplo, tiene dificultades de acceso a la bibliografía, al saber formal. Si él tiene una dificultad física, va a encontrar dificultades de moverse en la ciudad. Precisamos dirigirnos a esos jóvenes pagando el debido tributo de respeto a su dignidad y confiando en que ellos asumirán una posición responsable. Y vemos hoy la importancia que la universidad tiene en eso, no solo para acoger y formar personas que van a conquistar nuevos territorios o a retornar para sus comunidades, multiplicando el efecto civilizatorio que la democratización de la universidad puede tener, pero también, para producir los medios discursivos, la reflexión, la investigación, una compilación de la experiencia que nos ayude de hecho a promover esa inclusión.
De repente, vimos estallar en la universidad las cuestiones de raza, de color, de género, vimos la diversificación de las referencias simbólicas a través de las cuales las personas se identifican e intentan hacernos transitar hacia un nuevo discurso. ¿Vamos a tomar eso como una cosa que ya está dada y que importamos, por ejemplo, del discurso americano o europeo? ¿O vamos a responsabilizarnos con asumir el problema que tenemos frente a nosotros, en nuestros propios términos y límites? Porque nuestra cultura central, blanca, europea, de alguna manera, aglutinó para sí, capturó y quitó al sujeto las referencias simbólicas a partir de las cuales él podría tener un lugar desde donde hablar. Entonces, ¿cómo creer que el campo del discurso está ya dado? O, ¿cómo estar presente, inventando medios a través de los cuales se pueda retomar la cultura que la universidad viabiliza, la cultura académica, tradicional, formal, para que podamos convertirla en otra cosa? Para que podamos mirar ese discurso hegemónico de una manera tal que, a partir de él mismo, podamos leer otra cosa.
Entonces, me parece que esa es también nuestra cuestión con los sujetos, con nosotros mismos como sujetos, con nuestros alumnos: tomar posición en nuestra historia, en la historia que nos precede, pero que se reproduce en nosotros y nosotros reproducimos. Cada uno parte de esa historia, para, de algún modo, separarse también un poco de ella. E inventar alguna cosa de cara al futuro.
Hay un último aspecto que yo quería mencionar. No podemos desconocer las fuerzas con las que estamos lidiando y cómo esas fuerzas actúan dentro de cada uno. No es solo porque el sujeto pueda buscar una referencia nueva, que esa referencia está lista para él. Si importamos los discursos, reproducimos los prejuicios y los problemas. Entonces, me parece que el momento que vivimos hoy se presenta como una posibilidad, como decía Claudia, que hablaba de esperanza, es un momento de crisis, de crisis de nuestro discurso, pero también es el momento de responsabilizarnos por crear y producir poco a poco una nueva forma para eso que está desmoronándose, o sea, para las relaciones discursivas, los lugares, las diferencias, las posibilidades de frecuentar los lugares.
Hoy no tenemos la posibilidad de sustentar una transmisión de saberes que era hecha de forma jerárquica, del profesor como dueño de una cátedra, para el alumno que simplemente oía, obedecía o se sometía. Por otro lado, tenemos la posibilidad de inventar otra relación que no sea simplemente abandonar nuestro lugar, de enseñar, de formar, de pensar cómo vamos a formar, cómo vamos a trabajar juntos. Como decía Claudia también, para poder potencializar esos otros discursos, que no son el discurso formal, el tomar lugar dentro de los problemas formales. Lo que está en cuestión es esa posibilidad que tenemos de tomar un lugar diferente en el campo del discurso de las relaciones sociales. Pero eso tiene como condición que no abandonemos nuestra responsabilidad de enseñar. Creo que ciertamente precisamos aprender mucho con los alumnos, pero la condición, desde mi punto de vista, para que eso pase es que también podamos sustentar y no abandonemos nuestra responsabilidad de formar. Es cierto que no tenemos los caminos para eso, los ignoramos hoy. Tenemos que reinventarnos en esa posibilidad de formar. Pero, si conseguimos mantenernos en nuestra responsabilidad, vamos a aprender algo con los alumnos, porque en ese vínculo, los alumnos también van a aprender algo con ellos mismos.

Sabrina Savegnago – Muchas gracias profesora Fernanda y profesora Claudia. Fueron intervenciones muy instigadoras y necesarias y me pareció que, de cierta forma, ellas se complementan. La profesora Claudia habló a partir de una perspectiva de la Psicología Social, compartiendo experiencias institucionales extremamente diversas y ricas para referirse a ese desafío de pensar la relación entre la universidad, la sociedad y los movimientos sociales, y destacó la importancia de pensar la democratización de la universidad y la cuestión de la extensión. Mientras la profesora Fernanda compartió también sobre esta cuestión, a partir del campo del sujeto, desde una perspectiva psicoanalítica, destacando los desafíos de la transmisión de saberes en la universidad, que son muy importantes para pensar principalmente, este momento que estamos viviendo.

Resumen
El encuentro aquí transcrito discute los síntomas del malestar en la universidad brasileña y comparte pistas en relación a cómo resituar el papel de la universidad pública en la construcción de las mediaciones simbólicas necesarias para el debate público sobre los desafíos del tiempo presente. Se abordó la condición subjetiva de los alumnos incluidos como resultado de los procesos de democratización de las universidades, el tipo de herencia que se conforma con las cuotas, sociales y raciales, que demanda que la universidad repiense su modo de operar. Se defiende que la acción universitaria sea más participativa en la sociedad, a través de programas de extensión, por ejemplo, así como se pone en evidencia que está a su alcance buscar una mayor integración, en el sentido de aproximar disciplinas distintas, pero necesarias para el desarrollo de la acción en un campo común.
Palabras-clave: universidad pública; transmisión; extensión universitaria.

Fecha de recepción: 17/04/2019
Fecha de aceptación: 19/10/2019

Symptoms of malaise in brazilian university: where are we and where are we going?
Round-table organized for the “Cycle of Debates: Subjectivity, Decoloniality and University”

Abstract
The conference transcribed here discusses the symptoms of malaise in brazilian university and points to clues as to how to reposition the role of the public university in the construction of symbolic mediations necessary to the public debate of contemporary social challenges. The discussion also involves the subjective condition of students included in higher learning institutions through the democratization of the accessibility to universities and the heritage of social and racial quotas, which demand a reflection on and a readjustment of the way in which the university functions. It is argued that university practices should be more engaged with society, through community outreach programs, for example. It is also demonstrated that it is within university’s reach to search for greater integration, in the sense of bringing together disciplines which are different, but all necessary for action in common ground.

Keywords: public university; transmission; university extension

Claudia Andréa Mayorga Borges mayorga.claudia@gmail.com
Doctora en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid – España, profesora del Departamento de Psicología y del Programa de Posgrado en Psicología de la Universidade Federal de Minas Gerais (UFMG). Coordina el Núcleo de Enseñanza Investigación y Extensión “Conexões de Saberes”, de la UFMG. Actualmente, es Vice-rectora de Extensión de la UFMG (2018-2022).
Fernanda Costa-Moura costamouraf@gmail.com
Doctora en Psicología Clínica por la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro (PUC-RJ). Profesora Asociada del Programa de Posgrado en Teoría Psicoanalítica del Instituto de Psicología de la Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ). Psicoanalista miembro del Tempo Freudiano Asociación Psicoanalítica.
Sabrina Dal Ongaro Savegnago sabrinadsavegnago@gmail.com
Posdoctoranda del Programa de Posgrado en Psicología de la Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ), Brasil. Doctora en Psicología por la Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ). Editora Asociada de la revista DESidades.