Reseña por Víctor Muñoz Tamayo.
Los estudiantes chilenos: el estudio de una politización desde los movimientos sociales
Cuando se inició el siglo XXl, Chile llevaba una década de una política posdictatorial centrada en la búsqueda de consensos al interior de un parlamento que, por su diseño electoral, tendía a la paridad entre los que fueron opositores a Pinochet (centro e izquierda) y los otrora pinochetistas (derecha). En ese contexto, toda transformación propuesta se debía ajustar a lo dictatorialmente instituido: aquellas condicionantes que el presidente Patricio Aylwin llamó “la medida de lo posible”, donde destacaba la mencionada tendencia binominal-paritaria del sistema electoral, los significativos cuórum parlamentarios requeridos para cambios fundamentales, la existencia de senadores designados por parte de instituciones conservadoras (como las fuerzas armadas) y otros factores que componían lo que se conoció como “enclaves autoritarios”. De tal modo, la política navegaba en un mar de restricciones que dificultaban transformar las dos grandes construcciones de la dictadura: el modelo institucional y el modelo económico. Los partidos con representación parlamentaria tendieron a asumir dicha condición, ya sea celebrándola como obra de una “impecable transición”, valorándola como estabilidad, o aceptándola con “auto flagelante” impotencia. La sociedad, por su parte, pareció alejarse de los temas relativos a la política, pues evidentemente, esta última carecía de aquel potencial transformador que, en décadas pasadas, había convocado a multitudes. No obstante la transversalidad del fenómeno, a los jóvenes se les señaló como los portadores emblemáticos de una tendencia de “desafección política”, dado el evidente desinterés de las nuevas generaciones en inscribirse en los registros electorales. Fue un periodo en que las conflictividades sociales parecían aplacadas, o eficientemente procesadas institucionalmente en un marco en donde la focalización en los individuos, o la negociación de alcance restringido, se imponían como lógica de interlocución y canalización de demandas en la relación “sociedad-Estado”. Un hito que ilustró esta distancia entre sociedad y política, fue el significativo apoyo electoral a Joaquín Lavín en 1999 (le faltó poco para triunfar), un candidato presidencial que, aunque era de derecha, hizo campaña diciendo “no soy político”, presentándose como “buen administrador” que no le interesaban “las discusiones de los políticos” sino “los reales problemas de la gente”. Pero la estable calma de la despolitización se vio fuertemente alterada hacia el 2006, y luego el 2011, cuando movimientos estudiantiles de impacto nacional no sólo reivindicaron un rol demandante desde lo social, sino que se autoproclamaron voceros de un descontento con reconocida raíz política y énfasis politizador. Esos jóvenes movilizados sostuvieron que sus agravios estudiantiles eran parte de un agravio social estructural, de modo que las soluciones a sus problemas no se limitarían a una especificidad (el colegio, la universidad), sino que se conectarían con todo el ordenamiento institucional y socioeconómico que se heredó de la dictadura. Entonces, las multitudinarias marchas, que gritaban “va a caer la educación de Pinochet”, apuntaron directamente a todo el modelo heredado de la dictadura y ratificado en posdictadura, impulsando una conflictividad que al no encontrar cabida en un sistema político cerrado e impermeable ante a la politicidad social, pasó a reclamar la propia transformación de la política: pasar de “la medida de lo posible” a cuestionar dicha medida, rechazar los límites de la transición y promover nuevos espacios y lógicas para la construcción colectiva del orden social. Este marco histórico, y el problema que en el subyace, es decir: la politización juvenil como reclamo de repolitización social, constituye el núcleo de lo que Oscar Aguilera analiza en su texto ‘Generaciones: movimientos juveniles, políticas de la identidad y disputas por la visibilidad en el Chile neoliberal’, un estudio que combina discusión conceptual con análisis social a partir de un acabado registro cualitativo de relatos de vida. En este último sentido, es la vida relatada de participantes de los ciclos de movimientos estudiantiles secundarios y universitarios, la que se articula con las representaciones de la política y los sentidos sociopolíticos del movimiento, lográndose un profundo análisis de la construcción histórica de las identidades movilizadas.
En este texto, Oscar Aguilera asume la posición del analista que opta por problematizar los enfoques sobre movimientos sociales en función de las realidades y procesos que investiga, más que buscar en uno de ellos un molde explicativo y excluyente. Por ello, el análisis de las teorías se direcciona en pos de iluminar aquellos aspectos que se relevan desde el análisis contextual: los vínculos entre estructura y cultura, organización y sociabilidad, racionalidades y emociones, las realidades en que el movimiento emerge y las realidades que crea el propio movimiento. Todo esto se desarrolla a partir de dos advertencias fundamentales: a) Las estructuras determinan, pero no predefinen al sujeto al punto de anular su conformación múltiple y tensionada. Es decir, existiría el sujeto juvenil socializado en el neoliberalismo, pero no el sujeto joven “del neoliberalismo” cual ente atrapado culturalmente en la sociedad de mercado y que sólo podría reproducir el orden desde sus lógicas hegemónicas, lo que supondría un estancamiento irreversible de la política en tanto técnica puramente administrativa, escindida de lo social y sus conflictividades, así como una imposibilidad de los movimientos sociales de acceder a una efectiva politización que dispute la construcción de orden. b) Los movimientos sociales tienen en su visibilidad una conquista, pero ella no es un punto de partida, sino más bien un punto de llegada de un proceso complejo en que se articularon identidades, se modelaron las dimensiones sociopolíticas de las demandas, y se compartieron y debatieron aprendizajes para la acción colectiva. Se rechaza así la predefinición estructural del sujeto, pero también la focalización restrictiva a “la protesta” o emergencia pública del movimiento sin atender a los procesos constitutivos de aquella cultura que sostiene la acción colectiva, sus demandas y organización. Mientras desde la perspectiva del sujeto predefinido se cae en la idea de la irreversibilidad de una sociedad “de mercado” y una política elitizada y tecnificada, que limita o impide el despliegue de movimientos sociales; desde el foco restringido a la visibilidad del movimiento (el movimiento como punto de partida del análisis), se tiende a la tentación de diagnosticar espontaneidad, enfatizando en la protesta por descontento o malestar que emerge ante una oportunidad estructural. Por el contrario, Aguilera nos dice que tiene sentido ahondar en las prácticas y cultura generadas en los procesos constitutivos de los movimientos estudiantiles, pues es ahí donde se juega la conformación de sujetos con incidencia sociopolítica, sujetos que aprovechan oportunidades como fisuras, crisis y reformulaciones del sistema político, pero que también son actores creadores de dichas oportunidades. Lo anterior requiere una mirada tan estructural como cultural, atender a las prácticas, pero también a los marcos interpretativos mediante los que se entienden (y debaten) tales prácticas, configurándose nociones sobre la política, lo social, lo justo, lo injusto y lo legítimo. Se trata, en definitiva, de conocer cómo en los movimientos se articula una ética y una estética, produciéndose un vínculo entre las formas de expresión y los elementos presentes en los modos de significar y valorar una política desde los movimientos estudiantiles.
Entre los tópicos fundamentales que el libro analiza, están: los espacios de disputa que protagonizan los movimientos estudiantiles, sus relaciones con el Estado, el gobierno, los privados, otros actores sociales y los medios de comunicación; las lógicas de acción, el manejo de las estrategias comunicativas, los códigos de la protesta y la negociación, la construcción e historicidad de las identidades, los sentidos de la acción colectiva, las auto imágenes generacionales en tanto noción (identidad) del propio sujeto en la historia, y las relaciones intergeneracionales (o la construcción relacional de lo generacional). En función de estos abordajes, el libro nos presenta a tres momentos cuidadosamente vinculados. En primer lugar, un debate conceptual socio históricamente situado, en donde se hace dialogar el estudio del ciclo de movilizaciones sociales en Chile durante la última década, con la especificidad estudiantil-juvenil y las teorías de los movimientos sociales. En segundo lugar, la exposición de tres relatos de vida de participantes de los movimientos estudiantiles tratados, lo que permite captar la fuente del análisis en su forma más “pura”, invitándose al lector a interpretar. En tercer lugar, el estudio integrado de la dimensión contextual-teórica con el análisis cualitativo, cerrándose con ello el texto.
Por todo lo anterior, ‘Generaciones: movimientos juveniles, políticas de la identidad y disputas por la visibilidad en el Chile neoliberal’ constituye un aporte relevante a la comprensión de la acción colectiva en América Latina. Una lectura recomendable para los que quieran conocer el continente, profundizando en el país que llevó más lejos el neo liberalismo, pero que no por ello ha dejado de tener en la historia un campo de disputa entre sujetos. Material útil para conocer las luchas que en este lugar del mundo los jóvenes libran por visibilizar posiciones, proyectar identidades, significar alternativas y vivenciar la política.
Referencias Bibliográficas:
RUIZ, O. A. Generaciones: movimientos juveniles, políticas de la identidad y disputas por la visibilidad en el Chile neoliberal. Buenos Aires: CLACSO, 2014.
Palabras-claves: movimientos sociales, estudiantes, Chile.
Fecha de recepción: 02/03/2015
Fecha de aceptación: 09/05/2015