Introducción1
Pensar en el campo – y todo lo asociado a lo rural – desde un punto de vista histórico tradicionalmente supuso enfocarse en cuestiones agrarias, es decir, productivas. Y, dado que lo productivo, en un amplio sentido, se asocia a las potencialidades de la vida adulta, no resulta demasiado llamativo que los estudios rurales hayan brindado poca atención a sus extremos, tanto niñeces como ancianidades.
Es cierto, las niñeces rurales recibieron una atención histórica más bien ocasional. Tal vez por sus huellas escurridizas. Pero también porque, a falta de una, tienen dos características que parecen impulsarlas hacia los entretelones del pasado. Si sus rasgos rurales suelen ser invisibilizados por una preponderante atención sobre pares urbanos, su condición infantil es rebasada constantemente por sesgos adultocéntricos que persisten en los abordajes sobre el pasado rural.
Lo anterior incluso es válido cuando numerosas aproximaciones se enfocan en cuestiones educativas que implicaron experiencias infantiles en el campo, porque con frecuencia el acento se ubica más bien en una dimensión institucional que parece diluir a los sujetos infantiles.
Con estas cuestiones en mente, este trabajo pretende reflexionar sobre una experiencia educativa rural, pero pensando también en las niñeces. Nos proponemos compartir una propuesta dirigida a estudiantes de nivel primario en una zona transicional entre el campo y la ciudad, cercana a la capital federal. Una particularidad es que tal experiencia se dio fuera de los habituales espacios áulicos, por lo que podría pensarse más bien como una experiencia educativa no formal.2
De este modo, a partir del registro de una experiencia educativa en particular proponemos comprender cómo fueron pensadas y abordadas las niñeces rurales en formas concretas. Al mismo tiempo, su análisis nos permite dejar planteado el valor de esas actividades en términos de sociabilidad y recreación infantil para chicos(as) cuyas vidas, muchas veces, se asumen estáticas y aisladas en sus entornos de vida.
La razón de centrar nuestra atención en ese caso puntual es que permite conocer una propuesta específicamente dirigida a niñeces rurales, con sus características peculiares, potencialidades y desafíos. Adicionalmente, dado que la experiencia implicó a pequeños(as) que vivían en un espacio transicional y dinámico entre el campo y la ciudad, supone pensar en las variadas gradientes de lo rural que pincelaron las vidas rurales infantiles en el pasado, y también en la actualidad.
Específicamente vamos a presentar el origen y desarrollo del Club de colaboradores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), cuyo accionar tuvo lugar al sur del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), en los contornos rurales del partido de Florencio Varela, entre finales de la década de 1960 y e inicios de 1980. Sus actividades –sobre todo los campamentos, que eran una nota destacada – se fundaron en la activa participación de maestras y jóvenes colaboradores preocupados por las situaciones infantiles de una zona periurbana de producciones hortícolas y florícolas, como también de numerosos niños(as).
En suma, ¿qué valores, destrezas, conocimientos y experiencias era importante proveer a esos(as) niños(as) del campo periurbano a “tierna edad”? ¿qué funciones asumía en ese contexto la capacitación, pero especialmente la recreación? Pero también, ¿qué tipo de experiencias infantiles eran animadas, de qué modos se suponía que los(as) pequeños(as) destinatarios(as) se apropiaran de esos espacios?
Estas cuestiones se plantean a partir del registro de esas actividades y de la particular mirada de quienes estaban a cargo, que transcribían experiencias propias y de los niños(as) y, no pocas veces, cámara en mano se ocupaban de resguardar gestos y actitudes infantiles. Las fuentes utilizadas son entrevistas semiestructuradas a exdocentes y colaboradores, notas de prensa local, informes, pero también una nutrida colección de fotografías particulares tomadas por exmaestras, algunas de las cuales forman parte del repositorio institucional del INTA.
Familias y niñeces en bordes rurales: Florencio Varela
Antes de comentar sobre la actividad, es necesario presentar el escenario. En líneas generales, entre las décadas de 1960-1970 el sector agropecuario argentino experimentó una etapa de crecimiento, mientras se acentuaba un impulso tecnológico desde finales de la década de 1950. También, a partir de 1940 y hasta 1970, se experimentó un acceso a la propiedad de la tierra agraria en la región pampeana.
En ese cuadro, la provincia de Buenos Aires reveló una consolidada posición basada en gran medida en su centralidad en el esquema agropecuario. Para esa época su prosperidad fue acompañada de un proceso de urbanización y concentración demográfica en torno de la Capital Federal, en curso desde décadas previas. Con un centro que congregaba múltiples bienes y servicios, en su interior también florecían diferentes ciudades y pueblos bordeados por contornos agrarios.
Sin embargo, durante esa etapa los espacios rurales de esta rica provincia vivieron profundas transformaciones que promovieron que muchas familias abandonaran parajes y campos. Si bien era un proceso iniciado en años anteriores, la tecnificación y mecanización de los procesos productivos fueron poderosas razones que lo acentuaron. También contribuyó una búsqueda de más opciones en educación, salud y bienestar, acorde a aspiraciones familiares cada vez más urbanizadas (Balsa, 2006; Gutiérrez, 2012).
Más allá de estas realidades que implicaban a espacios rurales y ciudades, cada vez más atractivas con sus asfaltadas arterias y abigarrado tejido de viviendas, se extendían también otros contornos de límites difusos, transicionales y dinámicos. Los espacios rurales periurbanos cercanos a las ciudades funcionaban como “extramuros” donde el abastecimiento de productos frescos se hacía posible. En esos escenarios emergía una ruralidad diversa donde muchas veces la experiencia cotidiana estaba poco influida – e incluso, beneficiada – por el mundo citadino.
Un informe que hizo el INTA en 1977 sobre partidos de perfil hortiflorícola en la zona pampeana,3 incluyendo el mencionado partido de Florencio Varela, revelaba que en ese tipo de bordes rurales abundaban familias nucleares radicadas en explotaciones que funcionaban usando sus recursos a pleno, incluyendo mujeres y niños. Cuando la situación lo permitía se adicionaban peones que, en ocasiones, también vivían con sus propias familias en los campos (Brie, 1977).
El estudio mostraba una fotografía de diferentes realidades familiares rurales en los bordes de una urbanización que no paraba de extenderse. Pero también que, en comparación con otras zonas rurales de la región, en estos espacios no existía gran diferencia en cuanto al confort. Si bien se advertían algunas mejoras – calefacción del hogar, refrigeración de alimentos –, en otros rubros – acceso a la red eléctrica, telefónica o condiciones sanitarias – las casas de las familias de sectores medios eran similares, o peores. Incluso el estado de los caminos era deficiente (Brie, 1977).
Con condiciones de vida que no eran necesariamente mejores por vivir más cerca de la vida urbana, las familias rurales en esas condiciones se dedicaban a la producción de hortalizas y flores desde décadas previas. De hecho, con frecuencia solían ser inmigrantes. En los bordes cercanos a la Capital Federal proliferaban sobre todo japoneses, italianos, portugueses, entre otros orígenes posibles.
En ese contexto se encontraba el partido de Florencio Varela, al sur del AMBA (ver Gráfico 1).4 Desde mediados del siglo XX fue escenario de un potente crecimiento demográfico originado por la afluencia de migrantes internos, y una progresiva – aunque desigual – urbanización en décadas siguientes, atravesada por múltiples carencias en barrios periféricos. En el orden productivo, a partir de la década de 1950 una importante producción hortícola e incluso florícola le dio una nueva identidad.
Gráfico 1. Zonas de producción periurbana, en la Región Metropolitana de Buenos Aires y partido de Florencio Varela
Fuente: INTA (2012), Agricultura Urbana y Periurbana en el Área Metropolitana de Buenos Aires, URL: http://inta.gob.ar/sites/default/files/script-tmp-creacin_eea_amba.pdf; Wikipedia.
En las zonas rurales de Florencio Varela – como Villa San Luis o La Capilla – destacaban para esa etapa diversas familias inmigrantes. Incluso, como sucedía en otros partidos cercanos – Avellaneda, Esteban Echeverría y La Plata – algunas explotaciones familiares formaban parte de colonias agrícolas creadas por el Estado nacional o provincial durante el peronismo (1946-1955) que, con altibajos, subsistían en los años 60 y 70 (De Marco, 2018).
En efecto, la creación de una colonia agrícola en los fondos rurales varelenses pretendió acelerar transformaciones productivas en curso, pero también beneficiar el arraigo familiar dada la cercanía con la capital nacional y provincial (La Plata). Fue así como en 1951 el estado de la provincia de Buenos Aires compró 1587 hectáreas para crear la colonia “17 de octubre/La Capilla”5 en la zona rural de La Capilla.
Su puesta en marcha implicó que numerosas familias inmigrantes – japoneses, italianos, portugueses, ucranianos – se radicaran en esas tierras. Su llegada supuso una transformación del paisaje, que, si bien contaba con explotaciones familiares disgregadas, pasó a tener decenas de nuevos lotes habitados y producidos. Desde su llegada unieron esfuerzos para generar diferentes iniciativas que fortalecían la ayuda mutua y la sociabilidad, como cooperativas y clubes sociales que para los años 60 y 70 continuaban aun con cierta vitalidad.
Es significativo notar que las familias, a pesar de vivir a unos 15 kilómetros del centro urbano, no lo frecuentaban demasiado. Incluso en otras zonas rurales del partido – como Villa San Luis – otras familias rurales se dedicaban a las faenas del campo y componían diversas estrategias, algunas de tipo étnico, para fomentar el encuentro y ayuda mutua. Además, muchas tenían varios hijos(as) pequeños(as) que colaboraban en las producciones, pero que también rápidamente supusieron un impulso para renovar demandas escolares.
En verdad, en los campos de Florencio Varela habían funcionado tres escuelas primarias, fundadas a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Nos referimos a las escuelas N.º 5 Guillermo Enrique Hudson (Villa San Luis), la escuela N.º 8 Bernardino Rivadavia (El Tropezón) y la escuela N.º 4, Florencio Varela (La Capilla). Sus aperturas, cierres y reaperturas acompasaban los cambios del escenario rural.
En ese sentido, la creación de la colonia a inicios de la década de 1950 alentó la puesta en funcionamiento de la escuela N.º 4. Dicha institución cumplió una función de singular importancia al potenciar instancias de sociabilidad y recreación infantil, pero que también dinamizaban a toda la comunidad.
En los años 60 y 70 el perfil intensivo del partido se había consolidado, pero muchas familias rurales habían experimentado un lógico recambio generacional, o pronto lo harían. En La Capilla, por ejemplo, aquellos niños(as) que habían reestrenado una escuela abandonada en los 50 eran quienes formaban sus propias familias con pequeños(as) en edad escolar. Otras familias, en cambio, se habían fragmentado con miembros jóvenes que optaban por una vida urbana que ofrecía oportunidades que el campo familiar no brindaba.
La escuela, en ese contexto, se había desdibujado como espacio preferente de encuentro entre aquellas primeras familias colonas, en la medida en que el panorama social también se transformaba. Lo anterior apunta a entender que el campo rural varelense, como otros espacios similares, en la etapa estudiada había experimentado el comienzo de una sangría. Y si bien muchas familias habían reacomodado sus derroteros a la inminente situación – también cansadas de carencias que el Estado no suplía a pesar de los reclamos –, otras bregaban por quedarse.
Al mismo tiempo, a partir de la década de 1970 se acentuarían cambios en este tipo de escenarios cuando esas familias europeas y asiáticas fueron abandonando la producción directa para vender o arrendar sus tierras, mientras se afianzaban familias productoras de origen boliviano. Es en ese contexto de despliegue productivo, recambios, y también ausencias que comenzaban a acentuarse, es que se creó el Club de colaboradores del INTA.
Es decir, la experiencia educativa que comentamos se insertó en un escenario rural periurbano en los bordes de la Capital Federal con consolidadas producciones intensivas de carácter familiar – aunque con diversas realidades –, influido y transformado progresivamente por el avance urbano, variado en términos migratorios, culturales y lingüísticos, atravesado por políticas públicas acotadas e intermitentes.
En ese complejo contexto, además, durante las décadas de 1960-1970 en la zona rural de Florencio Varela vivían numerosas familias rurales en cuyos campos crecían pequeños(as) de existencias, en general, desapercibidas. La población infantil estaba compuesta por niños(as) de sectores medios rurales, pero muchos también de condiciones más precarias e inestables. Su presencia generaba diversas demandas, incluyendo educativas, que tenía múltiples consecuencias en la vida cotidiana de los habitantes.
2 – Entendemos por educación no formal “todo proceso educativo diferenciado de otros procesos, organizado, sistemático, planificado específicamente en función de unos objetivos educativos determinados, llevado a cabo por grupos, personas o entidades identificables y reconocidos, que no forme parte integrante del sistema educativo legalmente establecido y que, aunque esté de algún modo relacionado con él, no otorgue directamente ninguno de sus grados o titulaciones” (Pastor Homs, 1999, p. 541).
3 – El informe incorporaba a los partidos de Escobar y Florencio Varela (cercanos a la Capital Federal, al norte y sur, respectivamente) y Arroyo Seco, una ciudad del departamento de Rosario, provincia de Santa Fe.
4 – Es uno de los 40 partidos que bordean a la Capital Federal, configurando el espacio de concentración demográfica y económica más importante del país. En la actualidad continúa teniendo una importante extensión de tierras rurales, aunque con dinámicos límites que el pulso citadino imprime sobre ellas.
5 – Un nombre que era una alusiva referencia peronista, pero que en 1955 – tras el derrocamiento de Juan D. Perón tras el golpe cívico-militar autodenominado Revolución Libertadora – fue reemplazado por La Capilla.