Foto: Pxhere

A, B, C… de campo. Educación no formal y recreación para niñeces rurales (Buenos Aires, Argentina, 1969-1980)

En el campo y (fuera de) las aulas

En el contexto referido tuvo lugar la creación del Club de colaboradores del INTA, con su particular ímpetu y enfoque sobre ese multiverso infantil rural. Sin embargo, comentar una experiencia educativa de características particulares supone hacer algunos breves comentarios previos.

Es significativo notar, en principio, que aún en las décadas de 1960-1970 las escuelas primarias rurales eran, en diferentes puntos de la provincia de Buenos Aires, la única señal visible del Estado. En efecto, significaban mucho más que un espacio de enseñanza-aprendizaje.6 En lo cotidiano aparecían como “centro orientador de la familia” y de la comunidad, pero también como promotoras del “progreso rural”. Esto en una etapa en que aún mantenían su matrícula, aunque progresivamente debilitada por el abandono familiar de los campos (Gutiérrez, 2020). Eso era válido para espacios aislados, pero también otros donde la cercanía con lo urbano, como se comentaba antes, no siempre implicaba más acceso a bienes y servicios, o una presencia estatal más tangible.

Pero en ese contexto también se promovieron propuestas educativas no formales en el medio rural, pensadas para “llegar a diversos ambientes con una oferta educativa flexible y que permita disminuir la brecha de la desigualdad de acceso a la educación con relación a la población urbana y difundir aspectos culturales y tecnológicos relacionados con las producciones propias del medio rural” (Gutiérrez, 2014).

Este tipo de propuestas cobraron especial impulso a partir de la década de 1970 con cambios normativos que permitieron un reconocimiento específico. Sin embargo, las experiencias de educación no formal en el ámbito rural argentino tenían una larga tradición, sobre todo en relación con la extensión.

En Argentina, tales iniciativas quedaron a cargo del Ministerio de Agricultura de la Nación (MAN) desde inicios del siglo XX, aunque fue en la década del 50 que se potenciaron tareas en torno de la familia rural (Losada, 2003). En efecto, la creación del INTA (1956) concentró una buena cuota del extensionismo rural, con la intención de impulsar un mejoramiento en la calidad de vida de las familias rurales.

Este Instituto se proponía impulsar tanto el desarrollo como la tecnificación de la producción agraria, a través de una estructura descentralizada, pero también promover mejoras para comunidades rurales en un sentido educativo. Por lo anterior se afirmaba que el aumento de la productividad debía tener un correlato con:

[Una] elevación del nivel de vida social y económico de la familia campesina, para propender a la formación de una población rural instruida, competente, próspera y sana, en condiciones de disfrutar de las comodidades que brindan los adelantos de la vida moderna (Losada, 2003, p. 31)

Por eso, las tareas de extensión rural eran consideradas “una función educativa (…) para promover un cambio de actitud” (De Arce; Salomón, 2018). Si bien era innegable el sesgo productivista que orientaba estas intenciones – en diálogo con las miradas desarrollistas que inspiraban la etapa –, durante las primeras dos décadas de vida del INTA, la familia rural tuvo un espacio central en sus iniciativas.

Con esas preocupaciones en mente se particularizaba en poblaciones femeninas y juveniles mediante iniciativas como Hogar Rural o Clubes 4-A, respectivamente (Gutiérrez, 2014; Albornoz, 2015). De hecho, en cada Estación Experimental Agraria (EEA) – de la que dependían, a su vez, Agencias de Extensión (AE) – debía haber asesores técnicos de Hogar Rural y Juventud Rural quienes, aunque siguiendo directivas generales, realizaban diagnósticos e intervenciones situadas (De Arce; Salomón, 2018).

Pero refiriéndonos particularmente a las infancias y juventudes, desde 1954 los Clubes 4-A comprendían a personas en una amplia franja etaria (de 10 a 18 años). Su nombre era una referencia a los cuatro principios que inspiraban su existencia: acción para el progreso rural, adiestramiento para capacitarse, amistad para el mayor entendimiento y ayuda para el bien común.

Como explicitaba un folleto de difusión, esos clubes “[recibían] al joven en la edad difícil y lo ayudan a canalizar energías físicas, mentales y espirituales, estimulando las buenas inquietudes, orientando afanes y desarrollando el espíritu de comunidad” para desempeñarse como ciudadanos ejemplares (INTA, 1969). En cierta forma esos espacios estaban pensados para contrarrestar la “deficiencia” que el ámbito rural suponía en materia de esparcimiento y vinculación social en la niñez y juventud. Por eso, sus integrantes podían aprender sobre faenas rurales, pero también hogareñas mientras se alentaba la sociabilidad (Losada, 2003).

Pero muchas de estas iniciativas se dirigían no sólo a espacios tradicionalmente rurales, sino también a aquellos más difusos, que se ubicaban entre lo urbano y lo rural (Gutiérrez, 2020). Por eso, estos antecedentes permiten comprender el contexto institucional que el INTA le dio respaldo a la particular experiencia referida, desarrollada en Florencio Varela.

El Club de colaboradores del INTA

Mientras el INTA experimentaba una etapa de crecimiento, en Florencio Varela tenía lugar una serie de transformaciones que se conjugaron para crear una delegación. Fue por esa razón que en 1964 se creó una AE, para brindar acompañamiento a productores de las zonas rurales del partido.

A partir de entonces, se pusieron en marcha estrategias dirigidas a las familias rurales y sus diferentes miembros. De hecho, en 1968 la asesoría del Hogar Rural, que funcionaba en el vecino partido de Berazategui, se trasladó a la nueva agencia. Pero también tuvo lugar la creación del Club de colaboradores del INTA para el trabajo con la juventud rural.7

Los inicios del Club se remontaban a una particular experiencia de 1965, cuando dos maestras rurales varelenses, Adela Buján y Susana Giauque, se propusieron llevar a sus estudiantes de campamento al Bañado de San Juan. El balance de esa iniciativa pionera fue tan positivo – “no sólo para los pequeños, sino también para los docentes […] que comprobaron el enriquecimiento mutuo” –, que el INTA propuso extender la iniciativa a las tres escuelas rurales de la zona.8 Fue así como nació Campamentos para Alumnos y Exalumnos Rurales (COPAER).

En efecto, los resultados fueron estímulo suficiente para pensar en un nuevo espacio que reuniera inquietudes y potenciara decisiones. Para darle forma a sus intenciones, las docentes se pusieron en contacto con un ingeniero agrónomo, Alfonso Buján y otra docente, Raquel Banfi. Una vez definidos intereses y propósitos integraron al ingeniero Garibaldi – jefe de la AE – y Elisa Ciliberto, encargada de Hogar Rural, o “señorita INTA”, como la llamarían varios chicos(as).9

Una de las primeras actividades de la flamante organización fue el dictado de un Curso de capacitación para maestros de campamento, realizado en 1967, con apoyo de la AE de Berazategui y el equipo directivo de COPAER. Se preparó a una veintena de jóvenes maestros(as) en técnicas de campamento, psicología infantil, dinámica de grupos, primeros auxilios, astronomía y recreación, a cargo de profesores y especialistas.10

Con esos conocimientos, y con una propuesta que había recibido una buena acogida por parte del INTA, se realizaron campamentos en dos ciudades de la costa atlántica de Buenos Aires, Miramar y Necochea. Los alentadores resultados de ambas experiencias dieron origen a la creación del Club de colaboradores del INTA en mayo de 1969.

El club se organizaba en tres comisiones: capacitación, trabajo con acampantes y trabajo con familias, de modo que se buscaba cubrir un amplio espectro de situaciones que colaboraban en las realidades infantiles rurales. En el diseño y puesta en marcha de las actividades participaba especialmente un grupo de adultos cuyo trabajo cotidiano y conocimiento directo con la niñez rural era importante, y que se profundizaría en cada futura actividad.

Pero, además, el accionar del Club se fundamentaba en un activo voluntariado juvenil. En efecto, con el correr del tiempo comenzó a sumarse un mayor elenco de jóvenes colaboradores(as) que, en varios casos, eran estudiantes de nivel secundario de la ciudad de Florencio Varela. Algunas chicas incluso culminaban sus estudios como maestras normales nacionales11, entre ellas María Amalia Pereyra y Mabel Domingo.

También había jóvenes que eran hijos(as) de productores de la zona, como Ken Wake, Guillermo Tamashiro, y los hermanos Dos Santos. Incluso, con el tiempo se integraron algunos que habían participado en actividades de los primeros años. A su modo, devolvían a través de su tiempo y esfuerzo lo que habían recibido, participando desde un lugar en que la propia experiencia infantil aparecía resignificada.

De manera que el Club de colaboradores tenía una importante vinculación con las maestras rurales que trabajaban en escuelas de la zona, y se fundamentaba, además, en un importante trabajo de jóvenes, urbanos y rurales, que recibían capacitaciones específicas para las tareas que encaraban (Guzmán; Herrera; Sosa, 2011).

En esas condiciones el club desarrolló una intensa actividad por espacio de más de una década. A inicios de 1980 su dinamismo había declinado, y en 1985 incluso la Agencia del INTA fue reubicada en una zona rural de otro partido (Berazategui). Sin embargo, mientras estuvo activo, el club fue un espacio de gran valor y referencia para las niñeces que asistían a las escuelas de la zona rural.

Los registros institucionales del INTA, tanto como la prensa local y las memorias de docentes y colaboradores, dan cuenta de un amplio abanico de variadas propuestas. Las actividades se orientaban a niños(as) de 10 años en adelante y se organizaban en dos sentidos. Por un lado, con regularidad mensual se realizaban salidas “de interés en el aspecto fabril, como en el científico, el histórico o el agropecuario”.12 Por otro lado, algunos fines de semana se programaban pre-campamentos, etapas preparatorias para los campamentos de verano, actividades centrales que duraban entre 10 y 15 días.

En cuanto a las salidas mensuales, su elección pretendía recuperar cuestiones de interés para el ámbito rural. En ese sentido se organizó una visita a una planta potabilizadora de agua de Ensenada (1974, La Plata) para que los chicos reflexionaran sobre la importancia de usar adecuadamente este recurso en sus hogares. También visitaron los establecimientos de La Serenísima (1978), empresa de productos lácteos, para conocer su proceso industrial.

Más allá de las salidas con temática agraria, no faltaban tampoco excursiones orientadas a que los participantes conocieran espacios de valor histórico. Es destacable, en ese sentido, una salida en el partido de Ranchos (General Paz, 1979), oportunidad en la cual se visitó un fuerte creado en 1871 para el control de fronteras.

A su vez, también se hacían actividades vinculadas al ocio infantil. Si bien algunas se desarrollaban en la zona, en general se diseñaban estrategias para que los(as) chicos(as) conocieran más allá de sus entornos cotidianos. En ese sentido destacó, por ejemplo, una jornada de actividades deportivas en el predio de la Asociación Japonesa de Burzaco (1974), donde los(as) participantes se entretenían en juegos colectivos, competencias individuales e incluso elaborando ikebanas, tradicionales arreglos florales nipones.

Sin embargo, como se mencionó, las actividades más significativas del club eran los campamentos, divididos en dos tipos. Los preparatorios, de corta duración, se realizaban en localidades como Chascomús o San Pedro. Sin embargo, los más extensos, que coincidían con las vacaciones escolares estivales, eran los más ansiados por el público infantil.

En algunas oportunidades los campamentos de verano se realizaban en predios de la Dirección de Educación Física de la provincia de Buenos Aires. Pero si eran a “cielo abierto” – es decir, sin instalaciones de ningún tipo – los chicos(as) eran incentivados a armar sus carpas, aunque también debían construir cocinas y baños, además de disfrutar de fogones y juegos nocturnos.13

Imagen 1 y 2. Niños en sus carpas y construyendo un posa platos para la cocina del campamento (c. 1967).


Fuente: Archivo personal de María Amalia Pereyra

Esas actividades, que en ocasiones aparecían retratadas en notas de periódicos locales (El Varelense, Mi Ciudad, La Plata Hochi), eran diagramadas con compromiso y suponían un enorme esfuerzo organizativo, pero también dinero. Al respecto recibían apoyo por parte del INTA para pagar pequeños gastos de los(as) colaboradores(as), pero también debían esmerarse para conseguir donaciones en materia de traslados, que a veces cubría el Ministerio de Educación provincial o el municipio.14

Sin embargo, con frecuencia los gastos se solventaban a través de diferentes actividades a beneficio del club, como peñas folklóricas.15 La búsqueda de alternativas de financiamiento por parte de quienes estaban a cargo era una constante. Sin embargo, los niños(as) en ningún caso debían afrontar gastos. La intención era que pudieran participar todos, sin distinción, de modo que a veces se pedían pequeñas colaboraciones según las posibilidades de cada familia.16

Más allá de estas cuestiones, también importaba “colaborar con las autoridades competentes en el cuidado de la salud de los miembros de la familia rural”, y por ese motivo los docentes y colaboradores participaban en campañas de vacunación, controles para detectar hidatidosis canina, asesoramiento sobre desinfección de pozos e instalaciones de agua en los hogares, entre otras cuestiones.17 Pero, en definitiva, como resumía un periódico local, en el club “maestros, estudiantes, floricultores, jóvenes, todos se dedican con entusiasmo a desarrollar, con orientación del INTA, acciones que redundan en beneficio de los niños del área rural”.18

Como los propios miembros del club expresaban en un comunicado, “todo el año [desarrollamos] una acción que tiene como beneficiarios a los niños de la zona rural de Florencio Varela. Organizamos para ello: paseos, visitas educativas, reuniones recreativas, procurando brindarles a todos – sin distinción de situación económica familiar – oportunidades para que se capaciten y establezcan lazos de compañerismo y amistad”.19

Porque, en efecto, en el corazón de las variadas propuestas del club se encontraban decenas de niños(as) rurales que se sumaban con entusiasmo, encontrando en cada actividad algo adicional a lo que podía ofrecerle el tradicional espacio escolar al que asistían semanalmente. Sobre algunas de sus posibles respuestas, gestos y actitudes profundizaremos a continuación.

6 – En sus comienzos la educación rural en Argentina quedó a cargo del Ministerio de Agricultura, diferenciada del resto de la oferta educativa. Fue a partir de 1967 que quedaría bajo la órbita del Ministerio de Educación.
7 – Entrevista concedida por PÉREZ, Raúl (directivo INTA). [07.2019] Entrevistadoras: Talía Gutiérrez, Martina Oddone y Celeste De Marco. La Plata.
8 – 10 años de servicio cumplió el Club de colaboradores del INTA. El Varelense, Florencio Varela, p. 6, 4 jun. 1979.
9 – Entrevista concedida por TAMASHIRO, Guillermo (productor, excolaborador INTA). [03.2015]. Entrevistadora: Celeste De Marco, realizada por la autora. La Capilla, Florencio Varela.
10 – Entrevista concedida por PEREYRA, María Amalia (exdocente) [09. 2020]. Entrevistadora: Celeste De Marco.
11 – Entrevista concedida por M. D. (exdocente) [09. 2020]. Entrevistadora: Celeste De Marco. Florencio Varela.
12 – 10 años de servicio cumplió el Club de colaboradores del INTA. El Varelense, Florencio Varela, p. 6, 4 jun. 1979.
13 – Entrevista concedida por PEREYRA, María Amalia.
14 – Entrevista concedida por M. D.
15 – COLABORADORES del INTA: excursiones y folklore. El Varelense, Florencio Varela, p. 8, 5 nov. 1974.
16 – EXPERIENCIA de un club de colaboradores. El Varelense, s/f.
17 – 10 años de servicio cumplió el Club de colaboradores del INTA. El Varelense, Florencio Varela, p. 6, 4 jun. 1979.
18 – CLUB de colaboradores del INTA. El Varelense, Florencio Varela, p. 5, 31 jul. 1974.
19 – INTA organiza un festival infantil. El Varelense, Florencio Varela, p. 3, 31 jul. 1973.
Celeste De Marco celestedemarco88@gmail.com

Licenciada en Ciencias Sociales y Doctora en Ciencias sociales y Humanas por la Universidad Nacional de Quilmes (Buenos Aires, Argentina). Becaria postdoctoral del CONICET en el Centro de Estudios de la Argentina Rural (UNQ). Co-coordinadora de la Red de Estudios Rurales en Familias, Infancias y Juventudes. Se especializa en temas de familias e infancias rurales. Realiza actividades de investigación y docencia en posgrado y extensión.