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Infancia rural y trabajo infantil: concepciones en situaciones de cambio

Infancia y trabajo infantil: perspectiva de los agricultores familiares

Desde la perspectiva formal, diversas actividades ejecutadas por niños en el entorno de la agricultura familiar han sido incluidas entre las peores formas de trabajo infantil, hecho que, según investigaciones de Schneider (2005) y Marin at al. (2012) ha generado turbación moral, indignación y cuestionamientos entre agentes sociales vinculados con el movimiento social de los trabajadores de la agricultura, los cuales han declarado su desacuerdo respecto a la vinculación entre agricultura familiar y explotación del trabajo infantil. A partir de la mediación de investigadores, estos agentes sindicales tratan de mostrar que el trabajo hecho por niños en unidades de agricultura familiar tiene un carácter de “ayuda”, basado en los principios de la educación y la socialización, diferenciándose legal y sociológicamente del trabajo asalariado, que se objetiva bajo los rigores de las relaciones de expropiación, precarización y disciplina de los niños trabajadores.

Dichas contradicciones desvelan diferentes concepciones en torno a la infancia y al trabajo infantil. El conjunto de leyes, políticas públicas e instituciones educativas representan procesos hegemónicos de construcción social de la infancia en el contexto contemporáneo, que se orientan en nombre del desarrollo individual del niño. Sin embargo, en las unidades agrícolas familiares, el trabajo de los niños siempre ha formado parte de las formas de socialización de las nuevas generaciones y de complementariedad de la mano de obra en las actividades agrícolas y domésticas. Aun en la contemporaneidad, agricultores familiares le atribuyen un valor significativo al trabajo de los niños, pese al reconocimiento de la importancia de la educación escolar en la formación de las nuevas generaciones.

Para que se comprenda la cuestión, es necesario un análisis de la singularidad de los procesos, las relaciones y las representaciones sociales construidas y reproducidas por las familias de agricultores en torno a la infancia y al trabajo de los niños. En términos conceptuales, según Neves (2007, p. 265), la agricultura familiar es una categoría socio-profesional resultante de procesos de construcción social, que “corresponde a formas de organización de la producción en las que la familia es propietaria de los medios, al tiempo que es ejecutora de las actividades productivas”. Los agricultores familiares, en la condición simultánea de propietarios y trabajadores, construyen procesos específicos de gestión de sus unidades productivas, que hacen referencia a racionalidades sociales implicadas en la atención de múltiples objetivos socioeconómicos, orientan los modos de inserción en el mercado productivo y consumidor e intervienen en la creación de patrones de sociabilidad familiar entre familias de productores (Neves, 2004).

En la gestión económica de las unidades familiares de Itapuranga, todos los miembros de la familia actúan de forma colaborativa para la ejecución de los trabajos, aunque hay cambios o matices según la edad, el sexo y la posición jerárquica. Al acompañar al padre y a la madre, los niños incorporan experiencias sobre técnicas agrícolas, cría de animales y servicios domésticos. El trabajo del niño constituye la “ayuda” que garantiza la reproducción de la unidad familiar a corto plazo, al contribuir a la producción de bienes y servicios necesarios para el consumo de la familia y de productos sobrantes destinados a ser comercializados; tanto como a largo plazo, en la medida que integra las lógicas de la formación de los futuros trabajadores y de la producción de modos de vida.

En un estudio desplegado en la década del 70, en Itapuranga, Brandão (1986, p. 45) afirmó: “ni siquiera se les ocurre la posibilidad de que un niño a partir de los seis años de edad (si no antes) no se incorpore poco a poco a las actividades de trabajo y producción de la familia”. Según el autor, la ayuda de los hijos en los trabajos domésticos y agrícolas se debía a la necesidad de reducir los costos con la contratación de trabajadores asalariados y la posibilidad de que parte del trabajo la realizaran los niños y, con mejores resultados, los adolescentes. Así que el trabajo del niño generaba más autonomía en la unidad familiar frente al trabajo externo y reducía los costos de producción, convirtiéndose en un recurso productivo, pues “un hijo normalmente produce más para la familia que lo que consume” (Brandão, 1986, p. 45).

En el contexto actual, a los hijos ya no se les percibe como un recurso productivo importante o mano de obra complementaria de la familia, sino como personas en formación, que necesitan participar en la vida y en los trabajos domésticos y productivos de la unidad familiar. El dominio progresivo de dichas actividades implica un importante aprendizaje que permite la construcción de la autonomía del futuro trabajador.

En las unidades de producción familiar de Itapuranga todos los miembros participan en la producción de bienes de consumo y productos mercantiles sobrantes. Las familias agricultoras forman unidades de producción y consumo, así que todos sus miembros participan de un modo particular en la división del trabajo familiar. Según Brandão (1986), los campesinos de Itapuranga forman espacios laborales, existenciales y simbólicos distintos de acuerdo con el sexo y la posición jerárquica: los hombres trabajan en los espacios de la producción agrícola y ganadera, mientras que las mujeres trabajan en el hogar y en el patio. Los hombres pueden desempeñarse en las labores domésticas, y las mujeres en el cultivo y en la crianza de animales. Sin embargo, el trabajo de los niños siempre lo refieren como “ayuda”, sea en el cultivo, sea en la crianza de animales o en el hogar, dónde comienza desde temprana edad y se extiende progresivamente, de acuerdo con la edad y el sexo.

En la actualidad, los niños siguen en la categoría de ayudantes bajo la tutoría de los adultos para ejecutar las labores que no les resultan peligrosas y les sirven de aprendizaje: “Uno nunca va a exigirles más de lo que pueden. No pondré a un niño a trabajar demasiado, pero ellos pueden aportarnos alguna ayuda y con eso van aprendiendo” (agricultora familiar, 25 años, dos hijas, 6 y 9 años).

La determinación de los trabajos que realizarán los niños sigue diversos criterios restrictivos. En la perspectiva de los agricultores entrevistados, resulta moralmente inaceptable que se pongan a trabajar a los niños sin tener en cuenta su desarrollo físico y cognitivo, así como tampoco se acepta que les sean transferidas responsabilidades de los adultos. En base a los trabajos que tienen lugar en las unidades productivas, condenan las situaciones en las que los niños deben “tomar la azada para hacer el desmalezado”, “manipular agrotóxicos en la labranza llevándose el pulverizador en las espaldas”, “arrastrar equipos de riego”, “estar todo el día bajo el sol”, “moler la caña para alimentar a los bueyes, pues es un trabajo peligroso”, “cargar demasiado peso”, “hacer trabajos duros todo el día”. En esta perspectiva, resultan condenables los trabajos que agotan las capacidades físicas y cognitivas de los niños y representan riesgos de accidente y peligros para su salud. Por lo tanto, se debe proteger a los niños de las tareas que malgastan prematuramente al trabajador y pueden comprometer su futuro.

Del mismo modo, son inaceptables las situaciones de sujeción del niño a trabajos duros y largas jornadas, pues perjudican su salud y los estudios escolares, según testimonio: “hay trabajo duro que lo puede perjudicar en la escuela, en la salud. Los perjudica en las escuelas, sus mentes, pues están cansados” (agricultora familiar, 39 años, dos hijos, 10 y 14 años). Aunque el trabajo cumple funciones en la economía familiar y en la socialización del niño, no se admiten repercusiones negativas en el desarrollo de los estudios. Con antelación, se deben preservar el tiempo y la energía vitales de los niños para los estudios en la escuela. Si el niño no logra articular bien el estudio y el trabajo, es el trabajo lo que debe dejar a un lado.

La definición de los trabajos de los niños del campo pasa, asimismo, por cuestiones de división sexual y roles sociales relacionados con los hombres y las mujeres. En la contemporaneidad dichas distinciones espacio-laborales siguen orientando las relaciones de género en el entorno familiar y los procesos de sociabilidad de las nuevas generaciones. Cuando se determinan las diferentes tareas para los niños también se reproduce la división sexual del trabajo instituido en las unidades de producción familiar, y sus modos de instruir a los futuros trabajadores y trabajadoras: “el tipo de trabajo ligero que el niño puede hacer: las niñas ayudan a la madre en los quehaceres del hogar y los niños ayudan en la labranza, en el corral, manejando a los becerros, separándolos de las vacas” (agricultora familiar, 33 años, dos hijos, 11 y 13 años).

Vida y trabajo construyen el sentido de las relaciones de género al interior de las familias de los agricultores y orientan la organización de los espacios de trabajo y las tareas atribuibles a los niños y las niñas. Por lo tanto, en el discurso de los agricultores, las niñas deben ayudar en los quehaceres domésticos, como parte del proceso de apropriación de los roles femeninos, pero resulta inadecuado que hagan trabajos duros considerados tarea de varón, por lo que “una niña no es alguien que se lleve a la labranza. Pero las tareas domésticas creo que una niña las puede hacer tranquilamente” (agricultor familiar, 36 años, dos hijos, 7 y 10 años). En la medida en que crecen los niños, de acuerdo con los agricultores entrevistados, las distinciones en los modos de educación y los tipos de tarea cambian progresivamente, es cuando los niños trabajan y conviven más tiempo en los espacios masculinos – labranza y crianza de animales –, y las niñas en los espacios femeninos – hogar, patio o cuidado de los hermanos menores.

No obstante, según Pessoa (1997, p. 69), en los asentamientos rurales de Goiás hay varias actividades ejecutadas indistintamente por adultos y niños, sin que haya mucha rigidez en la división de las tareas; niños y niñas pueden ayudar en las tareas domésticas, en el cultivo y en la crianza, puesto que “los niños son polivalentes por excelencia. En el tiempo que les queda de la escuela se van a la labranza con el padre, ayudan a la madre en las tareas del hogar y muchas veces son totalmente responsables del cuidado de los animales domésticos”. De hecho, basándome en mis observaciones, la separación de los espacios de trabajo entre niños y niñas parece anclarse más en valores morales que en la lógica funcional de las familias de agricultores.

Como forma particular de la organización productiva, la inserción laboral del niño tiene implicaciones profundas en los procesos de transmisión y aprendizaje de prácticas, saberes y modos de vida. El ir haciendo y aprendiendo deviene en importante recurso pedagógico, no obligatoriamente orientado a la formación de los futuros agricultores y agricultoras, sino a la constitución de futuros trabajadores. Los agricultores experimentan múltiples dificultades para garantizar la reproducción social, en razón de la escasez de tierra, del acceso deficiente a las tecnologías, de la desproporción entre los costos productivos y los precios de los productos agrícolas, de las imposiciones de las legislaciones ambientales y de salud, entre otros. Frente a estos límites, los padres y, sobre todo, las madres, no siempre desean que sus hijos sigan sus mismas profesiones como agricultores familiares, pero valoran el trabajo como medio fundamental en la formación del futuro trabajador y en la construcción de la autonomía personal.

El trabajo de los niños del campo también integra el orden moral de la familia. En un sentido abstracto, los agricultores asocian el trabajo a la dignidad humana a través del trabajo, al desarrollo del sentido de responsabilidad y la disciplina del cuerpo y de la mente del niño. Los padres se adjudican la misión de educar y transmitir principios morales y de la vida a los niños. En dicho ejercicio, reproducen y reinterpretan referencias educativas heredadas de las generaciones pasadas para socializar y moralizar a sus hijos.

Toda la inversión en la afirmación de los principios morales busca integrar positivamente a los niños a la vida familiar y social, para que ellos no sean atrapados por el mundo, pues “uno sabe que educar a un hijo hoy en día no es fácil. Entonces, hay que tenerlos bajo rienda. Si no, uno los pierde y los atrapa el mundo” (agricultora familiar, 38 años, dos hijos, 12 y 14 años). Los agricultores también valoran el trabajo como estrategia para la disciplina de los hijos, evitando que se queden desocupados, pues “la inacción es el padre de todos los vicios”. En la determinación de las tareas, los padres quieren promover el sentido de la obediencia, del reconocimiento de la autoridad del adulto y de la responsabilidad de los niños, así como el desarrollo de la plasticidad corporal necesaria para la ejecución de diferentes trabajos. Por ello, la “ayuda” carga consigo profundos sentidos en la reproducción de valores morales de la familia, al disciplinar la mente y el cuerpo del niño para la formación de personas educadas, dignas y trabajadoras.

Los agricultores familiares también le atribuyen mucho valor a la institución escolar en la educación de las nuevas generaciones. Es innegable que la escuela se ha vuelto una institución importante en la vida de los niños del campo en Itapuranga, que ocupa mucho tiempo y requiere esfuerzo físico e intelectual, en razón de la legislación, que obliga a que los niños estén inscritos en la escuela y la frecuenten, así como de los programas de prevención del trabajo infantil, como Bolsa Familia, del que se benefician los agricultores entrevistados. Además de las imposiciones formales, la valoración de la escuela está relacionada con los cambios socioeconómicos experimentados por los agricultores, hecho que ha llevado a la ampliación de la interdependencia entre lo rural y lo urbano y ha impuesto diversas condiciones para la reproducción social de las familias agricultoras.

Los padres saben que la institución escolar prepara a sus hijos para trabajos que requieren mayor especialización y ofrecen mejores remuneraciones. Pese a las dificultades para desplazarse del medio rural a las escuelas ubicadas en la ciudad de Itapuranga, los padres creen que sus hijos pueden lograr buenos empleos fuera de la agricultura a través de la educación prolongada. Así, la escuela constituye un importante agente civilizatorio, puesto que les proporciona conocimientos fundamentales para el futuro de los niños. La escuela cumple, entonces, la función de socialización de las nuevas generaciones para la vida urbana, dotándolas de preparación para las funciones laborales urbanas y el dominio de los nuevos códigos impuestos por la sociedad globalizada.

En fin, desde la perspectiva de los agricultores entrevistados, ser niño significa aprender a ser adulto a través de la socialización por medio del trabajo y de las experiencias vividas en lo cotidiano familiar. La infancia rural significa, asimismo, una etapa de estudios escolares para la incorporación de saberes, quehaceres y cosas imprescindibles para la vida futura que, sin embargo, la familia no puede ofrecerles a los hijos. Bajo dicha perspectiva, la infancia resulta una etapa en la preparación para la vida adulta y el trabajo, la cual forma parte del proceso continuado de socialización familiar y escolar en la expectativa de construir los sucesores, trabajadores autónomos, disciplinados y dedicados. Estas concepciones están en sincronía con la reducción del número de hijos por familia.

Actualmente, las familias rurales de Itapuranga están constituidas por el matrimonio y dos o tres hijos, pero hay casos de hijo único. La reducción del número de miembros de la familia muestra que, lejos de ser un “recurso productivo”, como lo concebían las generaciones pasadas, cada niño tiene mucha importancia en la vida de los padres. La familia se concentra en el niño, por tanto, cada hijo y cada hija necesitan amor, cuidado y educación. En los límites de la familia, gran parte de los recursos financieros se destina, principalmente, al estudio, a la salud y al bienestar de los niños, con el objetivo de ofrecerles mejores condiciones de vida en el presente y construir mejores oportunidades de ingreso a la vida adulta. Los niños se vuelven, pues, centrales en la vida familiar y en el sentido de la vida de los agricultores de Itapuranga.

Joel Orlando Bevilaqua Marin bevilaquamarin@gmail.com

Doctor en Sociología; Postdoctor por la École des Hautes Études en Ciencias Sociales (EHESS), París - Francia; Profesor Titular de la Universidade Federal de Santa María y del Programa de Postgrado en Extensión Rural de la misma institución.