Todo niño y joven se enfrenta, en algún momento de la vida, a la pregunta: ¿qué serás de mayor? La respuesta dada y esperada, casi siempre, se refiere a una identificación con una profesión, un trabajo, un empleo.
El trabajo ocupa un lugar central en la vida cotidiana. Es centro de preocupaciones e inversiones individuales y colectivas; es fuente de ingresos, estructura nuestro calendario, es mecanismo de integración social. Sin embargo, pasamos, en la actualidad, por un momento de reconfiguración de los valores, tradiciones e instituciones que hasta el momento han servido de orientación para nuestras vidas, tanto en la esfera privada como en la esfera pública, entre los cuales la esfera del trabajo se presenta como una de las más afectadas por cambios relacionados a procesos de individualización y flexibilización. Considerando su importancia como organizador de la vida y la sociedad, objetivamos en este artículo discutir cómo los referidos cambios impactan en los jóvenes y, principalmente, en el momento de su ingreso a la vida adulta1.
En un panorama de crisis del empleo, que ha tenido sus modalidades, funciones y significados reformulados, son los jóvenes los que se hallan más vulnerables a esos cambios. Y para atenuar los efectos de esta crisis, estos sujetos han sido “invitados a permanecer fuera del juego” (en las palabras de Bourdieu, 1983), en una moratoria que se alarga cada vez más, no amenazando así los pocos puestos de trabajo todavía disponibles para los adultos.
A pesar de este panorama pesimista, observamos que el trabajo todavía constituye un valor importante y desempeña una función especial para los jóvenes, tanto en Brasil como en otros países (Guimarães, 2004; Korman, 2007; Provonost & Royer, 2004). En el proceso de transición hacia la vida adulta, se ponen en juego diversos elementos – conyugalidad, parentalidad, fin de la escolaridad, salida de la casa de los padres. Sin embargo, enfocaremos el trabajo, una vez que lo reconocemos como elemento posibilitador de los demás, como, por ejemplo, a través de la independencia económica, aspecto bastante destacado por los jóvenes como atributo de la vida adulta.
La importancia del trabajo en la construcción de la identidad adulta
A partir de la idea de socialización2 y construcción de identidad, podemos pensar que el momento de inserción profesional puede tener un rol importante en la construcción de una identidad de adulto, una vez que el rol social del adulto es tradicionalmente asociado al de trabajador. La etapa de vida de establecimiento de la identidad adulta es tradicionalmente marcada por la inserción profesional.
La idea de inserción en el trabajo solo ha adquirido sentido social – a través de la idea del paso de estudiante a trabajador – a fines del siglo XIX a partir de la institucionalización de la escolarización compulsoria (Dubar, 2001 apud Guimarães, 2006). En el auge de la Modernidad, periodo de intenso crecimiento y desarrollo de la posguerra, los jóvenes pasaron a disponer de un “tránsito preprogramado”, un paso de la escuela al empleo de manera casi inmediata y automática.
Sin embargo, a fines de los años 70, los jóvenes dejaron de vivenciar esta seguridad del “tránsito preprogramado” y pasaron a enfrentarse a una situación de “inserción aleatoria” (Guimarães, 2006) debido a cambios en la esfera laboral y el sistema de empleo, cuando la esfera laboral pasa a sufrir los efectos de los procesos de individualización, característicos del momento actual.
“[…] el trabajo – o la inserción laboral, para seguir en los términos precedentes – pasa a carecer de rumbo predeterminable, y adquiere un sentido algo caótico, con intensas transiciones entre situaciones ocupacionales, puesto que las trayectorias profesionales ya no son previsibles a partir de mecanismos de regulación socialmente institucionalizados. La individualización decurrente echa sobre las espaldas del trabajador, joven o adulto, la responsabilidad de enfrentar todas las incertidumbres y nuevos riesgos, como gestor solitario de su propio recorrido” (Guimarães, 2006:175-176).
El joven hoy se ve confrontado a resolver la paradoja entre un destino (todavía) socialmente esperado – que codificaba el tránsito hacia la vida adulta como un movimiento que, empezando por la familia, se extendía a la escuela y culminaba con la inserción en el mercado laboral y la participación política – y sus escasos chances de realización para una parte no despreciable de las nuevas generaciones (Guimarães, 2006).
Pero a lo largo de la historia de la humanidad parece que la transformación en un sujeto-productivo, o sea, en un individuo insertado en la lógica de producción y contribución a la sociedad, es lo que se ha configurado para el joven – sus pares y la comunidad de la que forma parte – como asunción de una identidad adulta, un reconocimiento como adulto. Es, por lo tanto, en el momento de ingreso a la vida adulta que se espera, tradicionalmente, que, por su transformación en un sujeto-productivo, el joven encuentre un nuevo lugar en el sistema social y a la vez sufre transformaciones en su subjetividad en el sentido de hacerse adulto.
Bajo la lógica de una equivalencia entre sujeto-productivo y sujeto-adulto, en el momento en el que ese espacio de la producción pasa por modificaciones, se espera que se sufran los efectos en el tránsito hacia la vida adulta. Según Korman, “[…] el joven se encuentra ante la demanda de asimilar todas las transformaciones, dándoles sentido dentro de la expectativa de ascender a la condición de sujeto-productivo” (2007, p. 30). Y, se puede añadir, sujeto-adulto. El trabajo, en vez de ser un rol social, que tiene la función de organizar y orientar el ingreso a la vida adulta, pasa al registro de “elección”, a ser considerado como una expresión de autorrealización. En vez de que, por ejemplo, se ejerza la profesión de profesor debido a un histórico de profesores en la familia, la elección de ser profesor se encamina como resultado del desarrollo de un proceso identitario autorreferenciado.
Birman (2006) y Costa (2006) hablan de implicaciones de cambios operados en la esfera de la naturaleza del trabajo en el “hacerse adulto”. Birman (2006) afirma que “los impases económicos y sociales de la sociedad brasileña contemporánea crean una selección excluyente, que es preocupante para la juventud, y configura una situación bastante diferente a la que existía en los años 60, cuando el abanico de posibilidades existentes en el mercado laboral era bastante mayor” (Birman, 2006, p.39). Costa (2006) habla de la pérdida del valor del trabajo como referencial para los jóvenes: “[…] Pensémoslo bien: hemos luchado durante siglos y siglos para mostrar que el trabajo dignifica el sujeto; que el trabajo era fuente de virtudes como la previdencia, la diligencia, la disciplina, la responsabilidad, etc. De repente, todo eso parece pura palabrería […]” (Costa, 2006, p. 20). Debido al desempleo, la crisis ha tenido como consecuencia la redefinición del horizonte temporal en el que los individuos piensan su futuro. Para los jóvenes, la temporalidad en la que se les invita a inscribir sus aspiraciones profesionales toma una forma diferente.
2 – Nos referimos a la concepción de Pimenta (2007), para quien la socialización “es un proceso de construcción de identidad social por medio de la interacción/comunicación con los demás, en el que los individuos se apropian subjetivamente del mundo social al que pertenecen, a la vez que se identifican con roles que aprenden a desempeñar correctamente” (p. 128).