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Madre Social: la construcción de un paradigma de cuidado maternal en los centros de acogida institucional

Las definiciones legales que involucraron a la asistencia en la infancia estuvieron pautadas en el control de esos sujetos potencialmente peligrosos, ganando, con el pasar del tiempo, cierta sofisticación con relación a tales preceptos. Esas ideas todavía atraviesan nuestra manera de actuar y pensar la sociedad, lo que acaba provocando la captura de determinados movimientos que en principio buscan la inclusión y la protección de jóvenes acogidos.

La creencia de que los jóvenes nacidos en familias pobres son propensos a volverse criminales es algo que atraviesa el imaginario social, y, consecuentemente, la posición de las madres sociales, lo que puede contribuir con la postura de que ellas deben reformar a delincuentes a través de su trabajo. Así, la figura de la madre social, que en principio fue contratada para garantizar la protección de esos jóvenes ante las miradas discriminatorias, también puede acabar marcando y reforzando tal posición. Ella parece transitar entre esas dos posiciones, lo que marca cada vez más su lugar ambiguo en tal terreno.

Como Rose (2001) afirmó, los diversos programas lanzados por el gobierno son, de hecho, creados con el objetivo y la preocupación de controlar sujetos libres que necesitan vivenciar su libertad de una forma adecuada. Aunque las instituciones públicas de acogida no trabajen con este formato, el Estado, a través de convenios, financia instituciones con diseños diferentes, y corrobora sus modelos, a partir del momento en que la fiscalización estatal conoce y certifica su funcionamiento.

Así, es a partir de esa mirada cristalizadora, basada en conceptos provenientes de una lógica clasificatoria, que funcionan muchos proyectos y servicios prestados a la población. De ese modo, se vuelve necesario que pensemos sobre la manera y el modo en que hemos mirado a esos jóvenes, pues es bajo esta perspectiva que muchas veces hemos creado acciones creyendo que estamos contribuyendo con su bienestar, sin darnos cuenta de cuánto estábamos, en realidad, manteniéndolos en la posición de excluidos.

De este modo, la inserción de la figura de la madre en los centros de acogida puede instaurar un micro poder con dimensiones propias. Producidas como madres que se dedican integralmente a los hijos, sin ninguna otra ocupación fuera del hogar o que escape al cuidado exclusivo de niños y niñas, en la cotidianidad operan a partir de “una anatomía política del detalle” (Foucault, 1987, p. 120), procurando remover, con eso, todos los malos hábitos adquiridos durante la convivencia con su familia de origen. Ya que, cuando una madre social se apropia de este lugar de madre, puede posicionarse como aquella que va a regular, disciplinar y controlar sujetos con el potencial para el crimen, estando atenta a ausencias, descontroles, situaciones dudosas y confusas; manteniéndolos bajo condiciones nombradas como familiares para que se sientan a gusto, pero usando esa situación para, en realidad, propiciar una distribución espacial de los sujetos, facilitando un control sobre sus cuerpos. Entonces, ¿en qué medida, en las entrelíneas de esa construcción, no se inscribe una misión de salvar jóvenes corrompidos o en vías de serlo, contribuyendo con que el número de carteristas y futuros ladrones disminuya? (Oliveira, 2007).

Vianna (2002) habla sobre la transferencia de la custodia de niñas y niños como:

el ejercicio de una faceta peculiar de un poder tutelar, aquella que supone que la mejor forma de control de ciertas poblaciones potencialmente peligrosas se hace por la elección de las ‘mejores situaciones posibles’ de inmersión o mantenimiento de miembros de esa población en unidades domésticas (p. 273, traducción libre).

Vianna también afirma que la persona con la atribución de cuidar niñas, niños y adolescentes parece no enfocarse prioritariamente en los términos de garantía de los derechos fundamentales de los mismos, y acaba por enfocar su mirada en situaciones generadoras de problemas y que se transforman en desorden dentro de esa convivencia. Así, se crean límites que clasifican a esos jóvenes en términos de normalidad y tolerancia, y generan una economía de gestión dedicada a estos, imponiendo control por medio de esa autoridad doméstica, aquí contextualizada en la figura de la madre social, sin apertura para contestaciones u otros medios de contorno.

Para finalizar, nos gustaría apuntar que nuestra intención con este trabajo fue problematizar el lugar en que posiblemente se coloca la figura de la madre social, como figura salvadora de niñas, niños y adolescentes acogidos. ¿Son esas medidas tan solo formas de impedir “que infancias mal orientadas por sus responsables naturales lleguen a convertirse en una amenaza para la sociedad” (Vianna, 2002, p. 271), al presentarse figuras supuestamente aprobadas como madres por el Estado responsable de esa población que debe ser asistida?

De esa forma, entendemos que la madre social, en su fabricación cotidiana del poder, se expone a construir su posición como alguien dócil, obediente, en algunos casos entendiendo que su tarea es cumplir una misión y no un trabajo, con credencial reconocida y derechos laborales. Su formación se da en el confinamiento de la casa, ya que necesita trabajar integralmente en una función reforzada por la demanda de salvar y ser madre, en un espacio que produce ese conocimiento incesantemente, aumentando “las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad)” (Foucault, 1987, p.119, traducción libre), y al mismo tempo disminuyéndolas “en términos políticos de obediencia” (p.119), sin utilizar la potencia que podría ser generada en ese proceso, limitando la creación de nuevos espacios para la propia madre social y para las niñas, niños y adolescentes en situación de acogida social.

Así, ella puede entrar al papel de madre, siendo útil y dócil para controlar niñas, niños y adolescentes considerados con potencial para el crimen, con la justificación de que esos jóvenes deben ser acogidos en un ambiente más familiar. Tal vez la posición híbrida de la madre social le impida, por un lado, tratar a esos niños, niñas y adolescentes como potenciales marginados: como madre, naturaliza su afecto y su cuidado. Sin embargo, son atravesadas por las construcciones que relacionan pobreza, ausencia de la familia de origen y delincuencia, lo que puede llevar también a una postura salvadora. En esta perspectiva, la cotidianidad puede ser marcada por una docilización de los cuerpos, que no aparece porque es significada como condición para la garantía de la protección y la promesa de una vida mejor en el futuro, en el posible encuentro con nuevas familias.

El ECA, siguiendo lo previsto en la Constitución Federal, define que es deber del Estado, de la comunidad y de la sociedad el cuidado de los niños, niñas y adolescentes que tuvieron que alejarse de sus familias de origen. Cabe al Estado, entonces, generar políticas públicas que puedan garantizar los derechos de esas infancias, inclusive el de convivencia familiar. Es por eso que debe ser responsable por promover formatos de acogida que dejen claros sus límites y posibilidades en la construcción de la ciudadanía de esos jóvenes.

En su ejercicio cotidiano, las madres sociales pueden ser más o menos vehículo de ese control y pueden contribuir con la disminución o el mantenimiento de la exclusión social de esos niños y niñas, que son atravesados por todas esas concepciones de familia e infancia que nos constituyen. La claridad sobre la importancia del lugar de afecto que las madres sociales desempeñan en la vida de aquellas y aquellos que pasan parte de su infancia junto a ellas, contribuye con el estabelecimiento de las relaciones cotidianas que marcan, ciertamente, la vida de todas esas personas.

 

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Resumen

Este artículo se propone discutir la función de madres sociales, cuidadoras de niñas, niños y adolescentes en situación de acogida institucional, que deben proporcionar un ambiente familiar en esos espacios. Proponemos una reflexión sobre su actuación a partir de algunos autores, problematizando el lugar híbrido que experimentan en su ejercicio profesional. Se pretende reflexionar de qué forma su papel contribuye con la garantía de derechos de niñas, niños y adolescentes en ese contexto, buscando los atravesamientos de dispositivos de poder en esa función, a partir de la mirada de Foucault y otros autores afines.

Palabras clave: madre social, centros de acogida, maternidad, garantía de derechos de niñas, niños y adolescentes, dispositivos de poder

Fecha de recepción: 26/07/15

Fecha de aceptación: 23/04/16

 

Daniela Ramos de Oliveira danirusso2003@yahoo.com.br

Psicóloga, Máster en Psicología Social por la Universidade do Estado do Rio de Janeiro (UERJ), Brasil.

Anna Paula Uziel uzielap@gmail.com

Psicóloga, doctora en Ciencias Sociales por la Universidade Estadual de Campinas (Unicamp), profesora asociada del Instituto de Psicología de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro (UERJ), Brasil.