Embarazo y maternidad adolescentes en el contexto de las calles
La falta de información sobre el tema en cuestión, la exposición a la violencia y a la explotación sexual, el uso abusivo de drogas y el limitado acceso a los servicios de salud y de planificación familiar hacen que niños y adolescentes en situación de calle se conviertan en un grupo particularmente susceptible al embarazo y a las enfermedades de transmisión sexual. Aunque en muchos casos sea resultado de trayectorias de exclusión, el embarazo en la adolescencia no siempre es no deseado y puede conformar una búsqueda de ampliar la autonomía, autoridad y reconocimiento social. La opción por ser madre en la adolescencia, especialmente entre niñas que viven en contextos de alta vulnerabilidad, puede estar relacionada a un proyecto de vida personal. Las dificultades de acceso al mercado de trabajo y la ausencia de un proyecto profesional acaban muchas veces cediendo lugar al deseo de construir una familia, aunque el hecho de tener un hijo también pueda reforzar el plan de seguir estudiando y buscar mejorías en las condiciones de vida (UNICEF, 2011).
Algunos estudios indican que, una vez embarazadas, gran parte de las jóvenes opta por salir de las calles y buscar diferentes formas de apoyo, incluso en instituciones de acogida. En estos casos, los hijos empiezan a representar una oportunidad de transformación. De esta forma, la gestación y la maternidad pueden transformarse, para algunas niñas, en estrategias para romper con la invisibilidad, las cuales empiezan a ocupar papeles socialmente reconocidos, convirtiéndose en madres y mujeres, y estableciendo relaciones de amor y afecto muchas veces inexistentes hasta entonces (Gontijo, 2007; Calaf, 2007; Fernandes, 2012; Penna et al., 2012a e 2012b; Santos; Motta, 2014).
Al discutir el significado que tienen los hijos para madres adolescentes acogidas, Fernandes (2012) destaca que las jóvenes madres consideran más los aspectos positivos de la maternidad que los negativos. Ellas creen que empezarán a tener actitudes menos perjudiciales para sí mismas y se sienten incentivadas a retomar los estudios, a abandonar las calles y a controlar sus comportamientos agresivos. La idea de suplir las necesidades de los hijos y garantizar su sustento es lo que ocupa ahora la mente de estas jóvenes, quienes encuentran fuerza y coraje para enfrentar diversos problemas. Otro aspecto positivo que ellas consideran es la posibilidad de crear lazos familiares y afectivos. Aún así, estas jóvenes madres reconocen que existen aspectos negativos en la maternidad, como la dependencia de los hijos a cuidados constantes, aunque eso no revele ausencia de cuidado, amor o cariño.
La mayoría de las madres adolescentes en acogida institucional entrevistadas por Penna et al. (2012a) tenía paso por las calles e historial de abuso de drogas, de violencia y de lazos familiares debilitados. Como aspecto negativo, frente al reconocimiento de su inmadurez, destacan las responsabilidades que deben asumir y las restricciones impuestas a la vida social. Revelan cierta falta de preparación para el nacimiento de los hijos, temen las críticas que sufren por haber sido madres tan temprano y demuestran preocupación con relación a su situación financiera. Sin embargo, al igual que en el estudio citado anteriormente, estas madres resaltaron que la maternidad había transformado sus vidas de manera positiva. Las adolescentes comenzaron a preocuparse más por el futuro y a dedicarse a construir lazos familiares a partir de sus hijos. Afecto, cuidado y educación parecen ser la base de esa nueva relación en que la confianza y el diálogo empiezan a guiar la postura asumida por las jóvenes madres.
Santos y Motta (2014) también concluyen que la maternidad tiene un significado especial y se revela como una señal de esperanza, de reencontrar una experiencia de afecto significativa, por medio de la cual sería construido un sentimiento genuino de preocupación y compromiso con el otro. En línea con estudios que buscan comprender el embarazo durante la adolescencia de forma menos estigmatizante, estos autores sugieren que la experiencia de la maternidad estimula a las jóvenes madres a reorganizar sus vidas y a encontrar verdadera satisfacción en el vínculo de afecto con sus hijos.
Con todo, cabe destacar que los desafíos de la realidad social que enfrentan estas jóvenes madres también ocupan un lugar relevante en los estudios analizados. Gontijo y Medeiros (2008), por ejemplo, al tiempo que cuestionan la caracterización de embarazo en la adolescencia como un «problema» o un «riesgo» en el campo de la salud pública, reconocen que muchas adolescentes en situación de calle han visto marcadas sus trayectorias de vida por la exclusión social y son introducidas a la vida sexual de forma violenta y precoz, con el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual. Los autores afirman que no defienden que haya embarazo en la adolescencia, sino que buscan entenderlo desde el punto de vista de las adolescentes que lo viven y que muchas veces no interpretan ese momento como un evento de riesgo, sino como una experiencia, si no deseada, satisfactoria y transformadora.
La realidad de vida de muchas de esas adolescentes está marcada por bajos niveles de escolaridad, dificultades de lectura y escritura y, en consecuencia, una serie de obstáculos para seguir trayectorias profesionales que les posibiliten una mayor autonomía. Familias encabezadas por mujeres y con padres ausentes, así como la pobreza, la vida nómada, o el uso abusivo de drogas y la violencia forman parte de la vida de estas adolescentes.
En su tesis, Scappaticci (2006) revela que la mayor parte de las 21 entrevistadas en su estudio afirmó haber nacido en contextos de extrema inestabilidad, con vivencias de rupturas y abandonos. Relatos de expulsiones de casa, separaciones, hermanos desconocidos, orígenes inciertos, relaciones abusivas, episodios violentos, abuso sexual, abuso de drogas y decepciones sobre lo que esperaban de sus familias. La mayoría de ellas reveló haber quedado embarazada casualmente y apenas una afirmó que el compañero asumió el hijo, las demás indicaron que los compañeros desaparecieron, cuestionaron la paternidad, se volvieron violentos o fueron a prisión. Contaron haber encontrado dificultades para permanecer en las calles tras el nacimiento del hijo, pues no tenían condiciones para comprar comida y pañales, ni para bañar al niño o protegerlo del frío. Acabaron por recurrir a albergues en busca de ayuda. Sus relatos son ambivalentes sobre la experiencia: reconocen que son acogidas, bien tratadas y tienen la oportunidad de cuidar mejor a sus hijos, pero que las acometen sensaciones de miedo, invasión y paranoia, pues se sienten amenazadas, tienen miedo de perder el hijo, no tienen privacidad y se sienten estigmatizadas.
En parte de los estudios analizados, las adolescentes entrevistadas refuerzan la cultura de que la responsabilidad sobre la anticoncepción y los cuidados del niño, cuando se da el nacimiento, es de las mujeres (Gontijo, 2007; Gontijo; Medeiros, 2008). Fernandes (2008), en su estudio sobre el abordaje de mujeres madres en situación de calle, cita el caso de una adolescente de 17 años y su hijo de 23 días. Esa adolescente se encontraba sumamente fragilizada y se decía consciente de no ser una «buena madre». La autora destaca que, aunque deseara una mejoría en sus condiciones de vida y las de su hijo, la adolescente, que ya había vivido en un albergue, que estaba viviendo con una tía, que era usuaria de crack, con baja escolaridad y sin empleo ni ingresos, tenía negada cualquier posibilidad de cambio. En este caso, una vez más, la mujer se convirtió en la única responsable por el cuidado del hijo, lo que, para la autora, ampara un ‘sistema matrifocal’ de las políticas públicas y contribuye a la permanencia de las relaciones de género desiguales.
Calaf (2007), al reflexionar sobre la infancia y la sexualidad a partir de un grupo de niños y adolescentes en situación de calle, también revela que en los seis casos de embarazo ocurridos en los tres años de realización de la investigación, se les atribuyó a las chicas la responsabilidad por el embarazo. Todas se consideraban las responsables de la prevención y por eso tenían que lidiar con sus consecuencias. Las chicas relataron dificultades para conseguir turnos con ginecólogos y cuando les preguntaron sobre las campañas de salud dirigidas a ellas, afirmaron que las mismas no existían. El grupo informó tener también dificultades para acceder a programas de salud debido a las exigencias de comprobantes de domicilio y del consentimiento de padres y responsables, por ejemplo.