Entrevista de Lucia de Mello e Souza Lehmann a Cristina Maria Carvalho Delou
Cristina Delou: El primer gran cambio respecto de la LDB se produjo en 1996, cuando se reconoció el derecho de matrícula a cualquier niño, joven o adulto en la escuela. En la LDB no hay restricción a ningún tipo de matrícula, sea de quien sea, en ningún momento de la vida. Eso debe quedar claro. La obligatoriedad de ingreso a la escuela era a partir de los seis años. Entonces, a partir de seis años, cualquier persona, en cualquier momento de la vida, encontraría, según la LDB, un lugar para garantizar su matrícula. La historia nos muestra que los alumnos con deficiencias buscaban las instituciones especializadas. Los ciegos buscaban el Instituto Benjamin Constant (IBC), los sordos buscaban el Instituto Nacional de Educación de Sordos (INES) y había un extrañamiento cuando uno de esos niños buscaba una escuela regular. Eso aquí en Río de Janeiro, porque en el interior de Brasil, no habiendo institución especializada, las familias llevaban a sus hijos ciegos y sordos a la escuela regular. Ellos sí estudiaron, pero en número muy insignificante, con una invisibilidad muy grande, hasta el punto de que no tenemos información de personas del interior que hayan conseguido alcanzar la educación superior. Históricamente, hay una migración del interior hacia Río de Janeiro, en busca de las instituciones especializadas, el IBC y el INES. Es común encontrar a alumnos de otras regiones que estudian en esas escuelas porque allí todavía se mantiene el sistema residencial durante el período escolar. Durante las vacaciones, esos niños vuelven a sus hogares, y en el periodo de clases ellos son acogidos en los institutos debido a la distancia.
Los alumnos autistas estaban completamente ausentes de las escuelas. El autismo, visto como un cuadro en el que los niños no presentan habilidades sociales, hacía que a esos alumnos les resultara difícil mantenerse en la escuela. El hecho de que consiguieran matricularse era ya significativo, pero mantenerse en la escuela, aprobar, era complejo, porque la habilidad social es, en cierto modo, objeto de evaluación. Las dificultades para relacionarse, para preguntar y sacar dudas, hacía que los alumnos muchas veces no consiguieran realizar los exámenes de forma satisfactoria y aprobar. Los llamados autistas de “alto funcionamiento” conseguían avanzar en la escuela, pero los demás, no. Tenemos noticias de un autista de alto funcionamiento, acompañado terapéuticamente, que alcanzó titulación superior. Tenemos conocimiento de algunas personas que recibieron la educación básica1 en las décadas de 80, 90, que son doctores y enseñan en la universidad pública. Se presentaron a concursos públicos, aprobaron, están en las universidades con un perfil bastante singular. En general, son profesores que necesitan mediación, de alumnos monitores, para facilitar el diálogo con sus alumnos. Y las áreas de conocimiento contempladas por este perfil, en general, son las matemáticas, la física, la química, la biología. Son personas con un perfil más introspectivo, que tienen dificultades de relacionamiento interpersonal, que no se sienten a gusto para declarar socialmente que tienen esta dificultad y diferencia.
Con la nueva ley sancionada, hay una actualización de la redacción sobre portadores de deficiencia, hay un énfasis en la inclusión de los alumnos con “trastornos generalizados del desarrollo y altas capacidades o superdotación”. Los alumnos superdotados, también considerados especiales, siempre han estado en la escuela. Durante mucho tiempo, han sido privilegiados, porque eran vistos como elite social, porque solo de la elite social económica salían los que se iban a escolarizar, los que iban a formar la clase de los gobernantes, los intelectuales, los políticos. Eso ha cambiado con el tiempo y hoy hay una absoluta vergüenza en ser buen alumno. A los buenos alumnos le da vergüenza sacar notas altas. Hoy, los superdotados siguen en la escuela, pero ya no tienen el estatus que tenían y han cambiado la manera de presentarse socialmente, buscando otras competencias, otras habilidades en vez de sacarse un diez en matemáticas o portugués.
Cristina Delou: Sí. Porque la escuela tiene que lidiar con los diferentes alumnos y ritmos de aprendizaje. En un aula, los diferentes alumnos tienen ritmos diferentes de aprendizaje, la escuela intenta nivelar el contenido y el ritmo de enseñanza para atender a todos. En el caso del superdotado, que aprende con facilidad y rapidez, la escuela tiene que crear condiciones de aprovechar sus potencialidades, promoviendo su motivación e interés en aprender e incluso en servir de apoyo a los colegas que tienen un ritmo más lento de aprendizaje. Si la escuela no valora a este alumno, afecta directamente a su autoestima, a su bienestar psíquico. Estamos viendo una evasión de alumnos muy inteligentes de las escuelas de las clases populares, alrededor de los 12 años de edad, porque ellos están siendo cooptados por el desvío social, por la delincuencia, por el tráfico de drogas.