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De espacios y tramas: Re-pensar la espacialidad infantil en tiempos de pandemia

Reflexiones sobre el espacio desde una mirada antropológica de la niñez

Si la “insularización de la vida infantil” se presenta como figura prototípica de la espacialidad hegemónica de y para la infancia (Zeiher, 2003), desde una mirada antropológica de la niñez que se pregunta por la diversidad y la desigualdad, ese modelo ha de problematizarse. Por un lado, ¿Pueden pensarse como islas los nodos que componen esa cartografía? Y por otro ¿podría sostenerse la imagen de un archipiélago al representar su espacialidad desde la perspectiva infantil?

Vimos que los modos de habitar el espacio de las niñas y niños con quienes trabajamos refiere en primer lugar a trazados en la geografía barrial, donde andar el espacio público entre pares, con personas más grandes o más pequeñas, habilitaba actividades y relaciones no necesariamente ideadas o esperadas para su grupo de edad. Su niñez no sólo tenía lugar en ámbitos que preveían la gradualidad como criterio ordenador, ni que buscaban modelar su experiencia con unas u otras intencionalidades y perspectivas dependiendo de las nociones involucradas. También se incoporaban en la construcción de su experiencia infantil lugares con otras lógicas, de las que los niños — desde su posición etaria, de clase, género y nacionalidad — participan de distintas maneras. Consecuentemente, en esta cotidianeidad, la posibilidad de habitar el espacio público y de moverse por el barrio con relativa independencia habilitaba ámbitos de producción de autonomía (O´Brien et al., 2000; Milstein et al., 2011).

Reparamos también en que el entramado de relaciones que configura la experiencia infantil se hace más denso en ciertos puntos: las viviendas y espacio público próximo a éstas y en las instituciones y organizaciones destinadas a los niños en la zona, en estas últimas centraremos ahora nuestra atención. En mayor o menor medida, escuelas, ONG, comedores y copas de leche eran frecuentadas por la población infantil que vivía en condiciones de pobreza. Aunque advertimos junto a Sandra Carli (2011) sobre los límites de las instituciones en su rol monolítico de productoras de niñez, reconocemos con la autora, su presencia y persistencia. Esto en tanto no solo participan en la regulación del espacio y tiempo de los niños y sus familias, sino que tiene un papel de relevancia en la cronologización del curso de la vida y en la configuración de su experiencia de niñez (Hernández, 2016).

La circulación cotidiana de niñas y niños por estos espacios es lo que los vincula y en ocasiones visibilizar esas conexiones entre nodos ha propiciado estrategias de trabajo e intervención conjuntas y/o en comunicación. Aunque en mayor medida las “redes” trazadas reforzaron el esquema insular, cada vez que buscaron establecerse entre aquellos ámbitos legitimados en el trabajo con los niños (aquellos ideados para ellos), pudimos registrar también ocasiones en que se buscó trazar puentes con el “afuera institucional” reparando de algún modo en los espacios y relaciones que más allá del mentado archipiélago, integraban la cotidianeidad infantil (Hernández, 2019).

Así, si las islas se presentan como territorios discontinuos y separados entre sí por una materialidad que distingue los trayectos de los puntos de partida y llegada, tal vez el modelo insular no sea el que mejor ilustre la espacialidad de las niñas y niños con quienes construimos esta etnografía. No negamos los límites que hacen de cada uno de los nodos identificados espacios con dinámicas y características particulares, pero se trata de fronteras porosas y permeables a las dinámicas territoriales que tensionan sus formas. Los niños en su cotidianeidad enlazan esos nodos y la trama resultante modela — y es modelada por — su niñez. Se trata de un entramado del que participan múltiples actores, y en el que conviven o entran en tensión, diversas concepciones de niñez. Nociones desde las cuales se habilitan vínculos donde prima la autoridad, la legitimación de ciertas jerarquías etarias, la desestimación o menosprecio, u otras que, por el contrario, apuntan a construir relaciones de respeto, genuina escucha y mayor igualdad (Hernández, 2016).

En sociedades fuertemente desiguales y adultocéntricas como las nuestras, sabemos que los niños tienen menos oportunidades de establecer vínculos que escapen a las estructuras jerárquicas ordenadas en torno a la edad. Sin embargo, en el encuentro con múltiples actores, no sólo pueden tener lugar formas diferentes y complementarias de cuidado, también se abren mayores posibilidades de ser escuchados y alojados. La palabra colectivo en el juego con que iniciamos este escrito insiste en su vinculación con el cuidado infantil, y lo hace desde la espacialidad que logramos reconstruir, pero también en las posibilidades que se abren para fortalecer y profundizar los entramados territoriales que cuiden de estas niñas y niños.

Estas reflexiones resuenan y se amplifican con algunas preocupaciones en el contexto actual. A ellas destinamos el próximo apartado.

Espacialidad infantil en condiciones de pandemia

A mediados de marzo del 2020, luego de declararse la pandemia por la enfermedad causada por la COVID-19, las principales políticas adoptadas por el gobierno argentino se orientaron fundamentalmente a regular el uso del espacio centrándose en el distanciamiento social y en la disminución de la movilidad como medidas preventivas y de cuidado que se sintetizaron en la consiga “Quedate en casa”. Con el paso de los días y meses — y dependiendo de las geografías — las regulaciones se fueron modificando (habilitando gradual y diferencialmente la circulación de personas, según de su actividad laboral, y formulando recomendaciones diversas dependiendo de la edad y/o condición de salud). También cambiaron las actitudes de los ciudadanos frente a las sugerencias y advertencias de los organismos de gobierno.

El cuidado ocupó un lugar preponderante en la agenda gubernamental, la escena comunicacional y las prácticas de los ciudadanos. “Cuidar” a otros y “cuidarse” a uno mismo se instalaron en el discurso, los sentidos y las prácticas, ampliando su referente. Si muchas veces en esa relación se distingue con claridad al cuidador de quien es cuidado, este contexto pareciera evidenciar lo relacional de esas posiciones10, y las necesidades de cuidados que compartimos y nos vuelven interdependientes como seres humanos. La pandemia, además, mostró el lugar de mayor vulnerabilidad de los adultos mayores y en contraposición el impacto diferencial de la enfermedad en la salud de las personas más jóvenes. De este modo, el cuidado infantil que ha sido históricamente uno de los ejes en torno al cual se ha organizado socialmente el cuidado, se ha corrido de tal centralidad durante la pandemia.

Si bien con variantes, las dinámicas de los espacios urbanos se modificaron sensiblemente, así también el día a día de gran parte de la población. La vida cotidiana se espacializó de modos inauditos, posibilitando en su excepcionalidad, evidenciar aquello que por habitual pasaba más fácilmente desapercibido, a la vez que poner de relevancia, en el contraste antes/ahora, las discontinuidades y transformaciones a que la pandemia dio lugar.

Nuestro lente, que se ha aproximado a la experiencia infantil desde su espacialidad, la enfoca con renovados interrogantes en este contexto. Emergen preguntas cuyas inestables respuestas migran a diario con la vertiginosidad de los cambios y lo incierto de la situación, pero que nos siguen siendo de utilidad para pensar y visibilizar las concretas maneras de ser niños. ¿En qué medida se ha modificado la espacialidad infantil con la pandemia y las políticas adoptadas para hacerle frente? ¿Cómo se configura su cotidianeidad? ¿Con quiénes se relacionan? ¿Qué características adoptan sus vínculos sociales? ¿Cómo se presenta hoy la cartografía de cuidados?

Lo general de estos interrogantes pone en evidencia las desigualdades persistentes, así como las maneras en que la pandemia ha realzado algunos de sus aspectos y recrudecido las condiciones de su reproducción. Las medidas de “aislamiento social preventivo y obligatorio” adoptadas desde un primer momento apuntaron a la vivienda como el lugar privilegiado de cuidado. Pequeñas y precarias, las viviendas de los sectores más pobres del barrio presentaban dificultades para albergar a sus integrantes y aquí como en otras zonas, los límites del aislamiento se desplazaron al territorio. Permanecer en el barrio no representó completamente una novedad para quienes viven la ciudad casi totalmente desde sus calles. Sí lo fueron el riesgo y los temores omnipresentes de contagiarse, los rumores de casos positivos y los ingresos cada vez más escasos verificados en hogares donde el trabajo inestable e informal era el único conocido y con la pandemia se redujo hasta desaparecer. La distribución desigual de infraestructura urbana y de servicios quedó al descubierto toda vez que la posibilidad de acceder a ellos con facilidad o grandes dificultades pasó a depender más que siempre de dónde se viviera, de los medios y recursos disponibles para trasladarse y ahora también de tramitar la correspondiente autorización para circular.

La transformación en el funcionamiento de las instituciones y organizaciones de la zona, muchas de las cuales centran su trabajo en las niñas y niños del barrio, tuvo un fuerte impacto en la dinámica territorial y en sus habitantes.

En primer lugar, podemos enfocar en la escuela. Las instituciones escolares se cerraron y eso trastocó la cotidianidad de las familias y las dinámicas barriales, en buena medida modeladas por los horarios de asistencia a clase de los niños. La modalidad de educación virtual (para las contadas familias y docentes que tenían conectividad y dispositivos disponibles para ello) o a través de fotocopias o cuadernillos para la mayoría de las y los estudiantes del barrio, ocuparon el lugar de los — hoy imposibles — encuentros presenciales en las aulas, subrayando las fuertes desigualdades del sistema educativo11. La escuela del barrio ha ocupado un lugar de referencia tanto para las familias como entre otras instituciones de la zona y eso cobró renovados sentidos y funciones en el contexto de la pandemia. La escuela abrió sus puertas para entregar los bolsones de alimentos que el gobierno aseguró para paliar los primeros efectos de la crisis por la pandemia sobre las poblaciones más desfavorecidas. Así, cada 15 días, trabajadores de la institución se desplazan al barrio (la mayoría vive en otras zonas urbanas) para desempeñar esta tarea. Aunque breves, atentos a las distancias recomendadas por los protocolos y adivinando las expresiones tras los tapabocas, los días en que se entrega mercadería se producen encuentros, se intercambian noticias, se expresan preocupaciones. En un principio atentos a la logística de las entregas, directivos, docentes y auxiliares fueron repensando ese acercamiento de la “comunidad educativa” para armar un “ropero escolar” con abrigo, preguntar por la llegada de los materiales pedagógicos y la realización de las tareas e intentar conocer cómo se encontraban sus estudiantes. La preocupación por las dificultades para dar continuidad a la educación y por construir vínculos con niñas y niños (a quienes en muchos casos no han llegado a conocer porque recién se iniciaba el ciclo lectivo cuando se suspendió) persiste y se incrementa.

Por su parte, para las organizaciones sociales la alimentación también fue prioritaria. La realización de colectas de mercadería y la redistribución de recursos para atender esa demanda concentró las actividades. En algunos casos, los comedores se abrieron al barrio para que las familias retiraran viandas, en otros, se organizaron repartos de productos. De cualquier modo, esta reorganización de sus tareas fue la manera de sostener los vínculos construidos con las niñas y niños. Para los adultos responsables de estos espacios, ese desafío se renovó, ideando actividades y propuestas lúdicas de distintos tipos que por medio de los teléfonos celulares y las redes sociales o en el intercambio de papeles o diálogos al reunirse, pudieran “seguir haciendo cosas juntos”.
“¿Cómo podemos comunicarnos con los chicos? ¿Por qué medio?” son interrogantes que se reiteran entre quienes trabajan con ellos en los distintos espacios del barrio. “¿Qué condiciones tendrán para sentarse un rato con privacidad frente al teléfono? a algún teléfono…” Se pregunta un docente señalando las condiciones de inaccesibilidad a la comunicación de muchos de ellos. “¿Cómo estarán viviendo todo esto?, ¿habrá alguien que se los pregunte?” planteaba una educadora en una reunión virtual. Muchos trabajadores, educadores populares y docentes sostienen que la “construcción de vínculos” con las niñas y niños y entre los múltiples referentes adultos, son fundamentales para que el cuidado infantil se efectivice. El tipo de vínculos puede variar dependiendo de los escenarios sociales en que se enmarcan, de las concepciones de infancia e incluso de los posicionamientos políticos en juego, pero hasta ahora implicaban encontrarse en un mismo lugar, realizar actividades conjuntas, conocerse. Así, sin descuidar el alimento y la salud que inicialmente fueron la principal urgencia, los desafíos que se imponen en estos ámbitos de cuidado son los de reinventar formas de vincularse para sostener y rearmar esa trama que niñas y niños construían al deambular el barrio.

Pasaron más de 150 días desde que la cotidianeidad tal como la conocíamos ya no existe. La incertidumbre, el miedo y la impredecibilidad se minimizan sólo de a ratos en algún efímero acostumbramiento. Las condiciones enormemente diversas y extremadamente desiguales en que estos días se vivieron han impactado de diferentes maneras en todas las personas y afectado también a los niños en tanto miembros de la sociedad y, por tanto, parte inseparable de los procesos que la involucran (Colangelo et al., 2020; Niñez Plural, 2020). Sin embargo ¿Se está pudiendo escuchar a niñas y niños? ¿Se intentan conocer sus saberes e interpretaciones sobre las experiencias que les está tocando atravesar? ¿Alguien les está preguntando cómo se sienten? En diálogo con las y los autores citados y también con quienes continúan trabajando en los distintos ámbitos mencionados, nos inquieta advertir que, en este desafiante contexto, los sentires, ideas y voces de niñas y niños están siendo desoídos. Y preocupa en mayor medida al advertir que en los lugares a los que se redujo su espacialidad, la convivencia sostenida, la modificación de las rutinas que ordenaban los días, el recrudecimiento de las condiciones de pobreza, la falta de mínimas certezas, así como la ausencia de actores que brindaban contención, se están agudizando las violencias.

Si nos propusiéramos superponer la cartografía de cuidados construida previamente a la que podríamos trazar en la actualidad, veríamos con inquietud cómo se ha modificado. La pluralidad de ámbitos y actores que participaban de la organización del cuidado infantil en el barrio hoy no es tal. Los distintos espacios que acompañaban cotidianamente a niñas, niños y sus familias no pueden sostener diariamente sus actividades como lo hacían previo a las medidas de aislamiento y el cuidado infantil quedó prácticamente en su totalidad, concentrado en el ámbito doméstico, ahora más expuesto a las difíciles condiciones para sostenerlo. Aunque los vínculos con las familias y los chicos tienen continuidad, su ausencia en el cotidiano infantil y el fortalecimiento de sus trayectorias, pareciera estar contribuyendo a que esas experiencias de niñez se vivan en condiciones de mayor vulnerabilidad, y eso no puede más que preocupar.

10 – Una interesante reflexión al respecto de la posición de niñas y niños en el contexto de pandemia es expresada por Fernanda Bittencourt Ribeiro en el conversatorio “Como fazer pesquisa com/sobre/para as crianças em tempos de pandemia da Covid-19” (25/6/2020). Disponible en: .
11 – Las reflexiones sobre la cuestión educativa plasmadas en el comunicado “La pandemia de la educación virtual” del equipo de investigación dirigido por Ana Carolina Hecht, Noelia Enriz y Mariana García Palacios contribuyen en ese sentido (Ver https://www.facebook.com/168740503760463/posts/535431940424649/).
María Celeste Hernández mcelestehernandez@gmail.com

Licenciada en Antropología y Doctora en Antropología Social. Docente-investigadora de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, donde forma parte del Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad. Integrante del equipo Niñez Plural.