Introducción
La juventud es más que edad. Es, sobretodo, un proceso propio relacionado con un determinado periodo del ciclo vital, en el cual los individuos estructuran su camino hacia a la entrada en la vida adulta. Esa transición ocurre en medio de una convergencia de eventos complejos (formación educativa, calificación profesional, conformación de nueva familia y participación social y política), articulados unos con otros, de modo que, el grado de inclusión social se afecta por el resultado de esa relación.
Para Margulis y Urresti (1996), la juventud, como todas las categorías constituidas socialmente, alude a fenómenos existentes y posee una dimensión simbólica. En esa medida, para analizarla, es necesario considerar los aspectos materiales, históricos y políticos que concurren para el desarrollo de la vida de un individuo. A pesar de la complejidad implicada en la definición conceptual de la noción de juventud, las políticas públicas y las leyes tienden a asociarla con la edad. Para el Estado brasilero, la juventud comprende los individuos entre 15 y 29 años de edad. Asimismo, la Organización de las Naciones Unidas la define en función de la edad, asumiendo que abarca individuos entre 15 y 24 años. No obstante, como se afirmó inicialmente, dicha etapa de la vida es más que edad.
La juventud constituye un periodo relativamente extenso en que el individuo atraviesa por un sinnúmero de descubrimientos y experiencias que pueden influenciar decisivamente su vida. A lo largo de esta etapa, el individuo puede experimentar diversas formas de ser juvenil, determinadas por condiciones culturales, territoriales, religiosas, económicas y de género.
La vivencia de la juventud para las mujeres se construye de forma particular, comparada con el proceso vivido por los varones. Desde la niñez, la desigualdad de género se va perfilando por medio de los procesos de socialización promovidos por la familia, la escuela, el vecindario, las redes de amistad y los medios de comunicación. El punto de partida para la reproducción de dicha desigualdad es la familia: es en ese espacio privado de las relaciones de intimidad donde son establecidas, inicialmente, las reglas para lidiar con la diferencia y la diversidad.
Las mujeres han sido educadas, a través del tiempo, para ejercer actividades de cuidado relacionadas con la esfera privada y los varones lo han sido para asumir actividades laborales y políticas de la esfera pública. Aunque existan iniciativas por parte de diferentes instancias para romper esa situación, como es el caso de aquellas materializadas en las políticas públicas y leyes, la desigualdad de género aún es vigente. Las mujeres jóvenes experimentan situaciones de clara desigualdad cuando, por ejemplo, son condicionadas a volverse adultas más temprano que sus pares varones, lo que resulta de una división desigual de responsabilidad. Especialmente, las mujeres jóvenes de clases sociales menos favorecidas suelen asumir más responsabilidades que los jóvenes varones de su misma clase. Desde muy temprano, se les atribuye a ellas el cuidado de las tareas domésticas y los hermanos menores, lo que les resta aún más tiempo para el ocio. Además, el embarazo en la adolescencia implica también una transición más corta hacia la vida adulta.
La mencionada construcción de los roles de género se inicia en la niñez, se prolonga por toda la juventud y luego es reforzada sin mayores modificaciones en la vida adulta. Conforme a lo señalado por Prá, Epping y Cheron (2011), los abordajes feministas han identificado que el proceso de atribución de patrones de conducta social entre la niñez y la adolescencia ejercen gran influencia en la formación identitaria de las personas. Las diferencias que se instauran en esa etapa vienen a orientar posteriormente los proyectos y estilos de vida de los y las jóvenes. Un ejemplo útil para entender esas diferenciaciones es el trabajo productivo remunerado, que va a representar para los jóvenes varones una vía de ingreso en la vida adulta, lo que no ocurre exactamente con las jóvenes. Como se puede observar, en la vida cotidiana, las relaciones de género afectan las trayectorias y experiencias de las mujeres jóvenes.
El modo en que ocurren situaciones de conflicto en las relaciones de género que se imponen en la división entre los dominios públicos y privados, sucede también en la división entre adultos y jóvenes. De acuerdo con Diz y Schwartz (2012), el abordaje de los temas juventud y género exige la comprensión de que se está lidiando con categorizaciones sociales y jerarquías en las estructuras de poder.
En este artículo, el término juventud es empleado para destacar la necesidad de una mirada más detenida hacia el amplio universo de los segmentos juveniles, con el fin de evitar que sean entendidos de forma homogénea. En este sentido, Esteves y Abramovay (2007, p. 21) argumentan que
No existe solamente un tipo de juventud, sino más bien grupos juveniles que constituyen un conjunto heterogéneo, con diferentes grados de oportunidades, dificultades, facilidades y poder en las sociedades. En este sentido, la juventud, por definición, es una construcción social, es decir, la producción de una determinada sociedad originada a partir de las múltiples formas como ella ve a los jóvenes, producción en la que se conjugan, entre otros factores, estereotipos, momentos históricos, múltiples referencias, además de diferentes y diversificadas situaciones de clase, género, etnia, grupo, etc.
El argumento que desarrollamos a continuación busca subrayar la intersección entre las relaciones de género y las experiencias juveniles en el reciente proceso de reconocimiento político de mujeres jóvenes brasileras. Reconocemos que el concepto de género comporta importantes variaciones en su formulación, según los campos teóricos, sociales y políticos desde los cuales se plantea. La teoría social, y más específicamente el campo de las ciencias sociales, ha elaborado diferentes formulaciones sobre el concepto de género, sea presentándolo por medio de nociones como los roles sexuales (Mead, 1935), como un proceso primario de distribución de poder (Scott, 1995), como una forma de representación (Lauretis, 1990) o como performance (Butler, 1990). En el análisis aquí presentado, nos orientamos por la formulación de Joan Scott, según la cual el género se constituye a partir de las diferencias entre los sexos y viene a ser una forma primaria de distinción de poder. Para esta autora, el término surge como un medio de rechazo al determinismo biológico implícito en el uso de categorías como sexo o diferencia sexual, de manera que se comprenda el papel social de cada sexo. En una de sus discusiones y revisiones actuales sobre el concepto de género, Scott (2012) ha argumentado la importancia de una perspectiva que tenga en cuenta los significados de macho/hembra, masculino/femenino en las sociedades.
A su vez, la noción de performance que Butler (1990) emplea para elaborar su reflexión sobre género nos ayuda a comprender mejor las variadas expresiones del femenino y del masculino. Considerando que, para la autora, la relación entre sexo y género se define por una estructura (matriz sexual) que vuelve dual las diferencias – hombre/mujer, masculino/femenino –, la performatividad de género produce una multiplicación de dichas diferencias, lo que nos lleva a observar las femineidades y masculinidades bajo diversos contextos de expresión política y social de los sujetos.
Sin perder de vista la complejidad y las divergencias subyacentes al uso del concepto de género, lo adoptamos aquí para recalcar que los patrones de conducta que pueden definir la identidad del ser masculino y femenino se evidencian de modo particular en las diferentes etapas de la vida, incluso en la juventud. En ese sentido, es fundamental que las políticas públicas pongan atención a las demandas específicas de las jóvenes, de modo que se estimule adecuadamente el avance de la igualdad de género.
Sensibles a la importancia de ese proceso, las jóvenes brasileras se han organizado para presentar peticiones al Estado, especialmente por medio de la participación en movimientos feministas. Apoyado en una estrategia metodológica de investigación participante, el presente artículo analiza el proceso de institucionalización de las agendas de los movimientos de jóvenes feministas en Brasil, prestando especial atención a sus contextos de actuación. Entendemos dicha estrategia metodológica de acuerdo con Demo (2008, p. 8), según el cual
La investigación participante produce conocimiento comprometido políticamente. No desprecia en ningún momento la metodología científica en lo que se refiere a la rigurosidad con el empleo de los métodos y a la disposición abierta e irrestricta al debate, a lo que añade su compromiso con los cambios sociales, en particular con los que favorecen a los marginalizados.
La investigación participante presenta un componente político, en la medida en que permite discutir la importancia del proceso de investigación desde una perspectiva que considera la posibilidad de intervención en la realidad social. Las informaciones empíricas que sostienen este artículo fueron obtenidas gracias a la participación de las autoras del artículo en el Grupo de Trabajo Jóvenes Mujeres (GTJM),1 creado por la Secretaria Nacional de Juventud (SNJ), a su vez adscrita a la Presidencia de la República desde 2011. Las experiencias vividas en todas las actividades llevadas a cabo por este grupo de trabajo, y la presentación de propuestas y sugerencias para su conducción, favorecieron la elaboración de reflexiones significativas.
De ese modo, el artículo ha buscado enfocar las dinámicas del proceso de incidencia política de las jóvenes en la SNJ. Se ha acompañado el proceso de construcción de sus peticiones, que emergió especialmente a partir de la creación del GTJM, durante el gobierno de Dilma Rousseff del Partido de los Trabajadores (PT). Presentamos entonces algunas consideraciones sobre los desafíos implicados para la consolidación de la agenda de mujeres jóvenes por la SNJ y para la inclusión de la temática en el aparato estatal y más allá de él.