Colombia es un país con una historia de conflicto armado de más de 50 años que ha soportado la acción militar entre las fuerzas del Estado – Ejército y Policía Nacional -, las guerrillas – las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) -, Ejército de Liberación Nacional ELN, y en menor medida, Ejército Popular de Liberación EPL y movimiento guerrillero M-19, desmovilizado en el año 1990), y los grupos paramilitares, quienes, hacia el año de 1990, crean un frente nacional llamado Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), desmovilizadas en el año 2005[1] Estos grupos se han desplegado en todo el territorio nacional, mantienen acciones armadas tanto en zonas rurales como urbanas y, durante la década de los noventa, desarrollaron fuertes vínculos con el narcotráfico, lo que ha llevado a catalogar su accionar y la dinámica del conflicto como una violencia generalizada y difusa (Pecaut, 1997).
La participación de niños, niñas y jóvenes[2] dentro de estos grupos ha sido un fenómeno presente y, sobre todo, visible en las últimas décadas del conflicto armado colombiano. Aun cuando existen dificultades para la identificación de la cantidad de niños, niñas y jóvenes dentro de los grupos armados, Springer (2012) menciona que se puede identificar que de los 10.372 adultos desmovilizados[3] del ELN, FARC y AUC, el 52,3% de quienes ingresaron a las filas del ELN lo hicieron siendo menores de 18 años y la proporción que lo hizo en las FARC fue del 50,14%. Aproximadamente diez mil niños, niñas y jóvenes menores de 18 años participan dentro de los grupos armados y alrededor del 28% de esta población han sido niñas y jóvenes mujeres (Defensoría del Pueblo, 2006; Human Rights Watchs, 2003; Springer, 2012).
Si bien su participación ha sido en todos los grupos armados ilegales, el presente texto toma en cuenta la historia de 5 jóvenes mujeres en edades entre los 19 a 23 años de edad, excombatientes de las guerrillas de las FARC y del ELN[4]. A partir de entrevistas a profundidad se exploró sus trayectorias antes, durante y después de pertenecer al grupo armado, buscando comprender las formas en que esta experiencia generó tensiones y desafíos a las categorías de infancia y juventud[5]. Una segunda ronda de entrevistas se llevó a cabo con tres de las participantes quienes accedieron a ella y se desestimó la realización de trabajo grupal por condiciones de seguridad para las participantes. Además, se consultaron otras fuentes secundarias que contienen entrevistas con niños y niñas desvinculados de grupos armados para triangular dicha información.
Revelar las formas en que éstas jóvenes narran su vivencia dentro de la vida guerrillera y de qué manera ésta les permite cuestionar categorías como infancia y juventud, es el propósito del presente documento.
Creando al sujeto guerrero
Apartada de la lectura de una organización político militar, se aborda la guerrilla como un campo relacional marcado por prácticas, disposiciones, posiciones y procesos relacionales que intentan configurar un sujeto guerrero. Toro (1994 apud Londoño; Nieto, 2007) plantea que se trata de un grupo social, con jerarquías, reglamentos sancionatorios, ideología, con una propuesta de valores de grupo así como rituales formalmente organizados, es decir, se trata de un campo en el que se genera una producción social y cultural. Asimismo, Londoño y Nieto (2007) plantean observar la guerrilla como un mundo de la vida en donde se generan producciones de sentido tanto del espacio social externo a ella como hacia el interior.
En tanto campo, la guerrilla propone un proceso de socialización particular insistente en la conformación de un habitus guerrero específico. Como señala Aranguren (2007), el combatiente se forja como un sujeto con marcas corporales visibles y sentidas: la corpulencia que se define en el entrenamiento, las posturas que se interiorizan en combates, las habilidades armamentísticas que aprenden y las actitudes que deben desarrollar ante la inminencia de la muerte. En el marco de esta configuración del habitus guerrero, la escuela de formación de combatientes y la reglamentación de la vida diaria se tornan dispositivos capaces de ir creando estas disposiciones y esquemas que favorecen la construcción del cuerpo armado colectivo.
En la escuela de combatientes, se pone a disposición de los y las nuevas integrantes un importante capital simbólico y físico que impone juicios y acciones, buscando borrar cualquier tipo de esquemas de percepción y disposición anterior con el que provengan. Se trata de un adoctrinamiento en el que el entrenamiento militar moldea los cuerpos para hacerlos resistentes a la vida armada, buscando aumentar sus capacidades físicas para superar los límites propios:
Hasta los dos meses que me mandaron a pasar a la escuela de combatientes, cuando llegamos allá a ese lugar en el que nos llevaron a entrenamientos, estuvimos tres meses allá, pero esos tres meses fueron…<<ufff>> aunque aprendimos, pero eso es muy duro, tiene que hacer entrenamiento uno de noche, lo paran a las 8 de la noche hasta las 2 de la mañana, a veces con los pies descalzos, todas estas cosas aquí (planta de los pies y brazos) se vuelve <<ummm>>, haciendo entrenamiento, es duro a pesar de que uno aprende muchas cosas pero es muy duro. Le enseñan a uno cómo defenderse, sea con arma o sin arma, cómo tiene que avanzar, a hacer saltos, a caminar con cuclillas, todo eso [Valeria, excombatiente del ELN].
Yo duré como un mes duro, usted llega y allá a los dos días ya lo están mandando a entrenamiento, a aprenderse la gimnasia guerrillera con armas, sin armas, aprender a saltar, todo lo que uno tiene que aprender allá para ser un militar. Era duro porque cuando lo ponían a uno trotar, alargar paso, acortar, cuando alargaban no me gustaba, cuando acortaban si, el físico que casi no me ayudaba, yo sufro de que me asfixio tanto, pero para saltar, subirme a los palos, mejor dicho, parecía una cabra, pero para correr, me cansaba. La gimnasia guerrillera con armas, sin armas, yo me las sabía todas [Paola, excombatiente de las FARC].
También se esfuerzan por constituir una moral propia y reproducir su estructura, haciendo uso de símbolos y rituales con el fin de recordar y reiterar la importancia de los valores que unen al grupo, implicando una dinámica de obediencia y disciplina para la conformación del buen guerrillero. Tanto la escuela como la vida diaria es un esfuerzo por generar sujetos escindidos de vínculos con ese otro mundo exterior al grupo llamado ‘vida civil’, rompimiento que simbólicamente comienza con el cambio de nombre.
[1] Su proceso de desmovilización se adelantó, pero actualmente las organizaciones defensoras de derechos humanos en el país manifiestan que muchos grupos no se desmovilizaron y transmutaron en organizaciones de recomposición paramilitar, o lo que el gobierno de Álvaro Uribe denominó bandas criminales (bacrim).
[2] Es importante aclarar que, en algunas investigaciones sobre el tema de excombatientes, se tiende a usar el término de niños y niñas para mencionar a todos los menores de 18 años – de acuerdo con la normativa de cada país – y, en algunos casos, se hace la diferenciación con el uso del término adolescentes. En este artículo, la autora aclara que toma distancia en el uso del concepto adolescente – concepto más orientado a los elementos biológicos y psicológicos – y prefiere la asunción del término jóvenes para referirse a quienes se encuentran entre los 14 y los 28 años de edad – de acuerdo con el Estatuto de ciudadanía juvenil en Colombia -, debido a que se trata de una categoría sociológica que permite reconocer los elementos culturales y sociales que dan cuenta de las situaciones de vida, experiencias y trayectorias de quienes se encuentran en estos años de vida.
[3] Población que ha desertado de los grupos armados a los cuales pertenecían durante el transcurso de las últimas dos décadas.
[4] La investigación inicialmente contemplaba la participación de niñas y jóvenes menores de 18 años desvinculadas de grupos armados que se encuentran bajo tutela del Instituto de Bienestar Familiar. Sin embargo, las dificultades para acceder a ellas hizo variar los sujetos, contando entonces con jóvenes desmovilizadas mayores de edad, quienes dieron su consentimiento para participar. Todas fueron contactadas a través de la Agencia Colombiana para la Reintegración, encargada de atender las desmovilizaciones de miembros de los grupos de guerrilla y AUC a nivel nacional.
[5] El presente documento se construye a partir de la investigación de tesis de maestría titulada De la vida militar a la vida civil de jóvenes excombatientes en Colombia, subjetividades en tránsito. FLACSO, México, 2014.