«Nadie sabe lo que puede un cuerpo»
(Baruj Spinoza)
Ya no se trata solamente de lidiar con cambios vertiginosos de paradigmas sino también con el desafío de pensar los procesos de subjetivación en tiempos de transformación continua. Por su parte, la variabilidad propia de la adolescencia que excede los cauces de lo previsible, dibuja sinuosidades en la cartografía adolescente muchas veces ilegibles.
Una tensión insoslayable entre nuestra apertura para pensar en términos de complejidad, de multiplicidad y de devenir convive con la búsqueda de un orden regulador que preserve del caos.
Fuimos dejando atrás las lecturas identitarias, deterministas y binarias y pudimos, gracias a los aportes de la epistemología de la complejidad, animarnos a descentrar nuestro modo de pensar el devenir adolescente. Deconstruir aquellos andamiajes que sostuvieron nuestro que hacer clínico tan atento al mundo de las representaciones y los fundamentos nos resulta, aun hoy, trabajoso.
El concepto deleuziano de rizoma, que supone tanto heterogeneidad como multiplicidad y conexión, ofrece la posibilidad de situarnos mejor frente a los avatares del despliegue adolescente.
Las formas de producción de subjetividad tienen que ver con la época y son congruentes con los dispositivos de poder vigentes. Al respecto coincido con M. L. Méndez (2014) quien plantea que la subjetividad se produce, se modela, se recibe y se consume. Existen políticas de subjetivación porque la subjetividad no puede ser reducida a lo individual, su producción es siempre social y colectiva.
Ciertamente, la época retrata la adolescencia, la normatiza, la define, la padece. Pero, curiosamente, aun nos resistimos a pensar los procesos de subjetivación adolescente en su devenir y en su co-devenir con los demás seres vivos. Secretamente seguimos disociando en pares binarios que mantienen distancia entre el individuo y la sociedad, la naturaleza y la cultura, la permanencia y el cambio, y quizás allí quedamos atrapados en una encrucijada que no nos deja avanzar. En tiempos de fluidez, de obsolescencia, de transformación resulta imprescindible profundizar en la complejidad de los modos de subjetivarse que presentan los adolescentes.
Gilbert Simondon, filósofo francés contemporáneo de G. Deleuze y J. Derrida, ofrece una perspectiva interesante en esta dirección. Sostiene que nos individuamos siempre en situación y en relación con otros. La vida psíquica para Simondon no puede resolverse de manera intraindividual. Los procesos de individuación, que es siempre colectiva – dirá Simondon – se construyen en la inmanencia del encuentro con el otro, es decir, son vinculares. El ser es de entrada “potencia de mutación”, contiene energía potencial, tiene siempre reserva para seguir deviniendo, enfatizando pues la potencia y el exceso, no la falta. Nunca nos terminamos de individuar.
Esta mirada simondoniana aporta en el intento de comprender la multiplicidad de fenómenos clínicos con los que los adolescentes expresan su vulnerabilidad, sus desencuentros con ellos mismos, con sus padres, con sus búsquedas.
Usando su cuerpo como pizarra de la subjetividad, dibujado, marcado, manipulado y ofrecido como imagen virtual, los adolescentes buscan reivindicar una libertad desprejuiciada y atrevida, sin condicionamientos que la restrinjan.
Me propongo hacer algunas reflexiones surgidas de la práctica clínica psicoanalítica focalizando cómo se vehiculiza el contacto con los cuerpos y cómo viven la sexualidad entre adolescentes. ¿Cómo se vinculan? ¿Cómo se exponen? ¿Cómo se sintomatizan?
Los espejos de hoy son sobre todo las representaciones que circulan por las redes sociales. Conquistar visibilidad exhibiendo para ser sostenido por la mirada del otro, es actualmente condición de existencia. Es decir que la comunicación virtual ha construido un lenguaje nuevo que poco tiene en común con los canales clásicos de opinión. Su alcance masivo, la fluidez, la instantaneidad, han diluido fronteras y transformado la interacción entre los humanos. Los lazos sociales variaron sensiblemente a partir de la explosión de la comunicación digital. El anonimato propio del intercambio en las redes facilita la desinhibición.
Las prácticas eróticas acentuaron el protagonismo de la sexualidad virtual. La sensualidad y la excitación vehiculizadas en la virtualidad auspician y exacerban el autoerotismo propio de los comienzos de la vida. El contacto y la satisfacción allí son con el propio cuerpo.
Cuerpos producidos, manipulados, exhibidos buscando reconocimiento son algunos de los imperativos predominantes desde la pubertad. Este no es un padecer privativo de la adolescencia, sin embargo, lo que resaltamos es el desamparo al que expone una cultura adolescentizada como conjunto.