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Niñez bajo asedio: procesos de caducidad social en El Salvador

La caducidad social de la niñez salvadoreña

Comprendo por caducidad el conjunto de procesos sistemáticos de obsolescencia acelerada al que son sometidos niños, niñas y jóvenes en contextos de desprotección generalizada, como ocurre en El Salvador de hoy. La caducidad de la niñez haría referencia tanto al posible perjuicio o la eliminación del cuerpo como también a la distorsión del período del ciclo vital propio del niño o la niña. Dicho de otra forma, a manera de ilustración, un niño sufriría caducidad al ser asesinado pero también si su vida no necesariamente corre peligro pero se ve forzado a trabajar, situación usualmente crónica que prematuramente le orillaría a comprometer –sino es que a renunciar– la vivencia de su niñez y a resolver exigencias adultas.

La caducidad humana como herramienta de análisis reconocería el peso de la violencia como condicionante fundamental de la sociedad de interés pero no se limitaría a ella. Más bien, aquella constituiría una característica de sociedades violentas pero, sobre todo, la caducidad emergería debido a y en el seno de sociedades inhóspitas (Orellana, 2016), sociedades con dimensiones estructurales simultáneamente disfuncionales pero convergentes con las actuales democracias excluyentes y las consumistas economías neoliberales contemporáneas que las condicionan. La caducidad, siguiendo un proceso de homologación deshumanizante, investiría la existencia de cierta niñez, en especial la que se ubica en la parte más baja de la sociedad, con el carácter efímero de las mercancías, el ritmo acelerado del consumo, la práctica de “usar y tirar” o la definiría como una consumidora desleal o una emprendedora que por informal es defectuosa. La niñez así se convierte en objeto de gestión social, administrativa y securitaria, lo que no descarta infligir violencia sobre ella (Alba Rico, 2016; Bauman, 2006; Yate Arévalo; Díaz Rodríguez, 2015).

La caducidad de la niñez salvadoreña se verificaría, al menos, a través de tres procesos mutuamente intricados entre sí y que en muchas ocasiones son sufridos de manera crónica, alterna o simultánea por un mismo niño o niña, estos son: aniquilación, expulsión y explotación. Los tres procesos cristalizan el asedio al que se ve sometido buena parte de la niñez y la juventud salvadoreña. Una circunstancia generalizada de acorralamiento y presión constante que lleva al límite la capacidad de resistencia o de supervivencia. En el cuadro 1 se muestra una síntesis de la relación entre procesos de caducidad, sus expresiones y algunos ejemplos de sus manifestaciones.

Cuadro 1: Procesos, formas y algunos indicadores de caducidad infantil en El Salvador

La aniquilación sería la forma de caducidad más descarnada. Conlleva la muerte violenta de niños, niñas o jóvenes. Las cifras que se muestran en el cuadro 1 confirman que, si bien El Salvador constituye un escenario singular de peligro generalizado para la integridad física y psicológica de sus habitantes, la especial vulnerabilidad de la niñez y la juventud la expone aún más al hambre voraz del país-Saturno que devora a sus hijos.
Se emplea la noción de expulsión para aludir a procesos de remoción social o existencial de la niñez y la juventud. Expulsar o remover constituyen mecanismos que connotan una acción disruptiva que empuja, extrae o aísla. Sus variantes serían al menos tres: la exclusión social como forma de segregación de esferas de integración social (e.g., educación, salud); el desplazamiento forzado, al interior o hacia fuera de las fronteras nacionales y la evasión como forma alienante de “estar sin estar” en el mundo, como ocurre con dimensiones de la socialización religiosa o, más allá de los innegables beneficios del mundo digital, el autismo inducido que fomentan las omnipresentes pantallas.

En el cuadro 1 se exponen indicadores de exclusión y de desplazamiento forzado. Por ahora poco se sabe en el país sobre el impacto que tiene la religión en el desarrollo infantil en cuanto ámbito que promueve, entre otros, el pensamiento acientífico, el convencionalismo (de corte autoritario por cierto, ver Orellana, 2018) y el desentendimiento político del mundo, en particular si se trata de las crecientes denominaciones pentecostales (Pew Research Center, 2014). Menos aún se conoce a cabalidad la magnitud del consumo de tiempo y vida que conlleva para los jóvenes salvadoreños permanecer conectados a internet frente a una pantalla. No obstante, a nivel mundial (UNICEF, 2017) sí se reconocen implicaciones como la conexión excesiva o el acoso por las redes. También cabe considerar esa otra exclusión dentro de la exclusión que supone para muchos niños y jóvenes la imposibilidad de “conectarse” para ser partícipes de oportunidades educativas con el uso de las TIC (Tecnologías de la Información e da la Comunicación). Pero también para verse seducidos por los cantos de sirena de la eternidad lúdica de las pantallas y su presión consumista, exhibicionista y voyerista, así como las posibilidades de expresión y de pertenencia que ofrecen.

La explotación no excluye la violencia pero no necesariamente implica la eliminación física de quien la sufre, como si ocurre con la aniquilación. De hecho, lo común es que la explotación, en tanto instrumentalización del otro, suela requerir la preservación de la existencia de quien la sufre para conveniencia del explotador. Es posible identificar al menos tres formas de explotación: abuso sexual y maternidad infantil, trabajo infantil y castigo físico. El trabajo infantil indica precariedad sociomaterial y el castigo físico confirma prácticas de crianza autoritarias enraizadas culturalmente que, en principio, pueden afectar a niños y niñas por igual (Orellana, 2018). Pero el abuso sexual y la maternidad infantil constituyen formas de explotación que se ensañan especialmente y de forma casi exclusiva con las niñas que sin rodeos connotan pérdida de niñez al enfrentarlas a demandas y experiencias adultas muy complejas y avasallantes a edades muy tempranas.

Carlos Iván Orellana

psi.ciorellana@gmail.com / ivan.orellana@udb.edu.sv
Doctor en Ciencias Sociales, FLACSO-Programa Centroamericano. Formación académica y profesional en Psicología Social y Política, Universidad Centroamericana (UCA), El Salvador. Investigador de la Universidad Don Bosco, El Salvador.