Chico Bento es un famoso personaje creado por el dibujante Mauricio de Sousa. El personaje fue inspirado en el tío-abuelo de caricaturista, que vivía en una zona rural del interior de São Paulo1. En los cómics, Chico lleva una vida que sería «típica» de un niño caipira, término ligeramente derogatorio para referirse a quien es del campo, de la tierra: camina de pies descalzos, cría gallinas y cerdos, saca malas notas en la escuela, roba las guayabas del vecino. Las historias de Chico Bento traen de manera lúdica algunos lugares comunes tematizados por las Ciencias Sociales en lo que se refiere a las infancias experimentadas en el campo: el trabajo infantil, el desfase escolar y otras precariedades de la vida rural.
No es el propósito de este artículo hacer una taxonomía de una infancia típica de los contextos rurales, una etnografia de Chico Bento. Siguiendo el movimiento de la tira cómica, este artículo se propone narrar tránsitos entre lo rural y lo urbano, entre niños y adultos, cuestionando algunas de las fronteras usadas por nosotros, los científicos sociales. Por un lado, nuestra propuesta tiene por bases reflexiones sobre infancia en los lugares donde hacemos investigación. Por otro lado, estamos fuertemente inspirados por las contribuciones epistemológicas del antropólogo sudafricano Archie Mafeje, quien apuesta por el concepto de formación social para romper con el concepto de alteridad y otras distinciones taxonómicas que separan diferentes formas de vida con el fin de hacerlas cognoscibles.
Mafeje y la crítica a las taxonomías de la antropología
¿De qué forma la antropología se ocupa de las diferentes formas de ser niño y de ser adulto? Desde su constitución, la antropología del niño ha cuestionado concepciones de niño e infancia que son supuestamente universales. Cohn (2005) discute la concepción de la infancia entre los indígenas Xikrin, donde los niños participan legítimamente en las relaciones sociales como agentes, alejándose de la idea de seres incompletos que necesitan pasar por una socialización para integrarse a la sociedad. Tassinari (2009) también defiende que existen múltiples posibilidades de vivir y de definir la infancia, discutiendo la relativa autonomía que los niños poseen al poder transitar entre casas, lugares y familias en sociedades indígenas. Schuch (2005) plantea cómo la universalización de la infancia, después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tiene impacto en la constitución del sistema socioeducativo para adolescentes en conflicto con la ley y las tensiones de ese ideal universalista en su discrepancia con la experiencia concreta de los adolescentes internados en el sistema. Esas y muchas otras investigaciones plantean la importancia de mirar las peculiaridades de las diversas formas existentes de ser niños y que no es aplicable a todos los contextos la idea de una infancia como fase de la vida en que se da el desarrollo, la socialización, la educación, la inocencia y no se permite el trabajo.
Sin embargo, poco fue pensado en la disciplina sobre lo que es ser adulto y las diferentes formas de experimentar ser adulto. La sociología de la infancia tematizó el par niño-adulto, oponiendo radicalmente a los dos polos. Un conjunto de sociólogos apuesta por una alteridad entre niños y adultos para abogar por las «culturas infantiles» como un objeto. El sentido de esta agencia no siempre acompaña un rompimiento con la naturalización de una alteridad fundamental entre niños y adultos. El enfoque de estos estudios es «la reproducción interpretativa entre pares» (Corsaro, 2002), o el «reconocimiento de la autonomía de las formas culturales, el inventario de los principios generadores y de las reglas de las culturas de la infancia» (Sarmento, 2005, p. 374). Se reconoce a los niños como actores sociales relevantes, reificando la alteridad entre niños y adultos. Ariès (1981) argumenta que la infancia moderna fue fruto de un proceso histórico particular ocurrido en Europa occidental. Con mucha perspicacia, el autor va mostrando cómo la concepción de la infancia ha ido cambiando a lo largo de los siglos en Francia, hasta llegar a ser una fase separada del mundo de los adultos. La investigación de Ariès fortalece a la antropología del niño que refuta una concepción universal de la infancia. Sin embargo, un sesgo poco explorado en la lectura del historiador se refiere a las transformaciones que la concepción de adulto también sufrió en Europa en el mismo período. Ariès no sólo dice que la escuela se ha convertido en el locus de la educación de los niños por excelencia, sino que también habla de que los adultos han dejado de frecuentarla a lo largo de estos siglos. El autor no sólo dice que los juegos se han considerado cada vez más en el mundo de los niños; también dice que los juegos de los adultos se diferenciaron de los juegos infantiles.
En este artículo, la elección por no tratar de infancias rurales no viene de un rechazo en dialogar con niñas y niños que caigan en el cajón del rural, oriundo de las clasificaciones de la sociología rural o de las etnografías sobre el campesinado. La intención es escapar de un marco del problema sostenido doblemente en una noción de alteridad – entre niños y adultos, entre rurales y urbanos –, que reduce la plasticidad de las formaciones sociales a una taxonomía basada en un universalismo civilizatorio. Si hay diferencias entre el campo y la ciudad, o entre un niño y un adulto, éstas deben ser demostradas analíticamente, a partir de una interlocución auténtica entre las partes. No debe asumirse una diferencia a priori que nos impida desconfiar de una artimaña muy común en las ciencias sociales: la de ocupar simultáneamente un lugar en la relación con el otro y un lugar que le es exterior, es decir, un punto de vista que garantiza a nuestras limitadas consideraciones el poder de la totalidad. Nuestra experiencia de investigación indica que tratar de «infancias rurales» como un objeto a priori puede incurrir en un error de circunscribir nuestra atención a recortes supuestamente universales (cierta edad, cierta ubicación geográfica no urbana), dejando intactos problemas desafiantes para la lógica científica eurocéntrica con pretensión universalista.
Nuestra preocupación se remonta a la producción teórica de Archie Mafeje, en especial a su discusión sobre la ideología del tribalismo (Mafeje, 1971). Mafeje desarrolla una crítica profunda a las búsquedas por rasgos y formas universales, a partir de sistemas clasificatorios exógenos a las realidades africanas. Para el autor, el intento de la sociología rural de encuadrar los modos de vida africanos retomando conceptos forjados en el continente europeo presuponía una división taxonómica de las sociedades africanas a la luz de la clave de la alteridad producida a partir de un vector único, el colonial, capitalista. Sin proponer abandonar el debate con las teorías clásicas, Mafeje nos desafía a ver la producción de diferencias de las formaciones sociales sin caer en los dualismos.
Las diferencias entre urbano y rural, moderno y tradicional, por ejemplo, pueden ser así relacionadas con lo que Mafeje llamó ideología del tribalismo, es decir, un modo de producción de conocimiento que impone la concatenación de partes que compondrían la sociedad, en vez de un mirar hacia atrás a lo que llama la formación social para su superposición dinámica y, por tanto, plástica, móvil, nada acostumbrados a modelos analíticos ajustados y enfoques, condicionada a priori. (Borges et al, 2015)
Esta propuesta teórica de Mafeje inspira la escritura de este artículo por dos sesgos. Primero, el argumento que pretendemos aquí desarrollar es que la experiencia de ser niño aquí descrita no se restringe al límite de lo rural, en oposición a lo urbano. A partir de la investigación en un contexto rural, pretendemos trazar reflexiones sobre diferentes maneras de concebir ser niño sin hacer de ésta un tipo ideal rural. El concepto de formación social de Mafeje también contribuye a pensar ser niño como una producción de diferencias que conviven, sin necesariamente crear distinciones de clases etarias o una contraposición necesaria entre adultos y niños.