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Jóvenes en la calle: las manifestaciones en Chile, México y Brasil

Oscar Aguilera: Para entender la ola de movilizaciones globales que se vivió y que se ha venido experimentando desde el 2011, uno tendría que distinguir los planos globales estructurales que permiten comprenderlo y ahí, sin duda, lo que une a buena parte de todos estos procesos es ese contexto neoliberal y de tensión neoliberal de políticas que provocan tensiones entre formas culturales, formas de vida especificas localizadas, ya sea en el mundo occidental o en el mundo oriental. Hay una variable que tiene que ver con el modelo económico neoliberal. En segundo lugar hay cuestiones que tienen que ver con los regímenes políticos y yo aquí empiezo a encontrar más bien la especificidad generacional: no podemos perder de vista que en el conjunto de protestas lo que se pone en juego directamente desde las demandas juveniles es una profunda critica a un modelo liberal representativo o monárquico liberal en el caso de los países de Oriente, en los cuales las posibilidades de participación, deliberación, toma de decisiones, están mediatizadas, están delegadas en un conjunto de sujetos llamados parlamentarios, llamado poder ejecutivo, en el cual la ciudadanía en términos amplios no tiene mayores niveles de incidencia salvo ir a votar cada cierto tiempo participando de elecciones. Ésta es una crisis profundamente política antes que estructural. Lo especifico estaría dado fundamentalmente con esta inconformidad con el modelo democrático liberal representativo que funciona en prácticamente todos los países a los cuales estamos haciendo referencia respecto a la ola de movilización del 2011. En ese contexto de profunda critica, la segunda cuestión ya es mucho más específica, que uno lo podría traducir en términos de que hay una subjetividad política juvenil que precisamente se va alimentando y va entrando en contradicción con este orden y estos regímenes políticos; estamos hablando de una subjetividad política juvenil que tal vez no se traduzca o no este alimentada por algún programa fuerte en términos ideológicos, no hay una idea de izquierda en estos movimientos, no hay un proyecto revolucionario pre-constituido lo que si hay es un profundo sentimiento ético de indignación por la injusticia en la cual están experimentando las grandes mayorías de cada una de nuestras sociedades. Entonces, la vieja idea del reencantamiento con la política desde la ética vendría a ser ese segundo momento o ese segundo punto en común que tendrían buena parte de estas experiencias. Son dos ideas bien provisorias y que forman parte de una discusión que en estos momentos estamos desarrollando junto con un grupo de investigadores de nueve países en un proyecto que se llama Generación Indignada, un análisis de las protestas globales del 2011.

Claudia Mayorga: Estoy de acuerdo con el análisis de ustedes, cuando relacionan las manifestaciones con la insatisfacción y crítica profunda al modelo neoliberal. Entiendo que en Brasil eso ocurre, pero hay una especificidad, porque hacen 10 años que tenemos gobiernos federales vinculados al Partido de los Trabajadores; partido con una histórica vinculación con una perspectiva popular y de izquierda y ha pautado temas sociales importantes. Sin embargo, hay una fuerte posición neoliberal que parece que constituye las democracias contemporáneas y Brasil es un ejemplo de ello. Un elemento usual en nuestros países, por ejemplo, se refiere a las formas como ese estado neoliberal se relaciona con los movimientos sociales. Las manifestaciones populares y juveniles han sido fuertemente reprimidas y criminalizadas por el estado. La relación directa entre la delincuencia, el vandalismo y la juventud, se ha incorporado con mucha fuerza. ¿Cómo los Estados mexicano y chileno y la sociedad en general se han posicionado o reaccionado a las manifestaciones y organizaciones juveniles? ¿Desde la perspectiva de la delincuencia, de la rebeldía, de la crítica? Rogelio argumenta algo a respecto en su libro “Andamos como andamos porque somos como somos” (2006)…

Rogelio Marcial: En México también. Efectivamente hemos documentado ya cómo el Estado mexicano ha ido construyendo y consolidando desde al menos 15 años claros procesos de criminalización de la disidencia social. Acá sucede que las movilizaciones y protestas juveniles más radicales se “miran” y se “entienden”, es decir, se conciben desde tres procesos para mí muy claros y fuertemente perversos de control social hacia la juventud. Uno que tiene que ver con la criminalización del joven. En México desde el movimiento estudiantil de 1968 y su contemporáneo relacionado con la cultura del rock, con diferentes matices y con ritmos parecidos a una oleada (vienen y van, pero no desaparecen), se considera que si se es joven se es un criminal en potencia, un delincuente que en cualquier momento dañará la paz pública y la armonía social; por lo que hay que vigilarlo, controlarlo y castigarlo. Las “olas” más altas de este proceso fueron en aquellos años (1967-1975), durante un periodo de crisis económica y de gobernabilidad (1985-1996), y durante la llegada de la extrema derecha al poder, representada por el Partido Acción Nacional (2000-2012). El segundo proceso tiene que ver con la criminalización de la pobreza, el cual desde la crisis económica de los años ochenta del siglo XX ha construido otra mirada de alerta hacia el pobre, el que carece de lo más elemental, porque puede “arriesgarlo todo” en cualquier momento. Por eso también hay que identificarlo para controlarlo y reprimirlo a través de la marcación de características corporales (raciales y de vestimenta) al estilo del racial profile en los Estados Unidos que funciona como un “agravante” y siembra sospecha en determinados sectores de la población. Si bien es cierto que lo racial afecta sólo a quienes provienen directamente de los grupos originarios de nuestra nación (diferente a los Estados Unidos en donde existe una mayor presencia de las llamadas “minorías étnicas”), se complementa con una mirada despectiva que incluso criminaliza a quienes con otras características raciales (mestizos) se presentan como pobres urbanos y rurales. Y finalmente está este proceso más contemporáneo de criminalización de la disidencia social, que tiene que ver con las medidas impuestas desde los Estados Unidos enmascaradas en una lucha en contra del “terrorismo internacional” que afecta su “soberanía” nacional y, por ello, justifica que la ataque más allá de sus fronteras nacionales. Bajo esta trampa, se han consolidado procesos que criminalizan a los movimientos sociales y a grupos guerrilleros como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que actúan de una forma fuertemente represiva y que imputa delitos como “daños a la nación”, “terrorismo”, “subversión”, “incitación a la guerra”, “sedición” a quienes expresan, desde sus derechos más elementales, su disidencia en espacios públicos y su posibilidad de reunirse y expresarse al respecto. Tales “delitos” en México son graves y muchas veces quienes participan en marchas y mítines son inculpados (además, con procesos judiciales llenos de trampas e irregularidades) pudiendo sufrir sentencias de encierro muy prolongadas y sin derecho a fianzas. Así las cosas, aquel joven de estratos empobrecidos que decide, con todo derecho, a manifestar su disidencia es un sujeto altamente “peligroso” y acreedor de la represión institucional más cruenta. Todo esto está “blindado” a partir de la participación significativa de los principales medios masivos de comunicación de nuestro país, sobre todo lo que acá llamamos el duopolio televisivo (Televisa y TV Azteca) pero también la prensa escrita, que participan, construyen, difunden y naturalizan los procesos de criminalización mencionados y las acciones represivas que toma el gobierno al respecto.
Oscar Aguilera: Lo primero es que en cualquier sociedad imagino que el Estado debe intentar cumplir el mismo papel: garantizar un orden relativo. Entonces, existen márgenes de tolerancia y de aceptación de la movilización política en términos generales y específicamente de la movilización juvenil. Sin embargo, ese margen de tolerancia esta cada vez más presionado por un conjunto de políticas ya directamente criminalizadoras. En Chile tenemos un proyecto de ley que fue ingresado por el ejecutivo a propósito de las movilizaciones juveniles del 2011 y la violencia que se desató en este contexto de movilizaciones juveniles, que tiene como propósito de ley, el precisamente garantizar el orden público. Y allí hay dos cuestiones que son fundamentales y que merecen una reflexión un poco más profunda. La primera de ellas es que este proyecto de ley incluyó inicialmente como delito la toma de establecimientos educacionales. Por lo tanto se penalizaba y se judicializaba el tomarse la escuela secundaria o la universidad, con el pretexto de que esos eran actos de violencia también. Muy vinculado con esto, se penalizaba el ocultar el rostro a través de algún tipo de capucha, es decir el acto de cubrirse el rostro en el marco de una manifestación, el acto de cubrirse el rostro en el marco de una toma, estaba tipificado como un delito especifico; por lo tanto ese primer proyecto de ley contenía una reacción absolutamente represiva y criminalizadora con los movimientos juveniles y particularmente con el movimiento estudiantil, y, por otra parte, el proyecto de ley incluía, una penalización especifica a todo aquel que insulte de modo verbal a la policía. Por lo tanto, es bastante evidente que este proyecto de ley que esta discutiéndose en el parlamento, que ha sido bastante cuestionado, tiene un componente represivo y de limitación de las libertades de protesta y las libertades de asociación bastante fuerte. Si ese proyecto no ha seguido avanzando, no ha sido por la pura voluntad de los parlamentarios de derecha, sino que esta ahí entrabado en el parlamento fundamentalmente porque el proprio movimiento estudiantil y el conjunto de movimientos sociales se han movilizado para intentar denunciar esta situación.

Claudia Mayorga:  Qué fuerte. En Brasil pasa algo semejante. En algunas ciudades se están elaborando proyectos de ley para prohibir y criminalizar las manifestaciones. En Rio de Janeiro, por ejemplo, el Gobernador sancionó proyecto de ley que prohíbe la ocultación del rostro en manifestaciones y obliga que todo acto o manifestación sea informado a las autoridades policiales con antecedencia. Protestos contra esa decisión han ocurrido en todo Brasil…

Oscar Aguilera: A propósito de eso, entiendo que uno, como analista de lo social, no puede desconocer que en el contexto de las movilizaciones se desarrollan tácticas de violencia en distintos niveles: violencia simbólica, violencia material contra la propiedad privada y violencia que enfrenta directamente a sujetos entre sí, a manifestantes con la policía, etc., y en ese contexto, en general, el dispositivo mediático ha sido muy hábil para saturar de información sobre los hechos de violencia. Acá en Chile fue muy común que en el contexto de movilizaciones en las que participaban cien mil estudiantes en Santiago, la noticia no fueran los cien mil estudiantes marchando por Santiago de manera creativa, de manera alegre, lúdica, sino que fueran de esos cien mil, mil que se dedicaban a realizar ataques a la propiedad privada, a enfrentarse con la policía; es decir lo que hacía y realizaba el 1% se constituía en el 100% en términos simbólicos y esa fue una operación mediática absolutamente orquestada desde el sentido común, que exacerbó este tipo de situación. Y eso en un contexto en que todas nuestras sociedades están atravesadas por el tema de la inseguridad y este tipo de prácticas de violencia política entra también a reforzar paradójicamente un discurso y una idea dominante de control social.

Claudia Mayorga: En investigación reciente acerca de la relación entre juventud y política realizada por un grupo de investigadores de diferentes regiones en Brasil, hemos podido analizar  la tensión que me parece central en ese debate entre la participación de la juventud en las instituciones de la política y la política de la vida cotidiana. La segunda, tomada como central en muchas organizaciones juveniles investigadas, parece indicar una preocupación de la juventud en intervenir en los procesos y dinámicas de reproducción de las desigualdades, violencias, etc. ¿Ustedes entienden que las formas de organización y cuestionamiento de la juventud en la actualidad son una especie de política de la vida cotidiana? ¿Los jóvenes están produciendo respuestas a los discursos socialmente hegemónicos?

Rogelio Marcial: Algo así. Me parece que las formas de organización colectiva y cuestionamiento social por parte de la juventud contemporánea abrevan de una política de la vida cotidiana los significados y las sensibilidades de aquello que consideran importante porque les afecta directamente. Se ven marcadamente desinteresados hacia la política formal (sistema de partidos) porque ya no creen en ella (en México no sólo los jóvenes dejaron de creer en ella), pero la política en su vida cotidiana les es muy importante. Lo pongo tal y como me lo dijo un joven punk de Guadalajara: “a mi realmente no me importa si nos gobierna el PRI, el PAN, el PRD o el que sea. Todos son iguales y, además, yo soy anarquista. A mí lo que me interesa es que ya no me estén deteniendo los policías en cada esquina, que no me den trabajo o no me permitan ingresar a ciertos lugares por mi apariencia, que no cerquen nuestro centro comunitario porque creen que somos delincuentes y distribuimos droga”. En su mayoría no suelen adscribirse a organizaciones civiles que defienden el medio ambiente o los derechos humanos (estilo Green Peace, Human Rights, Amnistía Internacional), pero son muy sensibles ante el deterioro ecológico de sus entornos o comunidades y ante las vejaciones a sus coetáneos por cuestiones raciales, sexuales, culturales. Tal vez prefieren no entender mucho de macroeconomía, pero saben que quienes dirigen este país algo están haciendo mal porque ellos y ellas no están bien materialmente hablando. O como me lo explicó un joven pandillero de un barrio muy pobre y violento de la ciudad: “Es que los gobernantes tiene que entender que sin chamba (empleo) no sólo no hay futuro, ni siquiera hay presente”. Es esa política de la vida cotidiana la que les permite posicionamientos ante lo que viven en sus comunidades, y las salidas alternativas a ello se encauzan a través de la disidencia pero en el ámbito cultural, “politizando” la cultura, o en el peor de los casos hacia la informalidad, la paralegalidad o la ilegalidad. Acá en México sí es posible detectar discursos contra-hegemónicos de cuestionamientos radicales y disidencias políticas en las expresiones identitarias y culturales de algunos jóvenes, específicamente de los y las que se manifiestan al respecto. Lo que sí es que estos discursos disidentes no se estructuran y se difunden por los canales institucionales en los que la sociedad espera encontrarlos (política formal). Hay que “buscarlos” y “descifrarlos” en prácticas como el consumo cultural, el grafiti, la música, las fiestas, sus identidades, expresiones y referentes culturales.
Oscar Aguilera: Sin duda que si hay algo que está caracterizando las políticas juveniles es su solido vínculo entre ética y política. La ética no opera en un plano abstracto ni se ubica institucionalmente; la ética se vive, se experimenta. Desde esa perspectiva uno puede comprender entonces porque muchas de las acciones se desarrollan fundamentalmente en ese nivel, intergrupal, grupal, intragrupal. No necesariamente en términos masivos o de estructura política, pero si en términos de una suerte de sociabilidad compartida en un contexto de absoluta privatización y de convertir en un mercado especifico a la educación, jóvenes desarrollan pre-universitarios populares en Chile, es decir, jóvenes estudiantes que tienen mayores capitales educativos, que pudieron hacer la universidad, desarrollan y acompañan a jóvenes que no tienen dinero para preparar su ingreso a la universidad y ellos los preparan. Es un fenómeno que sin duda tiene un contenido político fuerte: el del hacerse cargo de una cuestión que debiera ser resorte estatal, que se hace mediante la autogestión juvenil, pero está fundamentado en términos éticos. No estamos dispuestos a esperar que el Estado se haga cargo de esto, lo hacemos nosotros. Uno ve que este tipo de prácticas auto gestionadas y fuertemente ética, se expresan en planos de lucha distintos: más o menos territorializados, lo importante de esto es comprender que esa diversificación de la forma expresiva de la política ya no están ancladas exclusivamente en el parlamento, en la estructura representativa,  sino que se empiezan a experimentar cotidianamente en distintos planos. Hace cinco años atrás hubiera sido imposible que un dirigente estudiantil se presentara como candidato a alcalde para un municipio o que dirigentes estudiantiles decidieran participar en las próximas elecciones como candidatos a diputado y eso hoy día está ocurriendo. Hoy día tenemos a cinco importantes dirigentes estudiantiles universitarios del 2011 que son candidatos a diputados, tres de ellos con muchas posibilidades de salir electos, entonces, tenemos un arco de expresión política juvenil que va desde el trabajo de base, el trabajo más intergrupal, el trabajo de formación y de autoformación hasta niveles de incidencia en la política nacional a través de las estructuras representativas, ampliando la propia idea de política y  la propia idea de posibilidad de otras realidades que contienen estas prácticas y estos discursos juveniles.

Claudia Mayorga: Al mismo tiempo que la política está en revisión y hay una fuerte crítica a las formas institucionales de pensarla y hacerla, las nociones de juventud están reconfigurándose. ¿Ustedes aceptan que estos eventos y todo el contexto contemporáneo, están produciendo una cierta idea de juventud? ¿Quiénes son los principales actores que han participado en esta construcción en Chile y en México? El estado, las ciencias sociales y humanas, los propios jóvenes…

Rogelio Marcial: Creo que esto se contesta con lo que mencioné sobre la criminalización de la juventud (pero en particular con la criminalización de la juventud disidente y empobrecida), cuyo proceso ha sido construido por el gobierno y los medios masivos de comunicación, y que es replicado por la sociedad en general a través de la creación de estigmas y etiquetas sociales hacia el joven en general, y hacia algunos estilos de vida juvenil en particular.

Oscar Aguilera Ruiz Académico en la Universidad Católica del Maule (Chile).
Rogelio Marcial Profesor Investigador del Departamento de Estudios de la Comunicación Social, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara (México).
Claudia Mayorga Profesora e investigadora del Departamento de Psicología de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidade Federal de Minas Gerais, Brasil.