Adriana Molas: La sociedad tiende a verlos como los principales protagonistas de todos los males ¿Por qué ocurre esto?
Luis Eduardo Morás: En cierta medida se reproduce un fenómeno recurrente. En momentos de cambio social acelerado los adolescentes y jóvenes sintetizan el malestar difuso existente en la sociedad. Se les atribuye la responsabilidad por una serie de disfuncionamientos que no son responsabilidad de ellos, por el contrario, frecuentemente son los principales perjudicados. Si observamos el funcionamiento de las principales instituciones que moldearon los comportamientos y actitudes de las sociedades durante el siglo XX, como la familia, el trabajo, la educación e, incluso, la religión, podemos coincidir que están inmersas en grandes transformaciones y sumidas en un escenario de crisis. Es una situación que no tiene que ver solamente con la eventual mala gestión puntual y cotidiana de esas instituciones; sino con aspectos mucho más amplios y profundos relacionados con una crisis civilizatoria del mundo contemporáneo. Y por supuesto, como el sentido de la propia palabra “crisis” lo indica, estos cambios si bien tienen importantes costos también presentan múltiples aspectos positivos. Por ejemplo, la posibilidad de las mujeres de escribir una biografía con una autonomía que era desconocida para la generación de nuestras madres, posibilidad que para concretarse demanda notables esfuerzos y conlleva múltiples costos de todo tipo.
Al mismo tiempo, este escenario de cambios civilizatorios, pleno de complejidades y ambivalencias, resulta frecuentemente resignificado por los medios de comunicación y algunos sectores políticos conservadores como una inédita situación “catastrófica” contemporánea. Esta es una interpretación asimilada por buena parte de los ciudadanos que ven los cambios como sinónimo de un desorden incontrolable de las instituciones y asociados a un estado de generalizada decadencia, anomia e inmoralidad, que es principalmente promovida o actuada por los más pobres y jóvenes.
Adriana Molas: ¿Este sería uno de los aspectos de la crisis de las instituciones de la que hablabas; la crisis de la organización familiar?
Luis Eduardo Morás: La familia es una de las instituciones que ha experimentado los mayores cambios en un corto lapso y se dice que atraviesa un importante deterioro de las funciones que cumplió durante la modernidad. Pero, aquí cabe la pregunta acerca de qué familia estamos hablando, cuáles son las razones del malestar y cómo enfrentar los problemas que atraviesa. De acuerdo al último censo general de población, la cantidad de hogares con jefatura femenina alcanza a más de un 40% del total. Si sumamos los restantes hogares con una conformación unipersonal, colectiva etc., tenemos que la distribución normal es un hogar “no tradicional” y lo estadísticamente “desviado” pasaron a ser los hogares tradicionales conformados por padre, madre e hijos comunes. Lo mismo puede decirse del divorcio – su cantidad supera ampliamente al número anual de matrimonios, por lo cual ya no pueden sostenerse aquellas imágenes del pasado que mostraban la ruptura matrimonial como algo desviado respecto a lo normativamente previsto. Por supuesto, estos cambios tienen consecuencias de diversas índoles. Pongamos como ejemplo el masivo ingreso de la mujer al mercado de trabajo. Tiene infinidad de aspectos positivos en términos de independencia económica y autonomía vital, pero también es cierto que, si analizamos el mercado de trabajo por género, existen importantes disparidades en el nivel de ingreso. Para igual tarea y responsabilidad con los hombres, las mujeres perciben ingresos considerablemente inferiores. De allí que las estadísticas muestren que las mujeres jefas de hogar presenten mayores niveles de pobreza, y si son mujeres solas que tienen hijos a cargo, algo que representa más de un 10% de los hogares del país, se profundiza aún más el nivel de pobreza. Lo mismo puede decirse del divorcio, en muchos casos una verdadera bendición del presente prácticamente desconocida para nuestras abuelas. El martirio comienza cuando se intenta hacer cumplir a los hombres los derechos y obligaciones compartidas que las normas reconocen y obtener un régimen de visitas y pensiones aceptables para las partes involucradas.
Adriana Molas: ¿De que modo estos cambios en la organización de la familia están afectando la situación de la adolescencia como causante del malestar social?
Luis Eduardo Morás: Quizás los ejemplos anteriores resulten adecuados para ilustrar cómo los niños y adolescentes son probablemente los más afectados por una importante transformación para la cual no hemos ubicado respuestas institucionales apropiadas. Si comparten hogar exclusivamente con su madre, tiene mayores probabilidades de caer en la pobreza. Si no existen responsabilidades compartidas por la pareja es probable que se reduzcan las posibilidades de recibir apoyo continental en situaciones de crisis, compartir momentos de ocio, acompañar el proceso educativo institucional. Y en este plano, la nueva configuración de la familia ha impuesto nuevos desafíos al sistema educativo, otra de las instituciones pilares durante la modernidad y que hoy enfrenta fuertes cuestionamientos. Son abrumadores los mensajes en todos los niveles sobre la supuesta decadencia y el generalizado fracaso del sistema educativo a nivel escolar y secundario e incluso de las instituciones universitarias. En buena medida, es una acusación injusta, no existe la tan mentada catástrofe, al menos en términos cuantitativos ya que la cobertura del sistema educativo a todos los niveles no ha dejado de crecer en los últimos años. Respecto al pasado hay, una mayor proporción de niños y adolescentes incluidos en el sistema educativo. Ninguna catástrofe hay allí, aunque es cierto que sí existe una importante crisis, en tanto la educación enfrenta en las sociedades actuales nuevos desafíos para los cuales no ha sido preparada. Al decir de Ignacio Lewkowicz, encuentra dificultades tanto para formar a un ciudadano que ya no existe en los mismos términos del siglo XIX, como encuentra obstáculos para inserción en el mercado de trabajo por los vertiginosos cambios tecnológicos y productivos. Por un lado, sigue siendo una institución fundamental, por el otro, se ha vaciado de contenido, y esta realidad es mucho más pronunciada entre los adolescentes más pobres que muestran ‘déficit’ familiar, de redes de apoyo comunitaria y programas sociales de calidad.
Adriana Molas: ¿Existe una relación importante entre las posibilidades de ingreso al sistema educativo y al mercado laboral y las redes sociales-familiares?
Luis Eduardo Morás: Creo que dos de los principales problemas actuales de la educación tienen que ver con la inadecuación que plantea respecto al mercado de trabajo. Hasta hace algún tiempo aquellos que estudiaban determinada cantidad de años casi que automáticamente ingresaban al mercado laboral, con una serie de derechos asociados a la condición salarial y previsiblemente con una gran estabilidad en el tiempo del empleo. La educación era la llave que permitía abrir esa puerta, pero hoy no resulta lineal ni evidente que alguien obtenga una formación definitiva tras el paso por una institución educativa, ni que ese empleo sea estable o cuente con las protecciones sociales correspondientes. En otras palabras, el empleo se hace precario, inestable, desprotegido para todos, pero aún en mayor medida para los más pobres. Por otra parte, el vínculo al mercado de trabajo responde cada vez menos a la meritocracia educativa y los logros obtenidos, al menos en los sectores menos calificados. De acuerdo a una encuesta del Instituto Nacional de la Juventud (INJU), ocho de cada diez primeras experiencias laborales entre los jóvenes, son por redes de contacto. O sea, lo que define la conquista de un empleo no son la cantidad de años de estudio o la escolaridad, sino los vínculos, relaciones y recomendaciones que se poseen. La pregunta que surge, entonces, es cómo motivar a permanecer en el sistema educativo a los adolescentes pobres que, al tiempo que tienen mayores urgencias vitales, carecen de redes de apoyo que los vinculen a un empleo digno. En definitiva, esta es la causa de las preocupaciones mediáticas y los desvelos ciudadanos que generan los jóvenes “ni-ni” (ni estudian ni trabajan) al ser percibidos como potenciales peligros sociales. Ellos deberían ser tratados, en realidad, como jóvenes “sin-sin” (sin educación apropiada, sin acceso a empleo digno), donde las principales responsabilidades se encuentran en el mundo adulto. Esta realidad se torna más evidente cuando analizamos con mayor detalle las características de los temibles “ni-ni” y apreciamos que la mayoría de ellos está compuesta por jóvenes desempleados del sexo masculino que buscan empleo por primera vez y por madres jóvenes con hijos a cargo que abandonaron sus estudios. Evidentemente, la falla no está en los jóvenes, sino en la ausencia de una nueva generación de políticas sociales, que implementen un moderno sistema de cuidados que atienda estas dificultades de acceso al mercado laboral, promueva incentivos para continuar los estudios y brinde cobertura a las tareas no remuneradas del hogar que realizan las jóvenes madres, impidiéndoles continuar con el estudio o acceder al mercado laboral.
Claro que ésta no es la lectura predominante que realizan los medios de comunicación masivos ni los sectores conservadores. Todas las tensiones y nuevos desafíos terminan siendo catalogados como una catástrofe sin precedentes y, aplicando una mirada reduccionista de las complejidades, depositan las principales responsabilidades de la supuesta situación de caos en los más vulnerables y exigen políticas punitivas más firmes para recuperar el orden perdido.