Entrevista de Ilana Lemos de Paiva con Juana María Guadalupe Mejía-Hernández
Ilana Lemos de Paiva – Me gustaría que nos hablase un poco acerca de su carrera académica y su labor investigativa. En especial, ¿qué tipo de proyectos ha desarrollado en cuanto a la violencia entre adolescentes?
Juana María Guadalupe Mejía-Hernández – Comencé mi carrera académica estudiando Psicología, en una universidad estatal, en el norte del país, en el estado de Coahuila-México. Allí trabajé en un proyecto comunitario con mujeres y después de mi graduación pasé a trabajar ya formalmente en el área educativa. Estuve en escuelas secundarias rurales como orientadora. En ese contexto el orientador tiene como función escuchar a los chicos, mediar entre ellos. Así, me tocó ver lo que primero reporto en la tesis y después en mi libro, toda una serie de conflictos, problemas de convivencia, de competencia, violencia física por pleitos entre las chicas por un muchachito. Entonces, como orientadora, estuve en esta posición por casi seis años.
Pero, las frustraciones por sentir que me faltaban algunos elementos técnicos para poder mediar de una mejor manera, me llevaron a buscar una mejor formación como terapeuta. Entonces, a partir de mis inquietudes por las cuestiones terapéuticas, hice una maestría y me formé en terapia familiar. Al mismo tiempo abrí un espacio grupal, tenía mucha experiencia en trabajo grupal, porque me formé en trabajo grupal desde muy joven, entonces era de las pocas psicólogas de la región que podía trabajar con grupos. Comencé a trabajar con grupos, parejas, familias e individualmente. Hice un modelo de trabajo. Mi tesis de maestría reporta ese modelo y el análisis de la historia de vida de mujeres.
Cuando paso a vivir en el Distrito Federal con mi familia, comienzo a trabajar directamente con la cuestión de la violencia. Eso me permitió retomar la labor que ya venía haciendo como educadora e integrarla a la labor como terapeuta. Actualmente yo trabajo en una universidad privada de la organización “ORT-MÉXICO”.
Ilana Lemos de Paiva – A partir de su trabajo sobre el tema de la violencia entre niños, niñas, así como, sobre la construcción de la sociabilidad de los adolescentes, ¿cuál relación valora que existe entre ambas cuestiones, a saber, cómo se asocia la violencia con la construcción de la sociabilidad en los adolescentes hoy en día?
Juana María Guadalupe Mejía-Hernández – Cuando se empezó a forjar mi tesis, yo decía: “vamos a trabajar violencia”. Pero es muy difícil que te llamen por el reconocimiento de un acto violento. Además, los actos más violentos, físicamente violentos, quiero aclarar, suelen suceder fuera del espacio escolar. Estamos hablando de chicos de escuela pública. Pero también en las escuelas privadas se dan fenómenos semejantes, mediados de otras maneras, tal vez con otros recursos. Me han contado las madres de familia de un colegio provado, por ejemplo, que los niños a veces ponen a pelear a sus guardaespaldas.
No se puede encontrar un evento de violencia en el momento en que acontece. Entonces, desde la posición en la que yo estaba en el servicio de orientación, empiezo a observar la relación y el despliegue de las interacciones en general entre niños y niñas: primero de amistad, hermandad, convivencia, el “somos compañeros”. Luego, me percato de que entre niños y niñas puede haber atracción o rechazo, aprendizajes de los dos géneros sobre cómo encontrarse, para saber cómo leer las señales y muchas veces esto produce una alta tensión y la relación se torna ofensiva, brusca. Se crean ahí disparadores de violencia en las interacciones entre ambos sexos. Además, en las zonas donde hice este trabajo de campo son zonas de origen rural que se fueron urbanizando, pueblos que la ciudad absorbió. Hay en estos pueblos una serie de formas tradicionales de ejercicio de los roles de género que los chicos dicen sostener, y, de cierta forma, lo hacen: se vigilan mutuamente, entre ellas vale ser decentes, entre ellos ser muy machos.
Pero en la hora de las interacciones en la secundaria, influyen otros modelos, a partir del uso de dispositivos electrónicos, también a partir de los comportamientos de los docentes, que no pudieron ser analizados porque no es permitido. No te permiten analizar cómo el docente responde o se ausenta ante la interacción violenta. Si te fijas bien, lo que yo reporto y analizo acontece en la ausencia de los docentes. No sólo porque no te dejan trabajar y observar cómo el docente puede intervenir en la sociabilidad grupal, sino porque, efectivamente, en las escuelas públicas hay un alto nivel de ausencia docente. Y esto redunda en que no hay adultos que estén conteniendo, apoyando, estableciendo límites que los chicos han de respetar. Entonces, este es un elemento que llamo “abandono” o “ausencia”, que está favoreciendo y facilitando que estos eventos violentos se den en la vida íntima grupal.
Antes de estar en el área de orientación estuve en otras áreas de observación en la escuela y me fui haciendo parte del paisaje. Se acostumbraron a mí, a verme allí, por saber que era psicóloga me demandaban que interviniera en determinadas situaciones. Así pude ver que todos están saturados, la cantidad de personas disponibles se ahoga ante las demandas de atención. No hay realmente una función de atención, de escucha, de diálogo, de encuentro. Tuve esa oportunidad de observar porque estuve en planteles rurales, pero el Distrito Federal es denso, pesada la convivencia, tardados los traslados, violenta la interacción.
Entonces, volviendo a la escuela, esta fue la forma en que percibí que se da la relación entre los chicos y las chicas, las atracciones y rechazos, en medio de un ambiente cargado de violencia por un montón de situaciones sociales. El grupo también interviene, porque, cuando hay relaciones de atracción, que se dan de manera natural, y las hormonas intervienen en la etapa de experimentación (o como se quiera justificar), el grupo también se apropia de estas interacciones, las discute, las controla, toma partido. Entonces, no es solamente una relación entre un chico y una chica, sino también lo que las dos partes, la parte femenina y la parte masculina del grupo, le está demandando a cada uno de los que están interactuando.
La pareja no interactúa en soledad. Están los amigos, están los rivales, están todos ahí interviniendo y, muy fácilmente, una situación de atracción se va convirtiendo en una situación de conflicto. Ahora, cuando las chicas del estudio hablan, si te fijas, se confrontan más entre sí, evidenciando problemas de rivalidades, de competencia, de busca de la centralidad en el grupo. El asunto de la popularidad, de la posición de influencia en el grupo, de tener importancia adquiere relevancia en la adolescencia para las mujeres. En este sentido encuentro matices en cuanto a las construcciones de las identidades masculinas y femeninas, las niñas están asumiendo formas más violentas, no sólo con los niños, entre ellas también.
Ilana Lemos de Paiva – También hemos percibido un cambio en los comportamientos de las chicas en el contexto brasileño. Me parece que las chicas están siendo más protagonistas en los actos de violencia, están más agresivas cuando se involucran en actos delictivos. ¿Cómo valora estas diferencias de género, en cuanto a los actos de violencia en que se involucran los chicos y las chicas, y las formas de manifestar esa violencia?
Juana María Guadalupe Mejía-Hernández – Los chicos me parecen más estables. Como parte del trabajo llevé un diario – al estilo de Malinowsky –, para discriminar lo que me movía, registrar las observaciones, el trabajo, también le escribí a antiguos compañeros de la escuela para sopesar mis percepciones. Con base en eso te puedo decir que observo más estabilidad en los chicos, que, si bien siguen buscando afirmar su masculinidad y juegan pesado, también tienen la posibilidad de resolver las diferencias de una manera, aunque superficial, más ecuánime, es como si dijeran: “finalmente todos somos hombres, somos cuates, estamos aquí, me sigues cayendo mal, pero no voy a llegar contigo hasta tal punto”.
Pero las niñas no. Las niñas conservan el rencor, no olvidan la posición de competencia. Las niñas están también en esa búsqueda de equidad fundada en el discurso que les hemos transmitido en los últimos treinta años: las mujeres pueden, las mujeres lo logran. Estos discursos están resultando en posiciones más duras en esta búsqueda de equidad. Existe predisposición de las chicas a conductas de faltas de respeto entre ellas y con relación a los chicos, porque observé que ellos tratan de respetar el discurso, “a la mujer no se le toca, a la mujer no se le pega, tú no puedes lastimar a la mujer”. Se sienten confundidos ante ellas. En mi libro narro cómo las niñas los tocaban y ellos quieren evitar el conflicto, a la vez que no quieren perder la atención que pueden despertar como hombres, porque se interesan por estas cuestiones, al igual que las chicas.
Pero creo que falta un trabajo más claro con los adolescentes, dada la necesidad de ayudarles a hacer las cosas de manera reflexiva, a relacionarse con contención, si bien hay cierta contención en el grupo, existe una regulación grupal e individual, pero es necesario pensar, ¿qué vamos a hacer en estas instituciones?, porque los chicos están diciendo que los adultos son los grandes ausentes.