Además de eso, se especula si aumentos innecesarios de la dopamina durante la infancia podrían alterar el desarrollo del cerebro. Como la medicación suele ser retirada en torno a los 18 años, esos jóvenes pueden hacerse adictos a la cocaína en la vida adulta, como modo de sustituir la droga legal que tomaron por años[1]. Las reacciones adversas del MPH son incontables y muy graves, al contrario de lo que suelen afirmar los que defienden su uso. Afectan todos los aparatos y sistemas del cuerpo humano, con destaque para sistema nervioso céntrico (psicosis, alucinaciones, agitación, suicidio, convulsión, insomnio, somnolencia etc); sistema cardiovascular (arritmia, hipertensión, taquicardia, parada cardíaca etc) y sistema endócrino-metabólico (alteración de las hormonas controladas por la neurohipófisis, como hormona del crecimiento y hormonas sexuales). Aún en relación al sistema nervioso céntrico, merece destaque el efecto “zombie-like”, en que la persona se queda contenida en sí misma, obediente, “tranquila”. Se trata de una reacción adversa, indicando la retirada inmediata de la droga y no efecto terapéutico; pero es para esto que es administrada…
Analicemos la cuestión por un otro ángulo, dejando de lado la ausencia de comprobación al tratarse de enfermedad neuropsiquiátrica, la fragilidad del diagnóstico, las reacciones adversas de las drogas psicoactivas. ¿Y si esas drogas funcionan de hecho, ayudando la mayoría de las personas que reciben ese diagnóstico, independiente de cuál sea el problema real y cuáles son sus causas?
A menudo, somos confrontados con esa cuestión. Nos dicen: “está bien, los remedios no son seguros, pero ninguna droga es exenta de efectos colaterales; todas las investigaciones, sin embargo, prueban que funcionan, que ayudan a los niños y jóvenes a que se concentren y a que aprendan”.
¿Qué hay de verdad en las afirmaciones categóricas de profesionales cuando dicen que los efectos benéficos son comprobados por miles de investigaciones (generalmente, se habla en cinco mil, diez mil estudios) y los efectos negativos son raros y pasajeros?
En octubre de 2011, la Agency que sea Healthcare Research and Quality (AHRQ), del Department of Health and Human Services del gobierno de los Estados Unidos de América, publicó la más extensa metanálisis (investigación sobre las investigaciones publicadas[2]) acerca de los resultados de los diferentes tratamientos de niños y adultos con diagnóstico de TDAH. Esta investigación fue realizada en uno de los más renombrados centros de investigaciones de metanálisis en el mundo, el McMaster University Evidence-based Practice Center (Charach et allí, 2011).
² Las pesquisas de metanálisis constituyen la base de la Medicina Basada en Evidencias y tienen por objetivo la comparación sistematizada de resultados de investigación sobre la eficacia de diferentes tratamientos, de modo a posibilitar una práctica médica embasada en datos científicos comprobados, en evidencias científicas. La primera fase de la investigación, después del levantamiento de todas las publicaciones sobre el tema, es identificar las investigaciones que rellenan criterios de rigor metodológico de cientificidad, descartando las demás.
La investigación reunió todo que fue publicado sobre efectividad de tratamiento para TDAH en el periodo de 1980 a mayo de 2010[1]: cada paper fue analizado por dos revisores independientes, a partir de criterios predefinidos bastante claros; discordancias eran resueltas por un tercer revisor.
Bueno, de las siempre citadas cinco mil, diez mil investigaciones, sólo 12 – repetimos, SÓLO 12 INVESTIGACIONES pudieron ser analizadas.¡Todas las demasiadas fueron descartadas por ausencia de cientificidad!
Esas 12 investigaciones mostraron que en preescolares hay una fuerte evidencia de efectos benéficos de la orientación familiar y ausencia de efectos adversos, en contraste con débil evidencia de efectos benéficos del metilfenidato, aliada de los efectos adversos; orientación más metilfenidato mostraron débil evidencia, sin embargo mayor solamente que la droga. En las otras edades, se encontró débil evidencia de efectos benéficos con metilfenidato o atomoxetina.
Además de eso, los datos sobre rendimiento escolar son inconclusos; tampoco hay evidencias de que el tratamiento medicamentoso mejore el pronóstico a largo plazo.
El único efecto comprobado de los psicoestimulantes fue la “mejora” aislada del comportamiento, en los niños en edad escolar. ¿Pero es ese el objetivo? ¿Que paren de ser “descomportados” y se encuadren en normas rígidas, que niegan la vida?
¡Entonces, las drogas psicoactivas no funcionan!
¡La enfermedad no tiene comprobación, el diagnóstico no se sostiene, el remedio no mejora!
¿Y por qué esa oleada sólo aumenta? Ignorando incluso investigaciones con resultados poco efectivos hechas por los propios divulgadores de los trastornos, por los laboratorios farmacéuticos, por investigadores conectados al NIMH (National Institute of Mental Health) y al FDA (Food and Drug Administration).
Aún no existen evidencias científicas que sostengan una alteración neurobiológica ni la seguridad de tratamiento con psicoestimulante. Todo lo contrario. Sin embargo, la presión es tan grande que se llega al absurdo de necesitar probar que no existe lo que nunca nadie probó que existe. En ciencia, algo absolutamente surrealista.
Leo (2002) destaca que aún la American Psychiatric Press Textbook of Psychiatry, que sostiene la idea de que esta sea una enfermedad neurológica, reconoce que “con criterios diagnósticos no claros, es difícil definir o aún conceptualizar un concepto unitario sobre TDAH o su etiología (…) permanece considerable incertidumbre sobre la validez de TDAH como una entidad diagnóstica” (p. 52).
A partir de esta posición de una de las entidades más ardorosas en la defensa de la enfermedad TDAH, es aún más preocupante la decisión del NIMH (National Institute of Mental Health), que inició estudio en que los niños preescolares, de tres años de edad, recibirán medicamentos para tratar una supuesta TDAH.
Esa espiral lanza su teja sobre todos nosotros. Se apropia de profesionales de diferentes áreas. Apropiados, pasan a constituir y a que sean constituidos por la propia teja, lista a aprisionar cualquier uno de quien otro alguien afirme no encuadrarse en las normas esperadas.
La atención preconizada para las personas que se caen en esa teja será siempre multidisciplinar. A fin de cuentas, es necesario mantener todos los profesionales de la teja satisfechos, sin disputas entre ellos. Por detrás del equipo, menos visible, la estructura que mantiene la teja: la industria farmacéutica, interesada en ampliar el número de personas aprisionadas y apropiadas.
Moynihan y Cassels, periodistas que se han dedicado a desvelar las estrategias de la industria de crear y vender enfermedades para aumentar sus logros, ayudan a entender sus modos de actuar y la amplificación de la medicalización al aturdidor ritmo de intereses financieros.
Las estrategias de marketing de las mayores empresas farmacéuticas anhelan ahora, y de manera agresiva, las personas saludables. Los altos y bajos de la vida diaria se hicieron problemas mentales. Quejas totalmente comunes son transformadas en síndromes de pánico. Personas normales son, cada vez más, transformadas en enfermas. Durante las campañas de promoción, la industria farmacéutica, que mueve cerca de 500 mil millones de dólares por año, explora nuestros más profundos miedos de la muerte, de la decadencia física y de la enfermedad, cambiando así literalmente lo que significa el ser humano. (…) Bajo el liderazgo de marketeros de la industria farmacéutica, médicos especialistas y gurús se sientan alrededor de una mesa para ‘crear nuevas ideas sobre enfermedades y estados de salud’. (Moynihan y Cassels, 2007: 151)
Según esos autores, puede parecer raro que industrias farmacéuticas busquen crear nuevas enfermedades, pero esto es moneda corriente en el medio, traducida anualmente en mil millones de dólares. La estrategia, que consta en informe del Business Insight, consiste en cambiar el modo en que las personas manejan sus problemas reales, hasta entonces visados como simples indisposiciones, convenciéndolas de que son dignos de intervención médica.