Introducción
Hace 15 años empezó a circular un término, hoy ampliamente popularizado, propuesto por Mark Prensky (2001): “nativos digitales”. Como refiere Pedró, el término surgió “para referirse a las generaciones de estudiantes que, desde que nacieron, tuvieron a su alcance distintos dispositivos digitales y, por consiguiente, desde siempre han vivido en un entorno en el que el acceso a la tecnología era prácticamente ubicuo” (Pedró, 2015, p.13).
El término nativos digitales hace alusión a una experiencia social y generacional de alcance global y se ha usado para llamar la atención sobre las nuevas características y necesidades de los niños y jóvenes contemporáneos. Para los adultos se emplea su antónimo: inmigrantes digitales. Ello genera una dicotomía rígida que aparentemente no podría ser superada ni aún con años de práctica e inmersión en los entornos digitales. Prensky nos dice que los inmigrantes siempre conservarán cierto “acento”.
En este artículo discuto esta dicotomía, resalto las experiencias infantiles con relación a las tecnologías de información y comunicación (TIC), la desigualdad que las atraviesa y las consecuencias negativas de ignorarlas, particularmente en el ámbito de la educación, pues lleva a desempoderar a ciertos actores (padres y maestros) sin necesariamente empoderar a otros (estudiantes, niños y adolescentes).
A la vez, la dicotomía nativos digitales versus inmigrantes digitales supone que los niños, por ser niños y haber nacido en estos tiempos, ya están equipados con el conocimiento de la tecnología digital. Esto parece reforzar la concepción esencializadora y biologicista de la infancia, a pesar del largo recorrido teórico que ha permitido establecer que la infancia es una construcción social e histórica (Gaitán, 2006).
El artículo se nutre de dos proyectos de investigación en diversas localidades y escuelas peruanas realizados en 2014 y 2015[1], que permiten ofrecer ejemplos concretos de las consecuencias del uso y popularización acrítica del concepto “nativos digitales” en contraposición a los “inmigrantes digitales”. En los proyectos participaron 93 estudiantes (mitad varones y mitad mujeres), entre 9 y 15 años de edad, 16 docentes (10 varones y 6 mujeres), 12 directores y subdirectores (5 mujeres y 7 varones), pertenecientes a 8 escuelas, 5 funcionarios (2 mujeres y 3 varones) y 10 representantes locales (todos varones) de las 8 comunidades estudiadas. Recogimos información mediante entrevistas, observación de aulas y de tiempo libre, así como diversas dinámicas participativas con el uso de dibujos, fotografías y video.
Las TIC y la educación
En los últimos años, distintas disciplinas han contribuido a cuestionar la visión lineal del aprendizaje que asignaba el rol de enseñanza al adulto, quien tenía el conocimiento y la experiencia, y el rol de aprendiz al niño, que debía recibir las enseñanzas de sus mayores. Por un lado, campos tan diversos como las neurociencias nos han revelado la flexibilidad y complejidad (decreciente) del cerebro humano a lo largo de la vida y la intensa actividad neuronal de los niños pequeños. Por otro lado, las ciencias sociales nos han mostrado el rol activo de los niños en la producción y reproducción de la cultura, por lo que se ha descartado la imagen de una socialización unidireccional en la cual el niño era culturizado pasivamente. Esos hallazgos han contribuido a dar forma a nuevas pedagogías que reconocen la participación activa de niños y jóvenes como sujetos (y no objetos) de la actividad educativa.
La creciente presencia de las TIC se inserta en ese contexto y adquieren una dimensión concreta en la práctica cotidiana: ahora son los niños y adolescentes los que más saben, no los adultos, lo que invierte una jerarquía de saberes bien establecida. Así lo señala uno de los profesores entrevistados.
Porque los niños hacen algunas acciones que ya… ni yo lo sé hacer. O sea, le digo: “¿Qué has hecho?” (…) porque ahora la curiosidad del niño lo hace meterse por otros sitios pues (…) Pero de todas maneras es importante porque sirve para aprender también, uno mismo aprende. Por ejemplo, los chiquillos ponían en la misma unidad todo, le ponían música (…). Yo no sabía poner. Traían música en un USB y ponían pues (…) descubrían más cosas que yo no sabía (…) el niño mismo te enseña porque ellos no tienen temor a ingresar, a conocer no más. (Profesor Marco, Trujillo, escuela primaria).[2]
Para docentes como Marco, esta nueva situación es una oportunidad para aprender. Para otros educadores esto ha implicado una pregunta crucial y perturbadora respecto a lo que saben los estudiantes sobre las TIC y que los docentes desconocen: ¿significa que ya no tenemos nada que enseñar? Sostengo que no, pues la habilidad de los niños y jóvenes para usar las TIC no necesariamente está distribuida uniformemente, y aun cuando lo estuviera, esta habilidad no puede prescindir de orientaciones que los adultos o pares expertos puedan aportar para aprovecharla mejor.
Marco señala que los niños saben cosas que ni él sabe y esto refleja una extendida percepción entre los docentes: que los niños, estos nativos digitales, ya vienen con el chip que les permite dominar fácilmente las TIC. Pero esta noción conlleva el riesgo de esencializar la infancia misma y olvidar la importancia de los procesos históricos, políticos, sociales y culturales que la constituyen.
Finalmente, sin negar la importancia de las TIC en sus diversas modalidades y su potencial para renovar y mejorar el aprendizaje y la enseñanza tradicional (Gee, 2004), las tecnologías no operan en un vacío social. Atribuirles un poder de transformación por sí mismas oscurece el hecho de que las TIC son incorporadas en contextos sociales particulares por actores sociales específicos. Para examinar lo que ocurre actualmente con las TIC y los estudiantes, parto de los nuevos estudios de literacidad (NEL) (Street, 1995; Barton; Hamilton, 1998). Los NEL consideran que la escritura (como tecnología de la palabra) no es únicamente un conocimiento técnico, una habilidad discreta que produce cambios en las personas independientemente del contexto, más bien, sostienen que la escritura, así como las TIC (Warschauer; Niiya, 2014), constituyen una práctica social, es decir, están inmersas en contextos sociales y por ello involucran comportamientos, valores y significados asociados a ellas, y están inscritas en las relaciones de poder y desigualdad que atraviesan la sociedad. Por ello, no es posible perder de vista el contexto social en el cual viven y crecen los nativos digitales.
[2] Me refiero al estudio “Acceso, uso, apropiación y sostenibilidad de tecnologías educativas en I.E. del nivel primaria y secundaria: las perspectivas de los estudiantes”, financiado por el Ministerio de Educación del Perú y realizado entre 2013 y 2014; y al estudio “Educación y tecnología en las escuelas peruanas” realizado con el apoyo de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Taller de Antropología de la Escuela entre enero y julio del 2015.