Controlar es necesario
A lo largo de la historia del mundo occidental, las personas que no se someten a las normas aceptadas como comportamientos normales, exhibiendo comportamientos distintos o cuestionando tales patrones, siempre han molestado a la mayoría, dócilmente sometida, siendo objetos de persecuciones. ¿Porque alguien que exhibe comportamientos “por encima de toda sospecha” es afectado por otra persona, hasta el punto de necesitar retirarlo de su campo de visión o incluso eliminarlo? Tal vez porque ver a una persona que no se encuadra en las normas expone que es posible ser diferente, es decir, que los patrones no son naturales, no fueron y no serán siempre los mismos.
El comportamiento humano no es biológicamente determinado, pero entrelazado en el tiempo y en los espacios geográficos y sociales –, histórico finalmente. El ser humano es esencialmente un ser cultural; entretejido en un sustrato biológico, sí, sin embargo datado y situado. La naturalización de los patrones de comportamiento, llevando a la creencia generalizada de que se debe actuar según determinados moldes, es uno de los elementos estructurales de la sumisión, del no cuestionamiento, de la docilización de cuerpos y mentes, tan cara y necesaria al mantenimiento del orden vigente, en todos los tiempos.
Está listo el terreno para alejar y eliminar los que perturban el orden. Sólo faltan los criterios, los rótulos y, lo más importante, el grupo a ser investido de poder para juzgar y definir puniciones. Hasta el siglo XVI, el poder advenía de la religión; autoridades eclesiásticas torturaban y condenaban a la muerte ateos, herejes, brujas… Con el adviento de la ciencia moderna, esta pasa a ocupar los espacios discursivos del saber y del poder, convirtiéndose en autoridad investida de poder para ejercer las mismas acciones, ahora renombradas: identificar, evaluar, tratar, aislar.
La medicina será el campo científico a ocupar, de un modo privilegiado, ese espacio, pasando más y más a legislar sobre la normalidad y la anormalidad, a definir lo que es salud y lo que es enfermedad, lo que es saludable y lo que no es, lo que es bueno y lo que es malo para la vida. Y la definición del comportamiento desviante, o anormal, será hecha en oposición al modelo de hombre saludable, o hombre mediano, estadísticamente definido. La normalidad estadística, definida por frecuencias y un raciocinio probabilístico, no por la casualidad coincidente con la norma socialmente establecida, es transformar en criterio de salud y enfermedad. A través de esa actuación normatizadora de la vida, la medicina asume, en el nuevo orden social que surge, un antiguo papel. El control social de los cuestionamientos.
Y los criterios anteriores comienzan a ser sustituidos por otros.
Inicialmente, locos y criminales… Encarcelados, aislados, para su propio bien y para el bien de los normales. Castrados para evitar que se reproduzcan y se propaguen por la Tierra. Muertos, por condena formal o por “accidente”, en los interrogatorios de evaluación, en las cárceles, en las enfermerías…
El desarrollo científico y tecnológico, a la vez que posibilita su propio avance, exige complejización y sofisticación. El campo médico se especializa. La psiquiatría y la neurología tomarán el comportamiento como objeto del saber/poder.
La psicología se despega de la psiquiatría, pero sin romper con su filiación paradigmática. Surgen los especialistas, ahora con un poder aún mayor para definir los límites de la normalidad.
Surgen nuevos criterios, nuevos nombres, nuevas formas de evaluación, nuevas formas de punición. La vigilancia se sofistica.
Cerebros disfuncionales son la causa de la violencia. Cerebros disléxicos y bajo QI justifican el fracaso en la escuela. Alteraciones genéticas explican los miedos de vivir en medio de la violencia. Frustraciones en la infancia provocan inestabilidad emocional.
La normatización de la vida tiene como corolario la transformación de los problemas de la vida en enfermedades, en disturbios. Lo que escapa a las normas, lo que no va bien, lo que no funciona como debería… todo es transformado en enfermedad, en problema individual. Se aleja la vida, para sobre ella legislar, muchas veces destruyéndola violentamente y de manera irreversible.
Y los profesionales, con su formación acrítica y ahistórica, ejercen, la mayoría sin darse cuenta, su papel como vigilantes del orden. Creyendo en las promesas de neutralidad y objetividad de la ciencia moderna, no sabe manejar la vida cuando se ve frente a ella. Sin disponibilidad de mirar al otro, se protegen anclándose en los instrumentos de evaluación estandarizados.
Sin preocuparse de las consecuencias de su informe médico para la vida del otro, el profesional ni siquiera se permite darse cuenta que la clasificación no transcurre del diagnóstico, y éste de una evaluación adecuada, como le enseñaron. Los rótulos se traman ya en las primeras impresiones, en la mirada prejuiciosa; rótulos que clasifican y sostienen diagnósticos que los confirman…