Bebés en tiempo futuro: el enfoque anticipatorio
La primera de estas aproximaciones se organiza en buena medida a partir de una concepción de los bebés como proyecto, como futuro, como seres a “proteger”, “modelar” y/o “domesticar”2. El conocimiento producido busca fórmulas universalistas (válidas para todo bebé humano), y las disciplinas que aportaron principalmente a esta línea fueron la pediatría, la puericultura y la psicología.
La construcción de la primera infancia como objeto científico coincide con la voluntad de regular y administrar las dinámicas demográficas de las poblaciones gobernadas, la que derivó en diferentes estrategias para asegurar la supervivencia, salud y fortaleza física de los bebés, entendiendo a éstos como los hombres del mañana, y a la vez, los cimientos sobre los que se construye la sociedad (Foucault, 2006). Estas ideas pueden reconocerse tanto en investigaciones como producciones de divulgación de corte médico, psicológico, educativo y jurídico, que comienzan a ganar volumen desde fines del siglo XIX y llegan hasta nuestros días (Nari, 2004; Costa et al., 2006).
Con una lógica de maximización económica, el control de los peligros que pudieran diezmar las poblaciones o perjudicar su bienestar ingresó así en los horizontes de las incumbencias estatales, dando pie al advenimiento de los sistemas nacionales de salud y de educación en buena parte de las naciones de occidente todo a lo largo de los siglos XIX y XX. Las acciones en esta dirección confluyeron en la emergencia de profesiones e instituciones, la creación de hospitales y la expansión de medidas sanitarias como campañas de inmunización, controles periódicos de salud, “educación para la salud”, entre otros. Basándose en estas evidencias y haciéndose eco de la corriente higienista, diversas políticas de gobierno se orientaron a modificar las condiciones de vida, en especial, en los centros urbanos y los sectores más empobrecidos de sus habitantes (Armus, 2007). El higienismo planteó la necesidad de intervenir mediante la planificación urbana y de la salud pública en los factores socio-residenciales y culturales que vendrían a reducir las tasas de mortalidad y morbilidad de las poblaciones (Nari, 2004; de Paz Trueba, 2019).
En este contexto, la pediatría como especialidad en proceso de construcción, informa fundamentalmente sobre el funcionamiento fisiológico, las necesidades nutricionales, los ritmos “normales” de crecimiento y las patologías que puedan comprometerlos (Lima, 2012; Colangelo, 2012). La puericultura, como disciplina de aplicación derivada, tomará estos datos y parámetros para orientar y/o sancionar formas de crianza y cuidado de los bebés acordes, asimismo, a los estudios en el campo de la psicología (Bonilha, 2004). Esta última, ha enfocado a los bebés y la primera infancia desde perspectivas muy diferentes, las cuales con independencia de su diversidad de enfoques y metodologías confluyen en la construcción de clasificaciones de formas “normales” y “saludables” de interacción entre bebés y adultos, por oposición a otras “patológicas” y/o potencialmente “perjudiciales” para el desarrollo (Lancy, 1996; Bonnet, 1996, 2003; Lima, 2012; Otto; Keller, 2014; LeVine; New, 2008).
De la mano de las disciplinas emergentes mencionadas, se registra una resignificación, bajo directrices médicas, de los modos en que los niños debían ser atendidos y criados durante su infancia (Colangelo, 2004). Esta perspectiva acerca de los bebés y su cuidado se orienta principalmente hacia su protección frente a los riesgos que conllevarían las creencias populares y tradicionales del cuidado (Rustoyburu, 2019). Asociado a ello, se reconoce un conjunto de desplazamientos en los arreglos familiares y comunitarios con los que los bebés son introducidos al mundo.
A través de regulaciones e intervenciones en diferentes niveles, se propició la desvalorización – en ciertos casos por medio de prohibiciones y obligaciones directas – de muchos roles y prácticas bien consolidadas. De manera muy sucinta puede decirse que esta transformación implicó la generalización de un modelo apoyado en la centralización de las tareas de cuidado de los bebés y niños en las madres y en los sistemas estatales de educación y salud. Las nodrizas, amas de leche, los instructores privados e informales y las diversas formas de medicinas tradicional pasaron a ocupar un lugar primero subsidiario y luego marginal, hasta prácticamente desaparecer en algunos lugares en menos de un siglo (Allemandi, 2012; Pereira, 2006; Soler, 2011).
Los saberes científicos que sostenían estas regulaciones, así como las pautas de crianza que fueron promovidas como modelos desde la pediatría, la salud pública y las revistas para padres, han sido criticadas por ser en muchos casos meras portavoces de valores euro-centrados de la infancia y la familia, antes que evidencia empírica bien fundada de las necesidades y experiencias de los bebés en diferentes sociedades alrededor del mundo (Henreich et al., 2010). Raramente los pueblos indígenas o de comunidades campesinas mestizas latinoamericanas o de otras latitudes han sido objeto de estudios de psicología del desarrollo u otros campos de investigación afines (Rogoff, 2003). En estas comunidades, de manera general al menos en el ámbito latinoamericano, el foco estuvo puesto desde mediados a fines del siglo XX en la morbi-mortalidad y en el manejo de epidemias y recién después de la década del 90, comenzó a colocarse el énfasis en el estudio de aspectos más amplios concernientes al crecimiento y desarrollo (Hirsch, 2015; Remorini, 2013b). Como excepción a esta tendencia cabe mencionar, por ejemplo, el estudio de Bazelton, Robey y Collier (1969) sobre el desarrollo de los niños menores de un año en comunidades maya zinancatecas, utilizando una aproximación multi-metódica, que combinó la experimentación con la observación etnográfica.
El escaso interés por los bebés y niños más allá de los ámbitos urbanos y de los sectores medios que se observa hasta hace algunos años en la investigación médica y psicológica contrasta con el interés temprano de la antropología y algunas vertientes de la psicología por estos bebés (LeVine; New, 2008).
En forma creciente se registran avances en la consideración del desarrollo infantil en contexto, cuestionando estos modelos universalistas y disciplinares, para dar paso enfoques contextuales e inter y transdisciplinarios3. Ello supone trascender las asimetrías que introducen estos modelos, categorías y clasificaciones sobre los niños, sus vidas y sus eventuales “problemas de desarrollo” (Bonnet, 2003; de Suremain, 2003; Rowensztein; Kremenchuzky, 2019). Implica además incorporar a los bebés en su “aquí y ahora”, en sus relaciones dinámicas en los entornos en los que viven y participan, en las formas diversas de cuidado y crianza, en sus experiencias significativas y las múltiples lecturas que de ellas existen. Estos aspectos constituyen el eje de lo que llamamos el enfoque vivencial.
3 – Aquí pueden mencionarse como ejemplo de esta transición el abordaje del desarrollo infantil desde el enfoque de los determinantes sociales y ambientales adoptado en la última década por investigadores y por organismos de gobierno y multilaterales (Raineri et al., 2015).