Alejandra Estevez – ¿Qué piensa usted que eso puede dejar como legado para las futuras generaciones de adultos? Cuando estos niños se transforman en adultos, ¿cuáles son los impactos en el área de la psicología social, cuáles son los impactos subjetivos para estos sujetos adultos ahora, que vivieron este pasado autoritario aunque con sus franjas de libertad?
Valeria Llobet – Yo creo que hay un punto donde la dictadura se procesa en nivel intergeneracional. Lo que hoy somos adultos y fuimos niños durante la dictadura extendemos u omitimos activamente una pregunta por la posición de nuestros padres que tiene repercusión en nivel de los vínculos intrafamiliares. La relación paterno-filial es tensionada a partir de poder colocar esa pregunta. Quienes la colocan y encuentran en ella una respuesta que ve a los padres como culpables de acción u omisión, eso tiene una consecuencia en la relación parento-filial, una mayor distancia en esa relación, una menor cercanía afectiva y un mayor distanciamiento identitario.
Hay un aspecto que no termino de entender porque todavía no lo he terminado de analizar, pero es una construcción interesante de la posición ideológica, de la posición política. Ahí hay una trama bien interesante que tiene que ver con la identidad, con la sensibilidad, con dimensiones muy subjetivas que construyen la posición política de los sujetos, pero que claramente se traman de una manera muy compleja y esa trama llega al nivel de la vida y de la intimidad familiar, y que no se deriva directamente: no hay una deriva directa de la posición política de la familia y de la sensibilidad de la familia y la posición de los adultos. Por lo menos en este contexto lo que hay son muchas rupturas, antes que continuidades. Hay una experiencia biográfica generacional en la conformación de la identidad política en la que los sujetos son activos, antes que una transmisión de la identidad política en el seno de la familia como mera identificación o herencia.
La coyuntura de haber vivido la infancia durante la dictadura y haber asomado a la adolescencia en la recuperación democrática, con lo que implicó de participación política en ese momento, es muy importante. Ahí hay una posición que marca mucho a una generación que tuvo mayoritariamente una participación política bastante amplia aunque sea los primeros tres o cuatro años de la recuperación democrática.
La otra cuestión que se da en el plano de lo intergeneracional y biográfico de esta relación con la dictadura tiene que ver con cómo se vinculan los adultos no con sus padres sino con sus hijos. Y ahí también hay una reconfiguración de la autoridad, una muy frágil, pero me da la sensación – y todavía es tentativo porque aún no lo termino de explorar lo suficiente – que quienes vivimos el autoritarismo dictatorial y ese autoritarismo en las relaciones familiares promovido por la dictadura cuando niños, nos paramos frente a la autoridad parental como adultos de una manera más dificultosa.
Por un lado porque también lo hacemos post Convención de los Derechos del Niño, yo creo que es una generación de padres y madres sobre todo de la clase media que está muy marcada por la idea de la Convención. Esto es, una generación que promueve, adopta y se embandera alrededor de la Convención de los Derechos del Niño pero que además tiene dificultades para construir una autoridad democrática, que lo ve sumamente dificultoso.
Alejandra Estevez – Hay en Brasil un grupo de militantes, una organización de un colectivo que se autodenomina Hijos y Nietos de las víctimas de la dictadura, sobre todo los militantes organizados. Ellos se organizan a partir de esta identificación generacional para posicionarse en el tiempo presente haciendo un poco de puente entre el pasado dictatorial y autoritario y llamando la atención para discutir y rememorar este pasado autoritario pero también demostrando su continuidad en el tiempo presente, este autoritarismo de Estado que aún permanece en nuestras sociedades. Me gustaría que comentase un poco si hay movimientos de este tipo que se organizan en la Argentina.
Valeria Llobet – No sé si es exactamente lo mismo, pero en Argentina en 1996/97 se configuró la agrupación “H.I.J.O.S.”, Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio. HIJOS es una agrupación de hijos e hijas de padres detenidos, desaparecidos y asesinados por la dictadura y luego también se incorporaron hijos e hijas del exilio.
La dimensión de los vínculos familiares articula mucho de la militancia alrededor de la dictadura, y en los últimos diez años hay mucha producción literaria y fílmica desde el punto de vista de la identidad como hijo o hija, lo cual tiene que ver con la construcción de un lugar de enunciación en relación a quién es concernido, quién tiene una legítima voz como víctima dentro de este esquema de la dictadura. Lo que se ha empezado a discutir es cuál es el carácter de esa generación posterior, si se quiere, en relación con los hechos: si es que se trata de una generación “post”, y en ese sentido si es válido pensarla desde el punto de vista de la “post-memoria”, como la categoría de Hirsch para los crímenes y el sufrimiento de la Shoá1, o si como han señalado algunos autores se trata de una “generación 1.5”, una generación que vivió pero no fue agente de la situación.
Yo creo que desde el punto de vista del carácter directo o indirecto de los sujetos respecto de los hechos me parece que es un poco infructuoso o un poco desviado pensar que somos una generación posterior, porque parte eso de suponer que niños y niñas no tienen ningún carácter político ni agentivo en su capacidad de acción: su acción es restringida, mediatizada o circunscripta al ámbito privado. Y en ese sentido me parece que – y algunas investigaciones muestran, entre ellas la mía – niños y niñas son actores históricos como cualquier otro, que han vivido esas circunstancias al igual que otros actores. El carácter generacional lo que permite ver es cómo se procesa a través de distintas categorías de diferenciación social esas relaciones sociales autoritarias y esas prácticas políticas, pero me parece que sería un error considerar que las generaciones lo que otorgan son grados distintos de sufrimiento, si se quiere. Yo creo que las categorías generacionales han servido para ampliar los espectros de víctimas de la dictadura y para construir lugares de enunciación en los que no hay que dar cuenta de la responsabilidad propia que fueron muy necesarios políticamente, lo son aún. Pero me parece que hay que construir la posibilidad de pensar a la generación como una relación social y no sólo como un momento de la historia.
Alejandra Estevez – Usted citó una producción fílmica, y yo destacaría dos películas que abordan el tema de la infancia durante la dictadura: “El año en que mis padres salieron de vacaciones”, de lo cineasta brasileño Cao Hamburger, y la película argentina “Infancia clandestina”, de Benjamín Avila. Me gustaría que comentara un poco cómo la producción fílmica ha influenciado el sentido común, la visión sobre esta temática para la sociedad de manera general.
Valeria Llobet – Creo que el recorrido en Argentina, por ejemplo, arranca en 2002/03, el recorrido fílmico de los hijos. Y tiene que ver con dos cuestiones: por un lado con una cuestión, ahí sí, generacional, estrictamente tiene que ver con la adultez de los hijos (en el 2000 todos empiezan a cumplir 30) y tiene que ver con un contexto político en el que los organismos de derechos humanos pasan a ser un pivote central de la política de memoria institucionalizada. Entonces, la institucionalización de la retórica de los organismos de derechos humanos sobre la dictadura otorga una legitimidad per-se a la posición de hijos e hijas que hasta ese momento reclamaban justicia ante la impunidad de los crímenes dictatoriales. Eso modifica el escenario y permite que esas voces, esas posiciones subjetivas se traduzcan en una mirada, una narrativa sobre el pasado.
Y ahí hay un esquema muy variado de posiciones, también se da en Chile y Uruguay, que tiene que ver con la lógica más íntima, si se quiere, de ser hijo y de preguntarse por qué los padres lo abandonaron, en una narrativa que tiene una vinculación, que es sintónica con la narrativa de cualquier persona que ha sido abandonada por su madre o su padre, y en ese sentido es una posición estrictamente subjetiva, pero que se conecta con el hecho de que ese abandono no era elegido ni era el centro de la acción del adulto – que es lo que diferencia el “abandono” como consecuencia de la desaparición del “abandono” porque alguien no se puede hacer cargo de un hijo – y había sido producido por la dictadura. Es el caso por ejemplo de “Los rubios”, que es del 2003, de Albertina Carri, donde toda la narrativa de la película está construida alrededor de la pregunta de «por qué mis padres eligieron la militancia en lugar de elegirme a mí”. El polo opuesto es la narrativa de la película de Benjamín Ávila, de “Infancia clandestina”, que es unos años posterior, en donde la construcción es “mis padres construyeron una militancia en la que yo estaba incluido”. En ese sentido la pregunta es sobre la experiencia de militancia infantil, la experiencia de la clandestinidad como niño, y un niño que es actor de esa militancia. Hay otra que es “El edificio de los chilenos” que es apenas anterior a “Infancia clandestina”, toma un arco emocional desde un punto de vista bastante amplio: desde la recriminación a los padres por las decisiones tomadas sobre los niños hasta la comprensión de la militancia paterna o materna y su aprobación.
Ahora, una parte de la recepción de esas películas está determinada, al menos en Argentina, por la posición política del espectador: aquellos que tienen una cercanía con la militancia social y de izquierda de la década del ‘70 van a comprender el sufrimiento producido por la dictadura hacia la familia de activistas en una clave distinta a la de aquellas personas que no tienen esa cercanía. Quienes no tienen esa cercanía van a tender a mirar a la práctica de la militancia de mujeres que eran madres y de varones que eran padres desde el punto de vista de la irresponsabilidad. “Esos son padres irresponsables que hacían cosas que no debían hacerse cuando uno tiene hijos”, con una distancia moral muy grande. Hay quienes van a priorizar la visibilización de la violencia como parte de esa irresponsabilidad o de esa incompetencia moral al “exponer a los niños a esto”, o van a movilizar ideas sobre la infancia estereotipadas, moralistas y universalistas: “los niños no pueden estar en contacto con determinadas situaciones”, para establecer un juicio sobre esas madres y esos padres. Hay otros que lo van a mirar de una manera mucho más compleja en la que tratas de entender las distintas formas de cuidado que se construían en espacios donde estaba puesta en cuestión la idea de infancia y la idea de familia, eran parte de lo que se buscaba transformar, y en los que la violencia política era comprendida como producida centralmente por los actores estatales y sus prácticas represivas. Lo que creo es que sí a partir de la década del 2000 se dio esta posibilidad de construir estas posiciones de enunciación y estas narrativas que por distintas razones, políticas o generacionales, no eran posibles antes.
1 – HIRSCH, Marianne. Surviving Images: Holocaust Photographs and the Work of Postmemory. The Yale Journal of Criticism, v. 14, n. 1, p. 5–37, 2001.