Ilana Lemos de Paiva – En las escuelas brasileñas, nosotros nos hemos dado cuenta de que la indisciplina es muchas veces considerada por los docentes como violencia escolar. Esto acaba interfiriendo en las estrategias de resolución de conflictos en las escuelas. Pudiera hablarme un poco, en medio de este contexto de ausencia de los educadores, ¿cómo es que ellos lidian con los problemas de indisciplina y violencia? A saber, ¿cómo valora usted esta diferencia entre indisciplina y violencia y cuál ha sido la postura de los educadores mexicanos ante esta problemática?
Juana María Guadalupe Mejía-Hernández – Esto lo responderé a partir de registros que no están en el libro, ni en la tesis, ya que existen muchos más registros de los que se pudieron trabajar en la tesis. Estamos hablando de escuelas públicas. Los maestros de la escuela pública en México tienen condiciones muy precarias, sufren una gran inestabilidad laboral ya que al comenzar los contratos son solo de 3 meses y el sindicato del sector, que es el más grande, hace manejos anti-democráticos, así como el grupo opositor, y los líderes locales de los grupos sindicales piden intercambios sexuales a cambio de otorgar una plaza o venden plazas, por ejemplo. Entonces, el inicio en el trabajo para el docente marca la entrada a un trabajo inseguro. Ya establecidos en el contexto laboral siguen los conflictos. También percibes que se dan acercamientos afectivos entre los docentes, que muchas veces generan muchas confusiones y los chicos lo están viendo todo, absolutamente todo: si tú tomas medicamento psiquiátrico, si tú tienes problemas con tu marido, si tú tienes rivalidad con un docente. Los alumnos lo saben todo. En mi práctica he encontrado maestros que, en vez de dar la clase, hablan de sus vidas, relatan sus problemas, se desahogan con los chicos, usan el escenario docente cómo un espacio de desahogo. También he encontrado maestros que con toda la conciencia y luchando contra toda la adversidad de las condiciones de contratación se comprometen. Luego de una evaluación hecha, llegué a la conclusión de que a los 4 o 5 años, en las 4 escuelas observadas, en 4 o 5 años de trabajo docente, los maestros empiezan a enfermarse o renunciar.
Físicamente se queman muy rápido, maestros muy jóvenes, con formación universitaria. Los docentes están quemados, están cansados, están saturados. Ellos tienen que responder a múltiples tareas y demandas administrativas que los saturan, con métodos que llevan a una convivencia tensa entre ellos. Ellos compiten, se agreden, forman grupos y los grupos chocan. Entonces llegan a clase cansados.
En los planteles, yo puedo decir que hubo un caso en que el segundo grado tuvo solo el 50% de las horas clases aproximadamente durante todo el ciclo escolar, porque el resto del tiempo los docentes de esos grupos faltaron. Las causas son varias, por comisión sindical, por enfermedad, por permisos. Algunos de los alumnos los superan en estatura. Me tocó ver un maestro de español que media menos de 1,50 m. Los niños no querían oírlo, lo acosaban. Hay mucha demanda de afecto y atención. La mayoría de los docentes que vi perdieron el control grupal, la noción de cómo controlar el grupo. Ellos están saturados por la cantidad de cursos que deben recibir. A la forma de capacitarlos le llaman aquí cursos de “multiplicación” y consiste en que un representante de cada escuela pasa un curso y lo tiene que dar a los otros compañeros. Esta no es una transmisión confiable y hay falta de experiencia por parte de los docentes que están solos. El maestro está aislado.
A la vez, los padres cada vez observan más, demandan más, amenazan a los docentes: “si no hace esto, si no hace lo otro, yo soy del partido tal, yo soy amigo de tal autoridad municipal, o tal autoridad gubernamental, o tal autoridad educativa”, y amenazan su fuente de trabajo, su clase. Entonces, hay una pérdida de la confiabilidad de las figuras de autoridad.
El padre demanda de la escuela que haga lo que él no puede hacer. La escuela demanda a las madres que estén presentes en el aula para regular la conduta indisciplinada de su hijo o hija. En un contexto como este tengo registro de entrevistas que evidencian que los chicos – que aquí llamamos “niños de llave” – también están solos: “en la mañana te llevo a la escuela y te dejo, te vas a la casa, llegas con tu llave, entras, tu comida está preparada. Si no, prepara lo que puedas y yo llego en la noche”. En otro nivel económico, se repite el problema: “te atienden otros, no yo”. Entonces, hay vivencias de aislamiento, de soledad, de falta de convivencia y todo esto afecta tanto a los docentes como a una gran parte del alumnado. Yo no digo que los padres tengan la intención de abandonar, ellos traen sus propias cargas. Así, todo se convierte en un proceso de sobrecarga, ante el cual preferimos disimular la situación, en lugar de integrarnos, dialogar, buscar soluciones y apoyo mutuo.
Entonces, te digo que es una situación compleja. Si en vez de buscar culpables, buscamos entender cómo estamos faltando a nuestra responsabilidad, cómo desempeñamos el rol que decimos haber asumido, entonces dejamos de simular y sí actuamos. Pero en este país, en estos momentos, la base de la mentalidad popular es la frase “sálvese quien pueda”. Vivimos con muchas amenazas, hay muchos riesgos, entonces las personas prefieren simular y “sálvese quien pueda”. He observado el deterioro de la calidad de la enseñanza con la entrada de la tecnología, porque se usa para restar responsabilidad al docente, para no profundizar, para no asumir el conocimiento y aprender a transmitir lo que comunica el video o la tele clase. Toda esa complejidad está actuando y se requieren más acciones, que sean más globales. Si nosotros vamos a hablar solo de la violencia, sin asumir una perspectiva de análisis más compleja, sin hacer un diagnóstico psico-socio-cultural, sin revisar las prácticas pedagógicas, volveremos a lo mismo: comprar un paquete pedagógico tecnológico, y decir “esta es una maravilla tecnológica que va resolver todos nuestros problemas”. ¡No es por ahí!
Ilana Lemos de Paiva – Cambiando un poco de temática, a partir de tu experiencia, ¿cómo los medios de comunicación han tratado las manifestaciones de violencia juvenil? En Brasil, tenemos un problema muy grande con esto, hay muchos estereotipos, muchos estigmas sobre los temas juventud y violencia.
Juana María Guadalupe Mejía-Hernández – En ese sentido, Brasil y México se parecen mucho, no solo en cuanto a su diversidad biológica sino también cultural. Yo quiero hablar de dos cuestiones. Tu pregunta se refiere a la violencia social. Pero hablemos de violencia social y escolar. Los medios se hacen más eco de la violencia social cuando hay manifestaciones. Los grupos de manifestaciones de jóvenes que destrozan tiendas, marcan la ciudad con letreros, violan monumentos nacionales, destrozan edificios antiguos. Entonces aparecen dos versiones. A través de los medios la que más se transmite es: “Estos son anarquistas guiados por tal líder”. Pero las redes sociales, sobre todo Facebook o las cuentas en Twitter, generan un movimiento que combate este estigma. Últimamente hemos tenido, desde el inicio de año, una serie de manifestaciones por el gasolinazo, por la ascensión de Trump al poder, que está creando una crisis comercial, migratoria. Estas manifestaciones seguidas por personas a través de Facebook y las redes sociales, develan cómo gobiernos locales y estatales disfrazan a sus agentes de la policía como civiles y los introducen entre los manifestantes para desatar la violencia, la engendran y promueven. Muchas veces no son los jóvenes, pero se les etiqueta de la misma manera. Sabemos también, que existieron en el pasado, y no creo que dejen de existir, grupos de jóvenes de colonias populares que están bajo el control de líderes de partidos políticos que también han contribuido para generar violencia. Estos jóvenes, no sé si lo hacen por convicciones, pero se sabe que lo hacen por dinero y se trata de otro tipo de violencia social.
Otro elemento es el acceso de los jóvenes a los espacios del narcotráfico. Ellos son captados desde muy jovencitos, 13 y 12 años, saliendo de la primaria o en el inicio de la secundaria. Son captados no solo para el consumo, sino también para el tráfico, la venta. Hay chicos de secundaria, que trabajan y ganan dinero del narcotráfico, porque les pagan una moto pequeña, para que observen y avisen en caso de riesgos, como vigías. Entonces, en las situaciones de pobreza esto es cambiar de estatus. Así tienen mejores condiciones de vida y te llegan a decir: “puedo vivir poco, pero quiero vivir bien”.
Ahora, en cuanto al asunto de la violencia escolar. Dentro de la escuela hay drogas, hay consumo, hay tráfico. Pero en esto no solo están involucrados los chicos. La violencia escolar recientemente está haciendo objeto de atención y preocupación de los gobiernos. Porque, no sé si ha llegado a Brasil la noticia de que aquí ya se ha presentado el primer caso de un alumno de una escuela privada secundaria que baleó a sus compañeros y a su maestro. Esto fue en Monterrey, hace dos semanas y media.
No hay más datos, porque han sido muy cuidadosos. Yo creo que es el gobierno del estado quien está dando órdenes de que primero se investigue con detalle, se protejan las familias y los padres del chico. Afortunadamente todos los heridos sobrevivieron. Hubo quienes subieron el video del hecho a las redes sociales, luego se eliminó. Pero el hecho es que estamos ante un episodio tan sórdido, aparentemente abrupto. Se supo el nombre del chico. Creo que los padres ofrecieron donar sus órganos porque el chico baleó a sus compañeros y maestro para luego suicidarse con un balazo en su boca que le provocó muerte cerebral. Eso lo hace un donante privilegiado, los padres deciden donar su corazón y los riñones. Entonces, a raíz del caso grupos de investigadores con los que tengo relaciones expresan: “Bueno, no basta investigar, hay que intervenir. Escucharlos”. Mi co-directora de tesis, la doctora Claudia Saucedo, ha desarrollado un trabajo de intervenciones en secundarias desde la Universidad Autónoma de México en la escuela nacional de Iztacala, por más de 20 años. Pero es una de las pocas a las que se le ha ocurrido que el acceso a los adolescentes necesita ser continuo y en un proceso, digamos, de intervención y de investigación vinculados.
Ilana Lemos de Paiva – Usted me cuenta que ha realizado durante algunos años consultorías. Entonces, ¿cómo cree que las investigaciones que hacemos desde la universidad sobre los temas juventud y violencia pueden contribuir para la construcción de políticas públicas para la juventud?
Juana María Guadalupe Mejía-Hernández – Una gran carga de responsabilidad en esto está en nosotros. No sólo podemos contribuir, sino debemos hacerlo. Pero, ¿qué debemos hacer? Debemos buscar la forma de que nos escuchen. Empecemos por la construcción de las conclusiones de nuestras investigaciones. Debemos hacerlas accesibles. Así como se dice que la universidad debe establecer vínculos con la industria y la producción, la universidad debe establecer vínculos con los sectores donde está desarrollando sus investigaciones. No podemos llegar a la escuela, observar y decir adiós.
Las escuelas están inquietas y necesitadas de apoyos, de aportes. Pero, el problema son los recursos. El investigador a veces no puede dar este servicio porque no existen los recursos materiales y económicos para darlo. Las escuelas están saturadas. Las autoridades quieren – esto aquí en México es muy evidente – soluciones rápidas. Quieren que en doce sesiones de terapias la mujer salga de la violencia; que en doce sesiones de terapias el hombre deje de ser machista; que en una o dos pláticas con los alumnos – la mayoría de las pláticas son sobre adicciones y violencia y duran 45 minutos – se logren efectos. Entonces, tenemos que evaluar las estrategias con las que queremos entrar en las instituciones. Tenemos que elaborar conclusiones más claras, más accesibles, recomendaciones reales, no sólo por cumplir con los requisitos académicos de elaborarlas.
Creo que se trata de compromiso, con nosotros mismos, con nuestra profesión, con las instancias que nos permitan entrar, de manera objetiva. Construir instrumentos que puedan ser accesibles a la cultura escolar y la mentalidad docente. Yo creo que más que un trabajo de intervenciones, es un trabajo de intervenciones en mentalidades. Todo esto tiene un origen en nuestras tendencias, en nuestras maneras de organizar, de juzgarnos.
Una de mis lectoras de tesis, Cecilia Fierro, planteaba que existen distintos niveles de profundidad. A veces las escuelas quieren una intervención superficial para decir hicimos una plática, hicimos algo. A veces quieren cambiar una cosa específica y solicitan una intervención concreta. Pero a veces quieren cuestionar la cultura escolar. Entonces, eso conlleva un trabajo profundo de cambio y concientización y adopción de nuevas formas de relación, de acciones pedagógicas distintas, es un cambio cultural. En estos sentidos, creo que podemos lograr algo. Soy de las que dicen: “si la escuela quiere, entonces, a vamos comprometernos”. Pero muchas de las escuelas están limitadas.